Mario Jaime

El Amor no tiene otro deseo,

que el de satisfacerse a sí mismo.

Gibran Khalil Gibran

El océano hace cuatro mil millones de años.

La atmósfera rojiza expande su veneno.

Amoníaco repleto de ardor y furia. Entre nubes conflagrantes se divisa el caos. Las aguas brotan amenazando los picachos que desprenden gritos secos y fragor.

Océano negro, harto de colisiones, bulle. Temperaturas que escaldan y escupen chorros, chispas, burbujas, lancetas de ácido. Los cráteres bostezan y sus esfínteres ardientes tiran cerrando fauces de fuego.  Ignipotencia.

Los rayos solares no encuentran resistencia y provocan llamaradas ingentes al contacto con los relámpagos. Explosiones aéreas. Humo. Crescendo y pasión descontrolada. Pocas veces hay calma.

Las auroras se derraman sobre las calvas testas de las salientes. La noche es la Nada cósmica. Vacío roto por los estallidos que se nublan en las sombras. Rugen las nuevas montañas precipitándose al abismo. Las capas entrechocan y cruje lo heterogéneo aspirando nitrógeno y sales.

Frenéticas danzas, fractales fracciones.

Cacofonías buscándose. Las nubes se agolpan. Llueve acritud mineral. El diluvio se mezcla con la desnudez. Las cuencas se llenan poco a poco congregando un himno a la soledad.

La entropía reina, arroja elementos, desparrama, hiende la arcilla del fondo. Bajo el haz de la luna hay remansos ultravioleta y partículas que chasquean. Es ruido insoportable por lo mudo. Así penetra el frío de la madrugada. Los vientos barren la superficie atónita y de vez en cuando saltan borlas doradas pintarrajeando efímeramente lo eterno. De las grutas submarinas saltan espectros. Son pedazos, trazas de carbono y enlaces súbitos. Dedos de granito esculpen en sellos y limo.

Amanece.

El sol renace furioso. Difumina su majestad rasgando la piedra. Desiertos de cascajo. Cuarteados montones de polvo y olvido. La marea sube, pero no puede apagar la sed. Los vapores ondulan.

Otra vez comienza, pero no será como ayer. Todo se enfría imperceptiblemente. La lluvia sigue. Las ondas se van encontrando barreras.

Un grito anuncia el vahído. Los remolinos se pudren. El sol carcajeándose en el cenit. El mar se arroja desesperado para enfriarse, pero dentro de su horno la química se afianza.

Materia que dura un suspiro. Las condiciones permiten la formación de moléculas.

Pero en el rincón de lo invisible la Soledad y la Entropía destazan las uniones. Todo colisiona y se olvida. Gana la Nada. Es su reino, su juego sádico de obstrucción e impiedad. Incipientes notas que agonizan en el mismo instante del nacimiento.

El universo se jacta. ¿No habrá esperanza?

De pronto sucede.

Una molécula surge acuciada por los enlaces de energía. Vuela entre el turbio maremagnum de repercusión. Su existencia será igual a las de sus hermanas. Quizá menos de un nanosegundo. Va por ahí, sin saberse. Pura, predestinada. Rueda y siente la vibración de un relámpago que acaba de estrellarse contra la superficie. Entonces cae dejándose absorber por la gravedad.

Otra molécula, en otro punto, aparece como un destello suave. Va triste, es más lenta que sus congéneres. Es un adagio de azúcar. No sabe de destrucciones y se lanza al torbellino en un repentino acceso de optimismo. Finta meteoros, gases y busca una fuerza antes de destruirse a sí misma.

Entonces cae y choca contra la primera molécula. Las dos se palpan. Se abrazan. Es ahí donde tendrían que colapsarse.

Pero algo sucede. ¿Qué es esto? Se atenazan, se han encontrado en lo primigenio y una luz prende su potencia. La primera se aterroriza de la magnitud, la segunda pugna por morir. Entonces la respuesta: ¡Es el amor!

Se necesitan, se precisan y algo de pronto las concientiza contra lo único que las puede separar: la Soledad cósmica, la Entropía, la Nada. No tienen tiempo para ser felices. Requieren de una estrategia para perpetuarse, para escapar de la solitud. Entonces el amor atrae con su majestuosidad a la única fuerza que no cayó en la física de lo malvado: la Magia.

El amor la ha evocado.

Y en menos de lo que dura un pensamiento han creado un código, una línea que alcanza la divinidad. ¡Han derrotado a la Soledad! No se han vuelto una unidad sino que han inventado su propio universo. Son los rebeldes que anhelan, que luchan, que saben y para los que nada significa la palabra:  Imposible.

¡Ha surgido la vida!

Serán eternos. Irradiarán formas nuevas, experimentarán, moldearán paso a paso, con calma, pero sin descanso. Probarán todo, cilios, raíces, flagelos, alas, escamas, proteínas, lentes, vejigas y esporas. Es armonía, anti-caos, orden rebelde, inefable, puro. Modificarán la propia Tierra, esculpirán espumas, conquistarán todo terreno y se abrirán paso contra la obscuridad. Tienen un sólo motivo: su amor y un sólo objetivo: jamás volver a la soledad.

La Nada se enfurece, nunca consideró la singularidad que se le opondría y ya no puede hacer sucumbir.

Porque cada vez que la obscuridad, el violento desconcierto y la desesperanza traten de aniquilar a los ángeles, una fuerza, palabra significante, verbo, soplo, bondad y fantasía le opondrá una resistencia serena. Lo implacable caerá con un suspiro.

La vida es sinónimo de amor desde su origen. Sueño contra la entropía.

Flotando, las dos moléculas se besan en un poder que saben, será infinito.