Mario Jaime

Un pulpo juega una partida con un cangrejo en el fondo del mar.          

El cefalópodo con sus nueve bulbos cerebrales bajo el cráneo de cartílago bulle combinaciones y su presa potencial sujeta las fichas con la pinza. El crustáceo calcula y sus ganglios nerviosos son un hervidero de ráfagas que cruzan los gigantescos axones.

A la izquierda, el pulpo cambia su tonalidad, ahora se difumina en manchas doradas sobre una piel blanca. A la derecha el cangrejo, ha encontrado una concha nueva, es un ladrón, oportunista, se agazapa como pera corácea y sus ojos se eyectan a ambos lados de un casco tumoral de quitina.

La luz del sol penetra en un centroide especular, como una mancha blanca que focaliza ciertos habitantes. Algunos peces danzan ajenos al drama ajedrecístico. Alrededor de los rivales, la luz se agota, el agua convoca oscuridad como explosión de tinta que se cierne en una nube tenebrosa. La superficie, desde abajo, es un celaje. 

El cangrejo es circunspecto pero no cobarde. Sabe que su contrincante puede despedazarlo con el pico córneo. Empero, se la juega estoico. ¿Jugarán el derecho a devorar y ser devorado? O simplemente una partida amistosa en un mundo impío.

Ambos tienen la ventaja del misterio. No tienen rostros que descubran sus ánimos. El pulpo puede actuar iluminándose en una orgía de cromatóforos, el anomuro esconde detrás de su cota cualquier señal de alarma o neurastenia.

Ocho tentáculos contra diez artejos. Ambos exhiben sus cuerpos asimétricos, uno blando, el otro falsamente duro. El molusco enarbola un pez muerto, lo levanta amenazante, excitado. Como un báculo de carne, quizá lo atrapó al vuelo- disculpe el lector, al nado- a mitad de la jugada.

¿Cómo llegó el tablero al fondo con todo y trebejos? Quizá lo lanzó un marino o un profesional que perdió una partida a bordo de un buque millonario.  Quizá las piezas se dispersaron y un pulpo enamorado las buscó hasta juntarlas y reconstruir las reglas de un inmortal proceso.

La posición intriga. Primero, el pulpo juega con negras, el anomuro con blancas. Segundo, yacen al  final de la partida. Antes hubo masacres, el tablero está casi vacío, lucen sus escaques limpios reflejando el haz solar que ha visto tantas cosas como para volverse dios e iluminar el mundo. Dos peones negros en b7 y a7. Nunca salieron a la gresca, pasaron dormidos o expectantes el transcurso de la batalla.  El rey en e7. Otro peón en curso de g7 a g6. La torre en f1 logrando el jaque. Tal, la posición del pulpo. Ahora, sin respeto alguno por las reglas, el pulpo abraza el peón de b7 junto con otra pieza misteriosa que no está en juego- quizá añore su captura- y al otro extremo del tablero tiene en la punta de su brazo al peón rumbo a g6, algo absurdo pues su rival está en jaque, por lo tanto no es el turno de nuestro molusco. Tocar dos piezas es ilegal, pero qué importa la legalidad en este día tropical, ni siquiera el tablero fue colocado de forma correcta. Situaron las piezas sin ningún recato,  no les interesaba apuntar los movimientos.

Si el lector coloca las piezas en las coordenadas descritas se fijará que la torre negra está en escaque negro cuando debería estar en un escaque blanco. Al cangrejo le quedan sólo cuatro piezas, su destino es la derrota. Tres peones petrificados en a2, b2 y c2, este último ha caído, pero no en batalla, sino como atalaya rendida, metonimia de la ruina.  El cangrejo, con dos artejos, en movimiento tierno, levanta su rey. ¿Para arrojarlo al abismo y aceptar el fracaso o para evitar el jaque ante la inminente humillación? Está clara la victoria de las negras, del cerebro del pulpo sobre el ganglio del cangrejo. Pero el rey negro está cayendo por un ex abrupto del pulpo que se lanza hacia delante. ¿Capitula de forma inexplicable? ¿O simplemente destroza el juego en medio de su entusiasmo? La hipótesis de que han estado moviendo las piezas sin recato no cabe, pues la posición es francamente el residuo de una partida  de ajedrez con movimientos precisos, atenidos a las reglas, aunque estas no se respeten en la periferia. Como dos niños jugando a lo loco, pero sabiendo.

Entre c5 y c4, territorio yermo, hay una mancha ¿de tinta? El pulpo ha estado más que excitado a lo largo de esta jornada. No ha sido una partida pacífica. Vaya a jugar contra un carnívoro que sin piedad puede abalanzarse sobre usted ante la furia de cualquier accidente. No tengo claro si es macho o hembra. De cualquier forma es virgen y eso le hace más peligroso.

Podría ahora barajar  posibles interpretaciones. Símbolos de una crueldad natural, la guerra interminable entre el depredador y su víctima, lo metafísico del devenir proteínico, la inteligencia como valor interespecífico y un montón de  variedades que me harían ver como un académico consagrado a la hermenéutica; pero se me acaba el aire del tanque y tengo que emerger.

Quédese para mañana.