J. Evik Galicia

jgalicia@ucm.es / https://seddeviajar.com

Despierto… Son las 10:43 am. Caigo en cuenta que es uno de los pocos días en la vida que me levanto a la hora que me viene en gana. Miro al techo, intento recuperar el control de mis sentidos, aún pesa el letargo del sueño… Cierro los ojos nuevamente. Escucho de pronto el trino de las aves. Ya van varios días así…

Abro la persiana y miro hacia la calle. Veo poca gente, igual que ayer, y uno que otro auto. Si se pone atención y uno pasa unos 30 minutos frente a la ventana, esporádicamente se podrá ver a alguien a lo lejos. Suelen llevar un carrito para el súper o a su perro de paseo. Las únicas razones por las que se permite salir ahora mismo.

Son tiempos de crisis y, sin embargo, allá afuera reina una paz envidiable… Mientras el instinto de supervivencia hace que los supermercados se vacíen, entre gritos, desesperación y miradas de cautela y miedo, el Planeta respira, me parece que agradece ese instante bello, profundo, que hace hoy sin humanos…

Las calles ya no generan ruido ni caos con sus autobuses públicos, sus autos privados, camiones de basura, y sus miles y miles de turistas devorando todo como hormigas carroñeras; parece un nuevo mundo, parece que hubiésemos avanzado 300 años en el futuro, como si estuviéramos en el alba del siguiente día del fin de la tercera guerra mundial, pero no: seguimos en el mismo sitio de hasta hace unos días. No sé si asustarme o alegrarme. Hay una crisis sanitaria allá afuera. 33,000 casos confirmados; 2,182 fallecidos (24/03/2020-MSCBS), tan solo en España.

No sé cómo la pase el resto. Los padres de mi novia, ella y yo, dosificamos el tiempo entre lecturas, películas, música, sorpresas gastronómicas, juegos de mesa y sesiones de ejercicio… Esto es la civilización, me digo: compartir, estar —no Estar sin estar—. Convivir y disfrutar del Otro. Confieso que antes del confinamiento era raro que nos viéramos. A menudo nos veíamos solo para cenar, intercambiar un par de palabras, tomar la ducha y luego a dormir. Reflexiono y, antes de hoy, no podría asegurar que tuviera una pareja…

Hay ánimo y solidaridad en el barrio; en todo el país. Dan las 8pm y la gente sale a sus balcones a dar señas de vida, a socializar, a decir “¡Hola!” al son del golpeteo de trastos y cucharones. Aplaudimos. Hay silbidos. Se entonan canciones. Hay esperanza, y miedo: mucha incertidumbre. Un nuevo lenguaje ha nacido… El ruido colectivo. Este lenguaje es de todos y solo sabe dar buenas noticias.

Espero que este encierro nos haga aprender algo… Hemos sido demasiado arrogantes como Humanidad. Somos víctimas de nuestras propias creaciones, como el Doctor Frankenstein. De manera personal, la crisis sanitaria ha coincidido con la lectura de Voces de Chernóbil: crónica del futuro. Un libro tan desgarrador como necesario. Desde las primeras páginas me hizo sentir el peso de su cruda verdad. Parafraseando a la autora (Svetlana Alexievich), “Chernóbil es el inicio de la historia de las catástrofes”. La historia de Chernóbil es una historia colectiva, de histeria colectiva. Es de todos, pero nadie se hace responsable hasta ahora. Aún se desconoce mucho. Los testimonios recogidos, el dolor compartido en las entrevistas pesan 100 kg de plomo en cada letra. Imaginen el dolor si la versión actual del libro que leo tiene case 500 páginas de relatos llenos de dolor, rabia, decepción, absurdos, cuestionamientos, esperanza y —irónicamente— humor.

Leer la pesadilla ocurrida en Chernóbil es como tragar un vaso de cloro puro. Cruda verdad: ignominia general. Todos somos responsables de esto. Esta crisis nos pide actuar, entender que, pese a las distancias, fronteras, lenguaje y costumbres, provenimos de la misma familia: la humanidad. Los nacionalismos nos han hecho tanto daño, nos han vuelto tan estrechos de pensamiento, que surgen líderes acusando a tal o cual país por la emergencia actual.

No hemos sabido cuidar nuestro hogar: el planeta. Y en nuestra estupidez disfrazada de “Civilización” ocurren desgracias imparables como la que relata Alexievich, como la que vivimos desde hace años como resultado del calentamiento global, como la reciente quema de miles y miles de hectáreas en el Amazonas, y luego en Australia, las horrendas, espantosas y mortales islas de basura que flotan sin rumbo en los océanos.

¡Ya basta! Estamos al borde de acabar con todo. Los grandes líderes no van a salvarnos. Están ciegos de sed de poder, de reconocimiento. Esta Era, sus respectivas crisis, han demostrado que los ciudadanos, organizados, somos tan poderosos como un tsunami. Pero aún hay demasiada inconsciencia, demasiado egoísmo, demasiada estupidez…

Todos, sin excepción, podemos hacer algo para detener nuestra propia extensión. Quien no lo vea de esta forma, en verdad está exagerando… Me pregunto si en 100 años alguien será capaz de escribir sobre lo que lo que pasa hoy… si eso ocurriese, pediría que se llamara: Voces de la estupidez. ¿Alguna vez has oído la frase: “entre más conozco al hombre, más quiero al perro”?

Pero, ¿quién puede para al hombre sino el hombre mismo? Me gustaría ser más optimista y pensar que luego de esto la gente va a salir con una nueva actitud ante el mundo, pero soy parte de esta Humanidad, soy más realista que otra cosa: el mundo continuará yéndose a la mierda. Quizás no pueda evitarlo, sin embargo, me niego a ser parte de la bola de nieve. Hace tiempo que decidí apartarme del rebaño.