Mario Jaime

¿Quién no ha deseado matar a su contrincante después de perder? Llevar la partida del símbolo a la realidad más vil. Verter la sangre más allá de una batalla matemática.

En el cuento de Ambrose Bierce, Moxon’s Master, un robot asesina a su programador cuando este le derrota.  Abundan películas, novelas y relatos sobre asesinatos ligados al rey de los juegos como La tabla de Flandes de Pérez Reverté o el filme Knight Moves de Carl Schenkel en donde en la primera escena del match entre dos niños genios, uno se desquicia al perder y ataca con un punzo al ganador.

Los escaques de la ciudad es una novela de Brunner donde ciertos asesinatos siguen el patrón de una partida jugada en 1892 entre Steinitz y Chigorin. En la novela de Agatha Christie, Los gran cuatro, un gran maestro muere electrocutado al mover un peón. El asesino conectó el tablero a ciertos cables desde el piso de abajo en una trampa mortal.  

Pero más allá de la ficción literaria, en los estratos materiales de la realidad. La muerte violenta a veces se ha ligado al ajedrez.

Un asesinato de sangre azul lo protagonizó el hijo de Pipino. Este muchacho se enojó al perder repetidamente con el hijo del príncipe bávaro Okarius. Al perder los estribos después de su última derrota golpeó a su rival en la sien con una torre. El principito murió en el acto.

En 1994 Vernie Cox dio mate a Martin Wirth que no soportó la derrota, tiró el tablero con sus piezas, derrumbo sillas y mesas, se largó a su casa para volver acto seguido con una pistola y de dos tiros mató a Cox.

En 2003 Simon Andrews  intentaba concentrarse en la partida pero su rival Jerry Kowalski no dejaba de parlotear. Harto de la situación, Andrews sacó un cuchillo que escondía bajoel sofá y lo enterró en el cuello de su rival.

En 2008 David Christian estranguló a su compañero de cuarto Michael Steward, en 2009 Joseph Groom clavó una espada a Kelly Kjersem…y así podríamos enumerar cientos de casos en donde la ira  homicida reina a través del juego.

Cuando el emperador de la China Wen-ti se enteró de que dos jugadores extranjeros llamaban “emperador” a una pieza de ajedrez les mandó decapitar.  ¿Cómo es posible que tan noble título se asociase a un vil juego de mesa? Inmediatamente prohibió el juego en toda la China. Ahora, Wen ti significa “mandato celestial” y hay más de una decena de referencias a distintos gobernantes míticos o históricos que reciben este título. Seguramente no fue el Wen ti Han, del siglo III pues se considera el emperador más benévolo en la historia y condenar a muerte por un juego de ajedrez no concuerda con su fama. Probablemente tampoco sea el dios de la literatura, este Wen-ti ha reencarnado 17 veces en la historia y mandar ejecutar a dos ajedrecistas estaría fuera de su gloria divina. Quizá fue Wen ti Chen o quizá Wen ti Sui, ambos del siglo VI, ambos viviendo en periodos bélicos y de torturas legendarias. Amén, este Wen ti al ver al “rey” tallado en efigie, mandó que las piezas se redujeran a fichas pintadas, para no repetir la blasfemia.

Un hecho clásico en las tramas del género negro sucedió en la realidad como una partida tejida finamente. William Herbert Wallace era un agente de seguros de 52 años, con rostro de ratón enmarcado por dos gafas redondas que tenía una afición; el ajedrez. El 19 de enero de 1931 se dirigió al Central Chess Club en Liverpool. Llegando, el capitán del club le dio un mensaje dejado por un tipo misterioso que había llamado por teléfono. Un tal R.M. Qualtrough citaba a Wallace para la tarde siguiente en el 25 Menlove Gardens, Este. El asunto era un negocio relacionado con los seguros de vida.

Al día siguiente Wallace se dirigió a la cita sólo para darse cuenta de que dicha dirección era falsa. Existían 25 Menlove Gardens del Norte, del Sur y del Oeste. Pero no del Este. Pensó en un error, pensó en una broma. Así que tomó el tranvía y se dirigió a 25 Menlove Gardens Oeste. No encontró el número deseado y preguntó a una vecina si conocía al señor Qualtrough. Nadie había oído hablar de él. Así rondó cerca de una hora hasta que decidió que la broma era de mal gusto.

Regresó a su casa al filo de las 20: 45. Las puertas parecían obstruidas y no pudo entrar. Se dirigió a la parte posterior donde se encontró con sus vecinos, los Johnston. Wallace les preguntó si no habían escuchado algo raro. Al fin abrió la puerta de servicio y entró a la vivienda. Los vecinos esperaron.

En el piso, junto al piano, yacía el cuerpo de su esposa Julia, aporreada hasta la muerte. Bocabajo sobre la alfombra, con el cráneo roto y la sangre esparcida en los muros, las lámparas y el techo.

Los vecinos entraron y Wallace gritó: ¡Miren su cerebro!

Mientras el señor Johnston salía a buscar un médico, Wallace y la señora Johnston indagaban en la casa. Encontraron una cajita cerrada, a la que le faltaban cheques y poco dinero.

A las 21:10 llegó el inspector Fred Williams y encontró a Wallace sentado en su mecedora mientras acariciaba a su gato negro. Williams notó que la víctima estaba sobre el impermeable de Wallace y que la prenda estaba quemada.

A las 22: 00 llegó el médico forense MacFall y contó más de veinte heridas en la nuca, deduciendo que aún después de muerta fue golpeada con saña.

A las 22:15 llegó el comisario Moore. Se llevó a Wallace para interrogarlo por 22 horas. Cuando lo soltaron, Moore interrogó a los ajedrecistas del club. Sólo recordaban la misteriosa llamada de Qualtrough.

La sirvienta de Wallace, al ser interrogada, dijo que faltaba un atizador de la chimenea. Podía haber sido el arma homicida, nunca la encontraron.

Los detectives sospechaban de Wallace, revisaron las horas de su misterioso paseo buscando una dirección inexistente. Un joven lechero declaró que a las 18: 45 llevó leche a casa de los Wallace y vio a la señora Julio con vida. Wallace tomó el tranvía que salía de la estación entre las 18: 49 y las 19:00. Era imposible que el ajedrecista asesinase a su mujer, limpiara la escena y corriera hacia el tranvía de 4 minutos a 20 minutos.

Sin nada durante un año. Moore estaba frustrado. Wallace se había ido a vivir con su cuñada. Pero en febrero de 1932 el comisario decidió arrestar al ajedrecista por el asesinato de su mujer.

William Herbert Wallace ¿Mató a su esposa?

El ayudante del fiscal espetó ante el tribunal que Wallace asesinó a su mujer después de preparar una coartada visitando Menlove Gardens. Según el fiscal aquel día el tranvía pasó tarde, a las 19: 10 y que el lechero se había equivocado por 14 minutos, en realidad había visitado a la señora a las 18: 30.

Llevaron a Wallace a prisión mientras esperaba su juicio, este declaró que debía haberse suicidado cuando encontró el cadáver de su esposa. Siete semanas después comenzó el juicio.

Edward Hemmerde, el fiscal, dijo que Qualtrough era el mismo Wallace, este había fingido la voz para dejar el mensaje en el club de ajedrez. Los ingenieros de la compañía Anfield rastrearon la llamada y encontraron que había sido hecha de una cabina telefónica que se encontraba a 300 metros de la vivienda de Wallace. La hora de la llamada coincidía con la hora de trayecto de Wallace al City Café. Hemmerde dijo que Wallace estaba desnudo cuando atacó a su esposa excepto por su impermeable, en el forcejeo perdió la prenda y su mujer quedó sobre el impermeable. Después se había lavado, vestido y corrido hacia una dirección inexistente.

La declaración del forense de que la señora Julia había muerto a las 18: 00 fue desestimada pues el facultativo se olvidó de tomar nota sobre el rigor mortis, no comprobó el estado de digestión en el estómago ni midió la temperatura corporal.  Los detectives jamás interrogaron al conductor del tranvía y además habían destrozado la escena del crimen paseándose de arriba abajo antes de que llegara el comisario. Se encontró una gota de sangre en el inodoro pero no se pudo determinar si había caído antes o después de la investigación policial. La caja de valores robada tenía las huellas dactilares de tres policías que la manipularon lo que borró la huella del asesino.

Todas estas fallas las aprovechó la defensa. Según los cual las pruebas eran circunstanciales. Toda la defensa del abogado Munro recayó en el testimonio del lechero.

Después de tres días de juicio, el jurado declaró a Wallace culpable. La sentencia era la horca.

Desesperado, Munro acudió a la Compañía de Seguros donde trabajaba Wallace para pedir apoyo económico, el acusado no tenía recursos. Los miembros de la compañía no deseaban sufragar un criminalista para un asesino, pero Munro les dijo: Hagamos un juicio aquí y ahora, yo seré el fiscal y el defensor. Ustedes el jurado.

Después de la farsa los veinte colegas de Wallace lo declararon inocente, pagaron al criminalista Oliver para que apelara la sentencia de muerte y comenzó un nuevo juicio. El juez Lord Hewart anuló la sentencia y declaró a Wallace inocente.

Este se retiró a una granja por dos años y murió. Pero en su diario escribió que sospechaba de un tal Parry, colega suyo, como el verdadero asesino. Según algunos testimonios, el anciano Wallace descubrió que Julia le era infiel con Parry.

¿Quién mató a la esposa del ajedrecista? ¿Logró el crimen perfecto? ¿Eran Parry y Julia amantes y Wallace la mató por celos? ¿Sirve la estrategia del ajedrez para concebir una celada criminal?