Por Octavio Escalante

Una casa abandonada ahora, que habité por un año, salta sobre mí el sentimiento de ir a visitarla. Así se van haciendo barrios enteros de tantas casas que hemos habitado con palabras, recostados o cocinando en ellas sólo a veces porque nos invitaron a ellas y las vendieron, pero ahora están deshabitadas y les crece la yerba por todas las paredes, como una cosa no fea sino llena de dejadez.

Barrios enteros en mi corazón de casas que quise y ahora están habitadas por otros inquilinos. Digo inquilinos, no dueños, porque va andando la cuestión de las viviendas en las que nos aposentamos por cierto tiempo y pesa a sus cuadros interiores y a los utensilios bellos por el uso de sus cocinas, nos vamos, vivos o muertos.

No cabe aquí la frase de «cómo me duelen esas casas…» etc. No. No es un cómo me duele. Es más bien un dolorsito fino y puntiagudo, no el cuchillazo de lo que se deja de una sola vez luego de tocar la hoja entera del acero que por un lado tiene el filo fatal de una cuchillada mientras el mango de bambú nos acaricia.

Y por ahí va la cosa de la vida. Por ahí va, digo, porque no sé en qué código postal ni colonia ni calle se ubique, sino en la que tengo para mí con el google maps caótico de mi memoria sentimental.

Aaaaay Jeshua Ha Nozri, tú dices ser el Meshias!!!!! Buaaaah me rompo la camisa.

No no, no no, yo sólo vengo a comprar algo más al oxxo con una cara entre de festejo y entristecida por lo cotidiano y por lo nada cotidiano de las partes de lo cotidiano en lo que se ha convertido todo esto.

Escúpanle en la cara.

Menos no me merezco.

Adonaí, ¿por qué me has abandonado?

Nunca dije que te salvaría. ¿Acaso el cocinero le promete al cordero que lo salvará de su destino de ser tacos con salsa para toda esta muchedumbre enardecida?

Non me tangere: no es que haya resucitado pero no quiero tampoco que te infectes con mi cuerpo muerto.

Ay. Esos lugares donde hemos vivido y a los que les hemos tomado cariño y que nos gustaría visitar y lo hacemos de vez en cuando, desde lejos cuando hay una familia dentro o desde dentro cuando están deshabitados aun y nos brincamos la cerca para observar la cama polvorosa donde dormidos, o los muebles donde todavía queda una taza o una figura.

Así es mi sangre y probablemente la de ustedes, que impulsa su flujo hasta el pasado y del pasado al presente y al futuro nos revuelca cuando nos detenemos a pensarlo, el revoltijo apenas controlable poco a poco con lo habitual, con el orden de las cosas horarias, con el amor seguro, con la sobriedad, con el descanso en una silla luego de que nuestro corazón nos avise de una explosión. O cosa parecida. No seamos dramáticos, nos pasa a todos y aun así sonreímos.