Aquí –aquí en la vida– algo difícil es el descubrimiento a la mediana edad. Los ladrillos están puestos y apretados entre sí con el cemento de la infancia, que otros habrán mezclado para nosotros. Pero una –o un par de oportunidades se presentarán para el otro o los otros grandes descubrimientos que nos esperan en el tiempo de una vida.

Habrá unos que serán sólo cambios de perspectiva. Otros, más desconcertantes, tendrán que ver con nuestra naturaleza y golpearán con un marro lo que creíamos que éramos hasta entonces, cuando el descubrimiento se presenta para ya no dejarnos vivir como antes.

De esto se trata BORDER. ¿De esto se trata?

La furia, que yace en el fondo de nosotros, podrá aparecer en la forma de una felicidad furiosa o de un odio plácido contra lo que nos había encerrado todos esos años sin darnos cuenta demasiado de ello, emplastados nuestros sentimientos por el cemento que otros mezclaron para nosotros durante la infancia.

Que no nos admire tanto el entender un día que la más humilde de nuestra existencia tiene la cuchillada profunda, que ha sido adornada por el engaño. Y lo que nos dolía –que no sabíamos qué era– se trataba no de otra cosa sino de esa profunda cuchillada de la niñez, a la que nos habíamos acostumbrado.

Habrá, de cualquier manera, una escena sin previo aviso en la que gritaremos de contento, bajo la lluvia y sumergidos en el lago, al develar lo que estaba aplastado por un fango pesado y salpicado de humillaciones veladas.

Y en ese momento comenzará la música, aunque se apague luego.

«No deberías escuchar mucho de lo que te dicen los humanos», se oye por ahí, imperativamente antes del descubrimiento.

La timidez férrea, digamos, a veces nos confunde y hace que pensemos que vale la pena hacer «lo correcto», pero ¿qué zorro, qué alce o qué jaguar creerá, así fuera por pura casualidad, que lo que hacemos es «lo correcto»? ¿Qué serpiente?

Y sin embargo, ¿no sigo solo después del descubrimiento? No lo sé. Pero acaso solo en mi descubrimiento, y eso vale la pena.