Por Octavio Escalante

Hay un fantasma que recorre Sudcalifornia; es el fantasma de la fiscalización de los Premios Estatales Ciudad de La Paz 2023. ¡Escritores choyeros, «uníos»; o más bien: arrejúntense! Ante el requisito de presentar tu declaración fiscal para postular un poema, un libro de cuentos o una novela que hablen sobre algo que no está bien en la vida y que probablemente hayas escrito desde la precariedad del artista que no tiene un giro definido ante Hacienda.

Dramaturgos choyeros, arrejúntense, que no han convocado para esta edición de los premios uno de dramaturgia, lo que proporcionaría, al menos a uno de ustedes, unos 40 mil pesos y unas puestas en escena garantizadas, pese a que no se les haya dado la difusión debida a sus derechos futuros hace un par de meses, pero luchados desde hace años.

¿Pero cuál es el problema con presentar tu certificado o cosa parecida sobre tu situación fiscal? Bueno, quizá que choca un poco con la figura idealizada de un autor que pasa su vida no precisamente idealizándola, sino dándole de comer a su perro con las sobras de cáscara de huevo, o también con las sobras del dinero público otorgado a la difusión de las sesiones del Congreso.

Rimbaud, Revueltas, Bolaño, presenten su declaración fiscal por favor para que con los 40 mil pesos puedan comprar –¡Por fin!– un queso digno de sus humildes quesadillas, y seguir creyendo que lo que escriben perdurará al menos por veinte años. Necesitamos su firma digital, el escaneo de sus iris, y cuando mueran, exhibiremos ese mandala de sus ojos en nuestras galerías sin cobrar un centavo pero rellenando las obligaciones de hacer eventos culturales: ¡vean el iris impresionante de Bolaño! ¡Qué poder estrellado de sus ojos¡

Mientras tanto, en el calor del día sobre el pesero de la Ocho, con la libreta y una pluma Bic no parece improbable la insatisfacción que va descubriendo el nuevo escritor de 19 años al ver la declaración fiscal y la cuenta de banco «donde se vea su nombre», cuando tiene unos cuantos poemas como enredaderas de negros espaguetis en sus papeles.

Ay, da la sensación de que a los presuntos concursantes de cuento, poesía y novela los están tratando como a los funcionarios panistas de «la pasada administración». Dentro de todo, el maleficio de la duda nos inclina a pensar que los beneficios serán para el pueblo, ese pueblo en donde hay artistas gráficos que, algunos, rechazaron pintar las letras de conocido letrero, por tan poco dinero que obtendrían, en comparación a su primigenia hechura.

Barroco, lo admito. Churrigueresco y rebuscado, pero con vericuetos de verdad.

Otra sospecha se anida en mis ojos para alimentar crías de negrusco plumaje, y es que sería mejor hacerles la pobreza más fácil a los prospectos del concurso y no pedirles ni el iris, ni la perla del Mechudo, ni su genealogía de una vida financiera que más que vida parece un guardia de bar que va dando patadas para que te salgas de la fiesta donde todo –según dicen– está en orden para seguirse todos divirtiendo honestamente en orden.

Pero no se preocupen, lumpen de los artistas, que botearemos nuestras pequeñas cosas con la premisa de que eso no nos merece una consulta en el IMSS por una simple gripe, y entre los cantores, improvisadores de teatralidades o declamaciones la pasaremos bien en nuestras reuniones con el alma un poco llena, un poco vacía, que al fin el arroz abunda y las tortillas de maíz, así suban de precio, tienen esa versatilidad que nosotros tenemos para ir saltando por ahí de un platillo a otro, a veces bien fritos, ricos y crujientes, otras veces blandos con la esperanza de que un poco de carnitas michoacanas caiga sobre nosotros.