Vicdrian Trijullo

Después del proceso electoral de 2012 que regresó al PRI y llevó a Peña Nieto al poder, Andrés Manuel López Obrador convocó a las bases del movimiento para consultar la pertinencia de que el movimiento “Honestidad Valiente” deviniera partido político.

En esos momentos #YoSoy132, como movimiento de coyuntura electoral, declinaba y era paulatinamente absorbido por el movimiento que más tarde sería MORENA (al menos aquí, en BCS); sin embargo, y a pesar de esto último, en la asamblea de consulta realizada en San José del Cabo, la representación de #YoSoy132LosCabos fue la única que se opuso a que el movimiento se convirtiera en partido.

La razón que esgrimió la representación parecía de una “lógica de Perogrullo”: lograr ser un partido político competitivo en un sistema partidista sumergido en prácticas viciadas y corruptas, implicaba practicar los mismos vicios y corrupción. La propuesta era seguir siendo un movimiento canalizado a través de asociaciones civiles y partidos anfitriones. Sabido es que ganó la postura de conformar el instituto político por amplísima mayoría.

MORENA nace, innegablemente con la mejor de las intenciones, pero concebida en y con los mismos esquemas jerárquicos y operacionales de cualquier partido; esquemas que siempre tienden a la verticalidad organizativa y a disociar cúpulas de militancias. Y si bien en una primera etapa no recurre a prácticas corruptas, si continúa practicando muchos de los vicios. Hay aves que atraviesan pantanos sin manchar su blanco plumaje; pero, ¿qué pasa cuando el ave nace en el pantano?

Lo que siguió fue histórico: no hay registro de partido político que a cuatro o cinco años de haber sido conformado accediera al poder de forma tan avasalladora (y si lo hay, agradeceríamos la información); tampoco hay registro de que un partido político, a cuatro o cinco años de haber sido creado y haber accedido “de manera cuasi inverosímil” al poder, se desfondara inmediatamente después.

La pregunta obligada es si MORENA es realmente un partido político. Sin pretender demeritar el fenómeno que ha significado, personalmente me cuesta trabajo acomodar dicho fenómeno en el esquema de “partido”; sin embargo, sería absurdo negar que MORENA es el “instrumento político” generado por la principal fuerza de oposición que, tras décadas de exclusión y cerco mediático, accede al poder desplazando al mafioso grupúsculo que se había adueñado del mismo vía fraudes electorales. Imposible negar el poderoso fenómeno que significa MORENA actualmente; pero esta fuerza no emana de su estructura, operación, militancia o activismo, sino de su líder moral. ¿Qué quedaría del “partido” mañana si Obrador lo abandonara hoy?: un cascarón. ¿Es eso un partido político?

El comportamiento de MORENA entre su creación y acceso al poder fue el de un verdadero movimiento que, una vez logrado su fin, colapsa. Con el triunfo del 2018 los cuadros del partido migran a posiciones gubernamentales, el instituto se desfonda y su existencia se torna caótica y convulsa en las cúpulas que se disputan la presidencia, mientras las bases están pasmadas, ni siquiera hay atisbos de organización espontanea en ellas.

Las viciadas prácticas del PRIanato se exacerban al interior: clientelismo, corporativismo, amiguismo, nepotismo, simulación, prevalencia de cacicazgos, decisiones cupulares, prácticas antidemocráticas y en el colmo de la confusión (y desde mi punto de vista, una afrenta a la militancia), se recurre a la selección de candidatos vía demoscópica, por encuesta a población abierta y el presidente nacional presume este ofensivo dislate como el “zenit” de la “democracia participativa”. Presidente nacional que, dicho sea de paso, como diputado perredista, en su momento aprobó el “Pacto por México”; ejemplo craso del tipo de políticos que han venido tomando el control del “partido”.

Hoy, de frente al proceso electoral de este año, la objeción que planteó la representación de #YoSoy132LosCabos en aquella consulta parece estar desarrollándose frente a nuestros ojos: “lograr ser un partido político competitivo en un sistema partidista sumergido en prácticas viciadas y corruptas, implica practicar los mismos vicios y corrupción”. MORENA está abordando el proceso con fuertes confrontaciones internas, con las mismas prácticas y vicios de la partidocracia tradicional, motivo por el cual los mismos oportunistas de siempre, tan familiarizados con el viciado esquema, son los que avanzan y toman posiciones (y también explica por qué tenemos un Presidente Nacional que aprobó el “Pacto por México”). La lucha por candidaturas y puestos, el interés,  el apasionamiento y el encono, han llevado la entropía a niveles que ya provocan grietas; grietas que pronto serán fracturas… y los tiempos los tenemos encima. Los posibles escenarios de desenlace son preocupantes y de pronóstico reservado.

 Pasado el proceso electoral, y si el instituto sobrevive a sus severas convulsiones internas, es obligado realizar una autocrítica profunda, replantear el esquema de partido e individual y colectivamente empezar a reeducarnos en muchos aspectos de nuestra práctica política. La militancia se debe empoderar y bajar las decisiones cruciales a la base. No podemos pregonar socialmente la democracia participativa y al interior del partido tomar decisiones cupulares o, peor aún, vía encuesta. Es urgente y necesario que las dirigencias dejen de usar e ignorar a la militancia y la militancia deje de sacralizar o satanizar a las dirigencias. Resumiendo: urge un partido que practique lo que predica.