Por Octavio Escalante

Hace poco salió en los periódicos locales que un sobrino de Don Vergas había agarrado toda la banqueta enfrente de su casa y la cercó, y la verdad, hay que decirlo, le quedó especial para hacer una carnita asada.

No obstante sus aspiraciones, le cayó la policía inmediatamente, luego de las denuncias vía redes sociales de los vecinos que no podían caminar por esos nueve metros que, aunque son pocos, son de dominio público y da como cosita que se lo apropie alguien dispuesto a colocar dos grandísimas bocinas compradas en Elektra.

Ahora bien, esa nota me llamó la atención, porque era una síntesis de las playas cerradas que elegantemente dejan una pequeña puerta o pasillo para los que gustamos de ir a la playa, pero cierran la entrada a los carros y a los pangueros que todo el día se pegan una madriza para ir a trabajar.

Ahora mismo, Puerto Mejía está cerrado para los autos, con su elegante puertita para los de a pie pero sin el acceso a los carros. Acaban de sacar una app para denunciar este tipo de prácticas. Hay que usarla. Pero diario. Diariamente no vamos a la playa pero que se divulgue como la noticia del Covid el que una zona federal marítima u otra está siendo invadida.

Me da gusto, por otra parte, que conocidos pescadores de orilla amigos míos han lanzado ciertas denuncias desde sus muros de Facebook, y que los pescadores, que se podría decir que somos casi todos los paceños, aunque de ello no nos dé la vida, lo estén denunciando ya.

El mundo es un barrio.

Y aunque no sean un barrio las comunidades de pescadores, que se mueva como un barrio o al revés, que los barrios se muevan como las comunidades– no me parece mal deseo.

Quienes se sienten robados de una playa, no ambicionan tener una playa porque la adopten como su propiedad, como un particular que llega, compra, compra concesión y muere de viejo con un bloody mary en la mano. No, quien se siente robado es quien ha ido ahí toda la vida, como yo, que una vez en La Ventana me hallé una medalla de oro con la forma de la península.

Lo que se pierde no es una playa, sino una larga historia de nuestra vida, como para que vengan a obstruirla con un burdo cerco para vacas o un cerco empedrado de tipo gourmet. Mi infancia es gourmet, y la de mis conocidos, y estamos ahora, aquí, a tiempo, viejos y jóvenes, para defender esa memoria y este presente.

Quiero ir a pescar por gusto, quiero ir con una hielera a pasarla tranquilo, otros a trabajar arduamente trajinando el oficio del pescador, o caminar simplemente. No debe haber nada ante esa playa y ustedes que lo impida. No es voluntad nuestra nada más, es ley, y si eso no estuviera en la ley, habría que cambiar la ley.