Por Octavio Escalante

Al parecer ante la incapacidad económica para asistir a las mañaneras del presidente de la república se ha optado localmente por tomar como un símil de éstas a la misa dominguera del señor obispo, que cada fin de semana da de qué hablar –un par de veces con acierto– respecto al mundo divino y al sublunar que se presume laico, y del que no deja de lanzar señalamientos.

Esto no debería parecernos extraño, y creo que ni siquiera debería parecernos impropio para el ejercicio de la política en cualquier ciudad. Sin embargo, hacerlo desde el asiento que representa a la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana (SICAR) resulta por lo menos cuestionable cuando no se apunta también a los daños milenarios de esta institución.

En esta ocasión, el obispo evocó a la triste memoria de San Lucas –el evangelista– para señalar que quienes no le temen a dios tampoco le temen a la gente, y que no les importa la gente.

Cierto es que, una vez leídos unos cuantos pasajes del Antiguo Testamento sería casi imposible no temerle a Jeovah. Sería casi como no temerle al Deep State de Estados Unidos, una imprudencia por donde quiera que se le vea y que sólo puede salvarse si uno es ateo, o descree de la fidelidad a tan autoritario(s) genocida(s).

Por supuesto que sería tan ingenuo no temerle a Dios o a Estados Unidos, como no temerle a la propia Iglesia, que sigue siendo dentro de los círculos concéntricos de la conspiración uno de los principales verdugos del mundo que, para parafrasear al señor obispo, parece –la Iglesia– no temerle al propio Dios que representa y por lo tanto «no temerle a la gente», es decir, que no la respeta.

Y sin embargo, hay que reconocerles que han hecho bien el trabajo de lavandería mental durante todos estos siglos. Se adaptan a los tiempos como, en este caso, en el que el obispo deja en la ambigüedad los versículos de San Lucas y deja abierta la posibilidad de que se refiera a cualquier gobernante, sea Roma, Atenas o Ciudad Constitución, una muestra magistral de la versatilidad de los sermones.

Incluso pone en duda si los versículos de San Lucas, que habría registrado las palabras de Yeshua Ha-Notzri, se refiren al despotismo y poco temor a dios que habrían expresado «¿una autoridad eclesiástica, una autoridad de los medios de comunicación? a lo mejor».

Si bien el campo abierto de exégesis sobre el mundo tiene un nuevo carácter en el que el «pensamiento libre» está como sin piloto y yendo de un lado a otro, construyendo su realidad, la mirada monotemática como la de la Iglesia no supone tampoco una seguridad respecto a nuestra vida ética, ni siquiera a la de los clérigos, conocidas las conexiones en las que ha intervenido para mal del mundo.

Se entiende que esto no es un texto de recomendaciones literarias pero no caería nada mal sugerir la lectura de Crónicas italianas, de Stendhal, sobre los necesarios incestos que, entre Iglesia, papas y nobles, así como asesinatos y destrucción de pueblos han tenido que ejercer para mantener un poder –¿no les importa la gente en este sentido, o ha sido todo por su bien? Feliz 12 de octubre.

Seamos honestos con nosotros mismos: la Iglesia y los poderes no han necesitado que alguien amarre las agujetas. Otra cosa es que los feligreses se acerquen a estos edificios porque confían casi ciegamente –el dedo en las heridas del cordero de dios– en una tradición del libro que, como Enrique Peña Nieto, no se han leído entero.

Yo no es que festeje estos disparos del obispo, pero de alguna manera abonan a la respuesta por parte de los medios «amarranavajas» y por cualquier ciudadano, puesto que así se expone ciertos yerros combinados con aciertos dolorosos sobre una realidad que seguramente los feligreses y los sudcalifornianos en general conocen de viva voz, de cerca, inmersos en ella, sin la palabra del obispo.