Mario Jaime

El beisbol no sirve para nada.

Las cosas más bellas que han creado los humanos son inútiles. El darle una utilidad a algo diluye su belleza.

La música sagrada es sublime cuando nos deleita o conmueve, pero ya como musicoterapia pierde potencia.

El beisbol implica rituales inútiles que ni siquiera son funcionales para el mismo objetivo del juego pero sin ellos, perdería profundidad. ¿Para que usan gorras los beisbolistas en un mundo de juegos nocturnos con luces artificiales? Pero ¿es lo mismo el beisbolista con gorra que sin ella? ¿Para qué sirven las medias? ¿Para que escupen los jugadores durante tres horas después de mascar goma o tabaco? ¿Es necesario beber cervezas durante tres horas? Pero ¿qué sería el juego sin la bebida dorada?

¿Existe una vida tan inútil y hermosa como la de hombres adultos jugando con un uniforme incómodo, una pijama estrambótica, golpeando y cachando una pelota? No son conquistadores, no son policías, no son médicos, no tienen ninguna función social…sólo son niños mentales sintiendo placer o dolor por conectar un hit o ganar un partido.

Es un poema en donde el tiempo no importa.

Un viejo kamikaze me dijo que la guerra es como el beisbol, casi no hay acción, la mayoría del partido se va entre pausas desesperantes pero que, irónicamente, hacen disfrutable el juego, sin prisas, como un espacio cronoseguro, congelado en la cuarta dimensión.

Es demasiado negocio para ser deporte y demasiado deporte para ser negocio, como cantó el Mago Septién.  Los Yankees de Nueva York valen más de 5 mil millones de dólares, más que el PIB de países como Burundi y Somalia.

Juego que propagaron los marines estadounidenses por los puertos de la China, Corea, Japón, el Caribe y México. Espejo del imperialismo decimonónico y del Destino Manifiesto.

Deporte matemático, obsesión poética.

Cada partido puede ser una epopeya, la historia del deporte una saga que los mejores poetas son incapaces de abarcar.

Es una historia de spikes afilados y escupitajo nervioso. De gorras bajo el sol e ilusiones infantiles que se encarnan en hot-dogs. De curvas y de sliders. De cómo un milímetro es la diferencia entre la Gloria y el Infierno. De héroes, villanos, tramposos  y chivos expiatorios. De brazos fracturados, de ladrones y milagros. Crónicas de lo efímero. De un ajedrez humano, de errores y números helados. De butacas frustradas bajo lluvia. De señales y maderos que se trozan. De apostadores arruinados, lances improbables y receptores de hierro. De infartos con dos outs. De almohadillas descosidas y de cómo, después de que la polvareda se aplaca, sólo queda un montículo olvidado. Esto es de béisbol y sólo béisbol como odisea. Porqué es el único ritual en donde un equipo gana cuando los más de sus guerreros retornan al hogar.