Mario Jaime

Ella se mató intoxicada por la filosofía.

Leyendo sobre el romance entre Hannah Arendt y Martin Heidegger me saltó el siguiente párrafo de Karl Lówith:

“Heidegger era un hombre bajito y moreno que sabía hechizar a la gente…

La técnica de sus clases consistía en construir una compleja estructura de ideas que después desmantelaba para enfrentar al sobreexcitado estudiante con un rompecabezas

y dejarlo en un vacío.

Este tipo de brujería conllevaba resultados muy arriesgados:  atraía a mentes más o menos psicópatas, y hubo una alumna que se quitó la vida después de tres años de dedicarse a resolver rompecabezas”.

El subrayado es mío.

No he encontrado otra referencia a dicha alumna. ¿Cuál era su nombre? ¿Eras menos fea que Hannah? ¿Cómo hoja de abeto? ¿Qué método escogió para matarse? ¿Qué resentimientos secretos afloraron desde la ontología? ¿Fue una bala antes de la Walther PPK?

Más interesante es la afirmación de Lówith sobre mentes psicópatas. En un entorno en donde los nazis y los soviets brotaban como hongos, en el siglo más psicópata de la historia, el advenimiento de una filosofía oscurísima contra ilustrada parece ser la escenografía de un teatrino de pesadilla.

Tres años intentó su alumna descifrar la interrogación que le plantearon. Al final sucumbió al abismo. ¡Qué evocaciones narrativas surgen de ello! Un acontecimiento así perdido en biografías que se enlazan hacia otros bosques.

Tampoco encontré referencia a esta anécdota en la biografía de Safransky, el maestro de Alemania. Hay personajes que se pierden en la bruma, y su situación puedo haber sido un caos supremo. ¿Quién fue la muchacha triste, desquiciada? Vínculos entre masacres y conceptos. ¿Una gata callejera intoxicada con fantasmas? ¿Cómo y desde cuando el veneno del maestro fluyó en los pares craneales?

El fuego del pensamiento causa tales incendios… ¿no seremos psicópatas entonces los que nos apasiona tal combustión?

En su novela “La sombra de Heidegger”, José Pablo Feinmann adora a este pensador como una necesidad existencial, el protagonista aconseja a su hijo así: “No transcurras por este mundo, no vivas tu vida sin leer Ser y tiempo. Este mandato se basa en uno mío y no debería ser transferible” y luego continua: “Acaso Heidegger, su grandeza, sea también eso; la certidumbre de no alcanzarlo jamás, el espectáculo de una mente inaccesible…”

En su apasionado estilo, Feinmann nos da una posible clave de la atracción del maestro, locos siguiendo a locos.

¿Qué tenía Heidegger para ser tomado como un referente de la realidad sustancial? ¿Fue por su metafísica convertida en una nueva ontología?  ¿Tiene que ver la potencia del abismo hacia un significado trascendente?

Antes de suicidarse, Paul Celan dejó una carta inconclusa a Heidegger en donde le reprocha haber debilitado lo poético. Curiosa acusación de un entusiasta del maestro al que nunca le perdonó su silencio sobre la Shoah. ¿Tiene tanta importancia lo que un profesor piense sobre las experiencias horriblemente reales de los padres de un poeta que fueron masacrados en campos de exterminio?

Para Celan sí. Al ser un poeta, entendía que el lenguaje es un hechizo de suma importancia y consideró a Heidegger como el filósofo más importante del siglo. Al admirarlo, le chocaba la hipócrita ambigüedad de su ídolo respecto a sus posiciones políticas anteriores.

Leer a ese hombre podría entonces encender una hoguera, imagino lo que debió ser escucharlo en un aula.

Hojeemos Ser y tiempo, lector. En el apartado de El modo de ser de la verdad y la presuposición de la verdad, el maestro escribe: Un escéptico no puede ser refutado, de la misma manera como no se puede “demostrar” el ser de la verdad. El escéptico si fácticamente es en el modo de la negación de la verdad, tampoco necesita ser refutado. En la medida en que él es y se ha comprendido en este ser, habrá extinguido, en la desesperación del suicidio, el Dasein

y, por ende, la verdad.

Jorge Eduardo Rivera comenta este párrafo así:  Quizás ha habido más a menudo escépticos de lo que la argumentación antiescéptica pretende. Pero estos “verdaderos” escépticos —

si los ha habido— han debido suprimir su existencia en la desesperación del suicidio.

¿Fueron estos meandros los que hicieron desesperar a esa alumna sin nombre?

Jung escribió que donde reina la sabiduría no hay conflicto entre pensar y sentir. Entonces la filosofía no es sabiduría, ni filosofar lleva hacia ella. Vaya paradoja etimológica, se ama algo que no se alcanzará por medio de su acción.

¿Es la filosofía fango de palabras bajo las meninges y una aguja?

La realidad no está compuesta de ideas, sino de moléculas y las moléculas se enajenan con ideas. La filosofía solo es fantástica ficción, pero el ATP y la fosforilación bullen debajo.

Ahora ella yace como sombra perdida en un párrafo y me ha obsesionado. Ya nadie recuerda su aroma, ni la angustia de avalancha, ni los besos o mordidas hacia una corteza abandonada donde los escarabajos luchan.

¿Será la filosofía solo es un eructo hipócrita y senil que jamás debería infectar a una muchacha?