Mario Jaime

En la última década del siglo XX, los fanáticos estaban frustrados por los cambios del juego.

Pero a finales de los años 90 surgieron jugadores gigantescos, hiper musculosos que empezaron a destrozar las pelotas volándose la barda de forma continua. 

En 1998 el primera base de los St. Louis Cardinals, Mark McGwire se enfrentó en una Carrera feroz de home runs contra Sammy Sosa de los Chicago Cubs. A punto de alcanzar el récord de más homeruns de Roger Maris, el fervor de los EU por el beisbol regresó. Sosa conectó 66 cuadrangulares, pero McGwire hizo historia al alcanzar 70.

Pero los que se llevaron la temporada fueron los Yankees de Joe Torreganando 115 juegos y barriendo en la Serie Mundial al San Diego. 

En el año 2001 el gigantesco Barry Bonds pulverizó el récord de McGwire que solo duró 3 años. Home run tras home run, Bonds alcanzó los 73 cuadrangulares para ostentar la nueva marca.

Barry Bonds se convirtió en el mejor vuelacercas de la historia

En el 2004 el japonés Ichiro Suzuki de los Seattle Mariners rompió la marca de hits alcanzando 262 en una sola temporada. 

Esta época también fue el escenario del final de dos grandes maldiciones, en el ideario mítico del juego.

La maldición de la cabra persiguió a la Chicago Cubs que había ganado la Serie Mundial en 1908. En 1945 volvieron a jugarla contra el Detroit. En el cuarto juego de la serie un inmigrante griego llamado Billy Sianis compró un boleto para su cabra “Murphy”. Pero el personal de seguridad del parque lo echó a instancias del dueño del Chicago por la pestífera presencia de la cabra. Sianis clamó a los cielos que los Cubs jamás volvieran a una Serie mundial.

Desde 1945 hasta 2017 jamás pudieron alcanzarla, pasaron generaciones, año tras año los fanáticos echaban la culpa a la cabra. En 1984 el equipo llegó a los playoffs frente a los Padres. Habían ganado los primeros dos juegos y en el quinto juego la bola se le pasó de largo entre el guante a Leon Durham. Después del error, los Padres metieron 4 carreras y el Chicago fue eliminado. En el sexto juego de la serie de campeonato de 2003, estaban a 5 outs de volver a la Serie Mundial contra los Marlins cuando una pelota fácil de foul rumbo a tercera fue desviada por un aficionado. Los Marlins anotaron 8 carreras seguidas y al día siguiente eliminaron al Chicago. El hombre que había desviado la pelota fue Steve Bartman que se convirtió en una figura mítica e infame, sus compañeros lo culparon de la debacle al interferir el guante de Moisés Alou. Bartman tuvo que  esconderse del populacho y pedir protección policiaca para no ser linchado por la turba.

Los aficionados trataron de romper la maldición. Durante muchos años llevaron cabras al juego, colgaron cabras muertas de estaturas, rociaron el parque con agua bendita y hasta hicieron explotar la pelota con la que jugaron en 2003.

La maldición se rompió en 2016 cuando los Cubs ganaron la Serie Mundial en 7 juegos contra los Indians.

La otra maldición fue la del Bambino. Cuando los Red Sox vendieron a Babe Ruth a los Yankees en 1918, el Boston no pudo ganar de nuevo una Serie Mundial. El dueño del Boston vendió a Ruth por   $100 mil dólares y con ese dinero produjo una miserable obra teatral titulada My Lady Friends. Varios hechos confirmaron la maldición como cuando en 1978 el Boston llevaba 14 juegos de ventaja al Yankees pero perdieron la división o en el infame 7mo juego de la serie de campeonato de 2003 siempre contra los Yankees. Boston ganaba 5-2 en la octava entrada, el manager Grady Little cambió al lanzador, en vez de poner a un relevista metió a Pedro Martínez, que cansado permitió 3 carreras. En la 1va entrada Aaron Boone conectó un walk off homerun dejando en el terreno al Boston.

Los aficionados trataron de romper la maldición. Un montañista subió una gorra de los Red Sox al Everest, otros quemaron gorras de los Yankees, un pitcher sugirió exhumar el cadáver del Bambino y pedirle perdón.

La maldición se rompió de manera espectacular en 2004 cuando el Boston remontó la serie de campeonato contra el Yankees al ganar 4 juegos seguidos después de perder los 3 primeros. Al final derrotaron en la Serie Mundial a los St. Louis Cardinals.

Una sombra se posó sobre las Grandes Ligas ante el espectáculo de musculosos que destrozaban la pelota. La sospecha de tomar esteroides no gustó a todos los aficionados. Varios hechos destaparían la cloaca.

En 2003 Steve Beclher, lanzador del Baltimore se desmayó en una práctica. Su temperatura alcanzó los 42 °C. La autopsia reveló que Bechler había tomado efedrina para bajar de peso. Se prohibió esta sustancia pero se abrió la caja de Pandora.

En 2002 Ken Caminiti confesó que había tomado esteroides para ganar el jugador más valioso. En 2004 murió de un para cardiaco a los 41 años.

En 2005, José Canseco publicó el libro “Juiced: Wild Times, Rampant ‘Roids, Smash Hits & How Baseball Got Big” en donde admitía haber tomado esteroides y que su uso era muy común entre los jugadores. El Congreso de los EU investigó el asunto y emergieron historias de los jugadores más prominentes entre los que destacaban Barry Bonds y Mark McGwire. El bateador Rafael Palmeiro fue suspendido por 10 días y se supo que el gran Roger Clemens, uno de los mejores pitchers de la época había tomado hormonas de crecimiento.

El escándalo dividió a la opinión pública. Para unos, los jugadores que se inyectaron esteroides y promotores del crecimiento eran unos tramposos y deberían ser castigados, sus récords puestos en duda y su legado puesto en duda. El chivo expiatorio favorito fue Barry Bonds, probablemente el mejor bateador de la historia. Su carácter huraño no le ayudó. Acusó a los Piratas de racismo, insultó y desdeñó periodistas y compañeros En 2007 ningún equipo lo contrató a pesar de estar en buena forma física. Las ligas mayores lo traicionaron. Abucheado por las masas, ridiculizado en caricaturas, series de tv y películas, los propios moralinos lo satanizaron. El siete veces jugador más valioso ni siquiera alcanzaba el 40 % de los votos para entrar al salón de la fama aunque ya en 2022 alcanzó el 66 %…pero no fue elegido.

Para otros, es hipócrita culpar a Bonds y cerrar los ojos al uso de sustancias a lo largo de la historia de la liga. Por ejemplo, en 1961 Mickey Mantle recibió inyecciones de su médico Max Jacobsen, que incluía un coctel de esteroides y anfetaminas; asimismo jugadores legendarios como Mike Schmidt y Goose Gossage han afirmado haber consumido anfetaminas durante su carrera.

De todas formas, la liga no prohibió los esteroides hasta 2005, lo que significa que ni Bonds ni Sosa ni Canseco ni toda la pléyade inyectada fueron contra las reglas. Su condena es simplemente ética por parte de puristas mediocres. En 2010 Steven Hoskins testificó en un juicio por perjurio y obstrucción de justicia del gobierno de Eu contra Barry Bonds, lo ridículo es que el testigo nunca fue “testigo” de que Bond se hubiese inyectado.

Ni Clemens, ni McWire, ni Sosa hay sido elegido para el Salón de la Fama, quizá en u futuro menos moralino, alguien se decida a juzgar el talento y los logros.

Aun así, el negocio se incrementó. Por ejemplo, los Yankees alcanzaron un valor de $ 3.4 billones de dólares y los Dodgers $ 2.5 billones. En el 2017 los Dodgers pagaban a sus jugadores $ 266 millones de dólares mientras que los Houston Astros $ 150 millones. En una competencia capitalista las diferencias entre equipos también resultó ridícula, por ejemplo; el estrella de los Dodgers Kleiton Kershaw ganaba $ 33 millones de dólares al año mientras que el salario combinado de 25 jugadores del San Diego Padres es de $ 29 millones.