Desde que yo era pequeño mi madre giraba un disco que se terminó convirtiendo en las profecías de la familia. Una voz de manos buscando un anillo entre cadenas y aretes suena dentro de mí cuando vuelvo a escuchar una o dos canciones de aquel disco, y pasados 17 años, ahora, o mañana, no extraño nada de aquello. Ni lo odio. Lo veo imaginariamente donde se acumula el estornudo del simpático ya un poco pasado que habla con la amiga indulgente en el bar o el que de pronto camina contigo toda la noche y no vuelves a verlo. El perfil de la mano y esas cosas innumerables de las que uno va bebiendo con pequeño trago de olvido en cada trago de memoria y que las recuerda aunque sea fino toque de punta de dedos. O extravagante chisporroteo de cajas de cartón pateadas sin saber que dentro de ellas vivía un indigente. O cocinas grandes, amplias y limpias para gente amorosa que no volverán a estar a 3 metros ni a capa de sudor de ti. Vertical es la posición de la existencia de uno solo, y agua es lo que contiene y cae por todos los causes pequeñísimos de tu roca. No importan las curvas, laberintos o caligrafías labradas en la roca tuya, bajará siempre por dónde más se le facilite, arrastrando con su paso de sonido diamantino lo que tú en la punta del delicado arroyo consideras lo vivido. «Me miras, y el universo de tu ojos me lo cuenta todo». Y si bien no sé que pasará mañana cuando alguien, cualquiera se haya ido, nunca lo supuse siquiera para las personas con las que nunca crucé una palabra y las encontraba de vez en cuando, o con las rocas de mar, o con la basura que le daban el punto de cruz a ciertos días míos y se envolvían con el sonido de los que caminaban. Memoria total que cae. Memoria que otros centrarán en lo que saben su centro y yo, sin centro ni concierto, desconcierto de alimento muriendo, y aplastante vida que sigue su camino con sonidos de una mano buscando un anillo en el cajón donde sólo hay aretes y cadenas metálicas. Y me miro las manos y no son otra cosa esas líneas por donde baja un agua, en cuya punta de arroyo veo hacia un lado y otro, con el corazón chisporroteando sangre, y sigo, como todos, naturalmente.