Mario Jaime

Analizar poemas y escribir sobre ellos es imposible e infinito. Resulta en un remolino onírico que tiende a ser otro poema en prosa. Ya que la poesía literaria es filosofía en verso, no se puede sino ensayar y dejar volar pensamientos en confeti.

He leído el poemario del poeta mexicano Ulises Torres “La fe de las ballenas” y he caído en una atmósfera melancólica y adictiva, como cuando uno medita sobre un barco.

El poder de las palabras es hechizo, entonces, los poemas de Ulises funcionan. Ulises (¿nombre es destino?) ofrece una singladura desde sus letras.

Aunque su tesis sea la fe de las ballenas pienso que es más bien la fe en las ballenas pues desde el inicio hay un credo donde se debe consignar la fe en la sombra amarilla del cetáceo y su lomo de plata sucia.

Lo que se graba como un hierro al rojo es la adoración vehemente del suplicio de Jonás.

El poemario es un viaje en un ballenero del siglo XIX con ráfagas de conocimientos científicos actuales y semillas de cuentos viejos, con sabor a salitre. Para un diletante del mar, es delicioso imaginarse a Darwin, Tarsis, Estambul, Odiseo, el ámbar gris y las costas africanas o de Groenlandia como evocaciones clásicas.

Este libro debe leerse a bordo, con las hojas mojadas, al atardecer mientras se escuchan los gemidos de las olas en el casco. Y yo no sé si Ulises (el poeta mexicano, no Odiseo) haya escrito esto cerca del océano, en una sentina o sea solo un ejercicio mitológico desde su Guanajuato tan seco y ajeno al mar; pero logra con sus hechizos evocar el sentimiento tan pesado de la brisa y el aroma a altamar. Tal es el talento de los poetas.

Jonás resucita del vómito, de la boca del pez (que en la biblia es un pez no una ballena-quizá fue un tiburón olvidado-) pero se ha transformado en Cetus por errores de traducción en la Septuaginta, ignorancias biológicas a través de los siglos sobre todo en las interpretaciones inglesas o anglosajonas. Así pues, Jonás se transformó en el arquetipo del naufrago, del superviviente infernal ligado al tufo de un animal marino marcado -como Lázaro por el horror.

Tal vez por eso Ulises canta: las ballenas existen / para revelarnos el tamaño de la oscuridad.

Jonás mítico da paso a James Bartley, legendario.

James Bartley fue un marinero inglés del ballenero “The Star of the East”. Era  febrero de1891, Bartley tenía 21 años y era aprendiz de ballenero,  se navegaba por el Atlántico Sur. Al situarse frente a la costa de las Islas Malvinas, lanzaron los botes en pos de un cachalote. Herido por los arpones el leviatán volcó uno de los botes. Cinco hombres cayeron al agua.

Los tripulantes de los otros botes se lanzaron al rescate de sus compañeros, pero al llegar al barco se dieron cuenta de que faltaba uno. James Bartley se había ahogado…o eso pensaron.

Pasaron horas. Al atardecer los marineros vieron el cadáver del cachalote flotando y fueron a izarlo. Amararon el cuerpo al barco peor la noche cerrada impidió el trabajo y decidieron destazarla al amanecer.

A la mañana siguiente, todavía lanzaron un bote para buscar a James sin resultado.

Esa tarde, mientras destazaban al cachalote encontraron un bulto en su intestino. Al abrirlo encontraron al hombre desmayado, pero respirando. Los marineros lo reanimaron con agua helada. Cuando despertó, intentó golpear a todo el que se le acercaba, enloquecido tuvieron que sujetarlo a la cama de su camarote. Lentamente se mejoró. Lo único que recordaba, tras ser tragado por el cachalote, era que permaneció en total oscuridad, deslizándose lentamente por un conducto blando y viscoso al tacto, y que antes de perder el conocimiento, había sentido mucho calor. Pasó 36 horas dentro del animal. Fue su único y último viaje. Se dice que sus cabellos se volvieron blancos y quedó ciego -leyendas marinas- .

La historia pudo quedar así, marinera, poética de ron y noches cerradas, hasta que llegó un racionalista aburrido, el historiador Edward Davis que tiró el tinglado, demostró que los datos eran falsos, que todo fue un engaño.

No importa, la leyenda se ha mitificado y Bartley ahota vive con Jonás en el estrato de los símbolos, a falta de krill, profetas deduce Ulises Torres como una nueva aproximación a la ecología trófica del cachalote.

En los poemas hay un Jack Walrus -metamorfosis de Jonás, arponero ahora, vengativo-, me recuerda a Rodney Fox que fue brutalmente mordido por un tiburón blanco en Australia en 1963 y sobrevivió milagrosamente recibiendo 360 puntadas. Fox se convirtió en un enemigo acérrimo y en los siguientes años se dedicó a pescarlos de manera indiscriminada. Sin embargo, la epifanía llega tarde o temprano. Un día decidió que debía conservarlos y fue pionero del ecoturismo en jaulas, hoy, el anciano Fox es uno de los conservacionistas de tiburones más lúcidos. También recuerdo a nuestro Ramón Bravo que dejó de arponear cuando vio a los ojos a un mero enorme y entendió su dolor. Así, en arpón de doble filo, Ulises nos canta: Esa noche preparó su carne / pero no quiso comerla /había visto demasiado tiempo / los ojos de un animal.

Sí, hay un Jack y hay un Jacqs, no sé si son el mismo. No tengo claro si uno es un perro y el otro Jonás, eterno arponero perdido. En poesía, las letras transmutan egos. Pero uno está abierto, como ballena en la borda y el otro abierto, roto donde entra la luz, por eso hay un orificio / en la cresta de las ballenas.

Coloco el libro de Ulises Torres “La fe de las ballenas” (2021, Sindicato sentimental ediciones), no en la sección de literatura, sino entre Moby Dick de Melville, En el corazón del mar de Nathaniel Philbrick y Leviathan, la historia de los balleneros en América de Eric Jay Dolin. No puede tener mejor lugar.

Y si alguna vez las sirenas te llaman lector y te embarcas, recita esos poemas y entenderás la nostalgia del infinito.