Iván Gutiérrez (Ay Gregorio!)

“Todo viaje es una danza”, nos canta Juan Carlos Bon esta noche en Rock & Steaks, restaurante de carnes y vinos en San Luis Río Colorado cuyo segundo piso posee un escenario que músicos locales y foráneos llenan de música; en este caso, recibiendo el Otro Caguamón Tour en el evento “Ruta del Folk”, con un line-up integrado por Juan Carlos Bon, Walter Buratti (ambos oriundos de SLRC), Medio Volumen (Mexicali) y quien esto escribe firmando como Ay Gregorio (Ensenada). 

En la mesa que ocupamos se encuentra un amigo del músico en escena, de nombre Felipe, quien comenta ser aficionado al arte contemporáneo. Desde que llegó (ya con algo de alcohol en la sangre) ha mostrado un sentido del humor muy divertido. Aferrado a su caguama escucha a Bon cantar sobre cómo se va en bicicleta a trabajar, y con ello la mala vibra se le va; su estilo me recuerda bastante al de Rubén Albarrán (Café Tacvba).

Andar de gira es una experiencia musical que me ha gustado bastante. Vives mucho en el camino, y la cantidad de aprendizaje es invaluable: conoces gente impresionante, cada escenario es distinto, cada voz tiene un mensaje que dar, cada carretera te regala cientos de pensamientos nuevos y te presenta personajes con historias fascinantes.

El concierto de anoche en Cine Curto (Mexicali) estuvo genial por igual, compartiendo escenario con los cachanillas Medio Volumen (con quienes hoy vamos a repetir show), Raúl Díaz y Los Shangris. Ya al terminar llegamos a Malgro Cervecería para escuchar a Frnce en  su Serendipia Tour. Muy chido poder cotorrear con tanto músico en este espacio, disfrutando cerveza de la casa mientras nos arropaba el talento cachanilla.

Ya en casa con Héctor escuchamos algunas canciones de Nacho Vegas, y por una foto en su pared tomada en el concierto que este músico español dio en Tijuana en marzo pasado, descubrimos que su mano aparece sosteniendo una cámara Polaroid en una foto que yo tomé en el mismo concierto. Me hizo pensar que nuestros caminos ya estaban destinados a cruzarse.

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Bon ahora se avienta un remix de “Aquí no hay novedad”, muy buena la adaptación a su estilo, muy pasional, y de ahí le sigue una canción con sonidos de 8bits inspirada en la música de Game Boy. Continua con una versión del bolero clásico “Gema” en Ukulele que nos hace cantar juntos. En el intermedio Felipe empieza a preguntar a gritos quién tiene su tablet; tras un momento de tensión uno de los meseros le dice que la dejó en uno de los bancos y se la alcanza.

Un wey a mi derecha me habla de que intentó darle a la música en su momento, pero luego se casó y tuvo un hijo y vendió sus instrumentos y ahora está divorciado, aunque todavía le quedan un par de guitarras empolvadas en casa. Felipe, a punto de quedarse dormido, deja caer su tablet y ésta da un fuerte golpe en el suelo que desvía la atención de todos hacia allá.

Sigue el turno de Walter Buratti, a quien más tengo ganas de escuchar esta noche, ganas que se incrementaron tras nuestra reciente entrevista en el piso de abajo. “Yo también me voy, como mi guitarra, que algún día se irá”, nos canta este maestrazo argentino-mexicano del folk sonorense; que haya pegado un sticker del Otro Caguama en su guitarra me llena de orgullo.

http://perralternativa.com/walter-buratti-folk-acelerado-entre-mundos/

Las letras de Walter y el swing con el que rasguea su guitarra es impresionante, tiene una vibe de rocanrol que me hace percibirlo como un mago del desierto. Es el canto de alguien que se ha arriesgado, que ha viajado, que ha vivido: alguien que canta con el corazón desnudo sobre el tiempo y espacio que le rodea. “Tec-no-logía… sin igual, puedes digitalizar todos tus sueños”, canta Walter.

Desde mi punto de vista, esta noche nos hemos reunido puros locos en medio de esta cantina desolada para escuchar nuestras historias. Walter toca una tras otra. Dice pocas palabras entre canción y canción, todo lo dice con música. Su tono de voz me recuerda a la fusión de dos músicos, uno argentino y el otro de tierras sonorenses: Andrés Calamaro y Chino Marcial. “No eres lo que tienes, eres lo que das”, recuerda Buratti, quien a pesar de haber tenido una operación hace dos días, aquí está, firme, listo para cantar hasta el final.

Hablando con Bon pienso que San Luis Río Colorado es una ciudad muy rara, pues al parecer aquí la raza sale a cotorrear a partir las once de la noche, dinámica que me recuerda a la vida nocturna de Buenos Aires, donde la vida nocturna en los boliches se daba hasta las doce o una de la noche.

Es el turno de los compas de Medio Volumen, con quienes también compartimos escenario ayer en Cine Curto. “Duele más cuando no puedes decir lo que sientes”, arrancan los cachanillas con su sonido folk de tintes countrys. Las letras de Héctor te llevan por un viaje introspectivo, mientras que el sonido de la armónica y el requinto de Benjamín te transportan a una visión del viejo oeste, y entonces se vuelve preciso encender un cigarrillo, porque hoy esta cantina es para echar un whiskey y saborear que, contra todo, estamos aquí, respirando música.

El armonizador de voz de Héctor le da una atmósfera surreal a los cantos de estos perros de cantina. Felipe baila como puede en su silla, ya poseído por el poder de las sustancias etílicas circulando por la sangre, el ritmo lo lleva a querer danzar el blues: “…de este pobre soñador (…) sabes le dicen el Señor Galante”. Al fondo se ve a un morro recargado en el balcón de afuera, pensando en quién sabe qué cosa.

Me parece muy genial que tanto Héctor como Ben se metan de lleno en la canción: en este momento los dos tocan y cantan con los ojos cerrados, sumergidos en el universo western que los habita y que esta noche se manifiesta en estas “Cantinas de Fiar”. Canciones de amores trágicos y otros vicios, de las lecciones que nos arroja la vida.

Ahora Héctor activa una función de su armonizador que le pone una voz paralela a la suya, pero una octava (o dos) más arriba, creando un efecto de coro grandioso; eso y los requintos de Ben, que sube y baja haciendo escalas limpias, te envuelven en una emoción que refleja a un personaje (El Bandolero) sentado en una cantina en medio del desierto, pensando con melancolía en ese pasado que se fue. Algo así como lo que hacen los pescadores en El Pirata (Ensenada) o los hombres solitarios en El Belmont (Durango), personas que se hermanan por llevar la experiencia del sufrimiento de toda una vida en los ojos.

“Uno puede imaginar muchas cosas cuando está en la locura”, dice Héctor con acierto antes de empezar su último tema, mencionando que dentro de poco lanzarán un EP de 7 canciones donde contarán la caída y levantamiento de un peculiar personaje.

San Luis Río Colorado es una ciudad muy extraña, pues si bien está a unos cuarenta minutos (o menos) de Mexicali, aquí los relojes marcan una hora más. Pero es sorprendente cómo el público se aferra, pues aquí sigue firme, escuchando a estos músicos vagabundos a pesar de que ya son la 1:40 de la mañana. Ha llegado el momento para que el Ay Gregorio comparta sus cantos gregorianos. Momento de cambiar libreta por cuerdas: estamos listos para dar show.

POSDATA CULINARIA DESDE LOS PRIMOS EN SAN LUIS RÍO COLORADO

Caminar una ciudad te permite sentir el pulso de su urbanidad, ver con calma sus edificios, sentir cómo se desenvuelve la gente. “De pronto yo te vi”, cantan los Alameños de la Sierra, al interior de Taquería Los Primos. “Cuántos le damos pariente”, pregunta el taquero. “Écheme uno de cada uno por favor”, le respondo.

Viajar también es una forma de mantenerte presente, es un presente constante, un estar enfocado en la aventura de explorar y descubrir nuevos caminos. El taquito de tripa está poderoso. Pero sí, hay que conocer la calle, hablar con la banda, mezclarse, perderse un rato para en medio de esas transformaciones encontrar qué es lo que permanece , qué es lo que no desaparece: eso es lo que eres.

San Luis Río Colorado me recuerda mucho a Guerrero Negro, un pueblo que pude visitar a mediados de año, ambos de muy poca gente, lo que puede implicar mucho hermetismo o mucha familiaridad. “¿Le pongo verdura pariente?”. “Sí, si es tan amable”. Los tres tacos tienen su buen sabor, pero creo que el de tripa se mantiene como el favorito, luego le sigue el de asada y al final el de adobada. Los parientes despachan estómago tras estómago. De fondo la televisión pasa música norteña y cumbias. Afuera también hay personas comiendo en la barra donde cada tarde se sienta el sol. Casi todos venimos solos y comemos en silencio.

De vuelta en la calle pienso en el doble impacto que puede tener la soledad: por un lado representa una libertad absoluta, sin ataduras, pero eso mismo puede llevarte a sentir un profundo vacío, un ilusorio “no le importo a nadie”. Creo que lo prudente es el equilibrio: piérdete un rato, y ya que te encuentres, acá te esperamos.

Ya se siente el viento helado llegar. El sol está por ocultarse. Regresa la noche. Mirando lo desolado de las calles pienso que San Luis tiene el aire de esos poblados desérticos que luego aparecen en series como Breaking Bad. Su gente muy honrada, muy buena onda. Espero regresar pronto. De momento vamos de vuelta a casa: nos espera otro show en casa.