Por Octavio Escalante

Lee todo lo que puedas: los recibos del agua y la luz suelen provocar un ánimo intenso que te servirá para escribir. Roba lo que puedas pero no plagies, ya es suficiente con tener a un poeta malo, como para que repitas su trabajo. Roba, pero roba el asombro. Respecto a la bebida, bebe mucho, pero no bebas para escribir porque terminarás bebiendo sin escribir y dirán de ti que vivías como poeta pero no había más poético en ti. Si alguna vez las palabras salen a partir de la destrucción, márcalas, pero ten en cuenta que tarde o temprano habrá que volver a leerlas porque esas libretitas que llevas contigo suelen perderse en la misma juerga. Evita completamente estancarte en los versos sobre cuerpos que tienes idealizados, pero si hay lodo, atáscate y luego sal de ahí sin bañarte. La porquería que quede en ti te servirá para otras cosas y ya volverá a llover para echarte como puerco en esa poesía fácil, de la que sacarás un par de cosas valiosas por un tiempo. Sé inteligente, pero honestamente. Si hay algo que no puede fingirse es la verdadera inteligencia, y si hay algo que no puede disimularse es la melancolía dura de quien se metió en un camino del que ignoraba las innumerables muertes que lleva consigo. Si en algún momento de la noche te da por declamar un poema conocido ¡hazlo! Aunque estés con una bola de desconocidos que no querrán volver a verte. Si te da vergüenza después de hacerlo, será mucho mejor pues la vergüenza nos hunde y en el fondo también hay poesía. Vuélvete barroco si te da la gana. Pocas veces los poetas sentirán el éxito y al menos el clamor de las frases rebuscadas les dan cierta dicha, que no por ello significa que sean mejores que una poesía conversacional, una poesía del hablar cotidiano y de la que uno no se explica por qué nos llena tanto. Cuidado con no volver a leer tus textos, una cosa es la emoción y otra la palabra cuidada de quien quiere llegar a cierta altura que a pocos les importa. Pero a ti sí. Y eso es lo primero. Si tienes un don y sacas poemas que consideres buenos, bien por ti. Si no, no te apresures, hay poemas que van armándose por años y luego de que estés cansado o terriblemente enfermo quizá tengas la suerte de que lo encuentren en cierto cajón nueve años después de tu muerte. No confíes en la moda, a menos que tengas una empresa de ropa con miles de empleados mal pagados y vendas carísimas las prendas en los escaparates de la estupidez. Cuando estés tan herido que no puedas levantarte, no te levantes. Arrástrate. Vivirás arrastrado de cualquier manera, y sin embargo te darán algunos flashazos de alegría aquellos seres que has creado en tu mundo extraño. No los dejes morir, a menos que engorden más que tú. Cuando eso suceda, te será muy difícil deshacerte de ellos, pero dicen que vale la pena para dejar espacio abierto a otros recién nacidos. En algunas alturas probablemente ya te habrás dado cuenta de que era preferible otra ruta, y que doce mil versos que has escrito no valen la pena. O tal vez estés acomodado en lo que haces. Sea una u otra cosa, me pregunto si serás de los que sobrealimentan la miseria o saben hacer poesía de alguna clase de felicidad: esto último es de una maestría envidiable, siempre y cuando resulte algo legible por tercera o cuarta o quinta vez. Miente cuando puedas en la palabra, pero transparente contigo, pues demasiados versos transparentes le quitan textura al asunto y el saber que uno hace lo que le sale del pecho le da cierta gracia a la vida, aunque hiera. Por cierto, si has escrito un texto en prosa con algo que consideres bello poéticamente, resístete a convertir en versos verticales cada una de sus frases. No sabotees la única libertad que tienes. Y ten por seguro que no vas a engañar a nadie con ese truco. Hay algo en la poesía que tiene los rasgos de un agujero negro. Vacío, lleno de un magnetismo incomprensible que crea alrededor suyo un espacio oscuro al que no podemos acercarnos demasiado. Por lo general flotamos en la basura que queda fuera de sus gravedades.