Carlos Avalos Soto

Se nos olvida que el amor propio borra, anula y bloquea al otro. Frases como la de “never give up” -por ejemplo- colocan al amor propio en una renuncia existencial, lo cual incapacita nuestra alma a amar a los demás. Es una renuncia -por miedo o por salud mental- a amar al otro. Por lo tanto, el “never give up” es la rendición personal de estrechar tu alma con el otro. El “nunca te rindas” es la imagen frívola y al mismo tiempo, la densa obsesión del yo, el cual no para de internarse en sí mismo. A esté yo, no le importa los “requerimientos” que haga el otro por visualizarse. El “never give up” es un “nunca te rindas de estar contigo mismo”. Por este y otros motivos, ya no tenemos utopías -o dicho con menos idealidad- ya no podemos imaginar un mundo mejor. Con el amor propio no hay futuros, porque sin el otro no hay sociedad.


Esta frase –“never give up”- se ha transformado en un imperativo “religioso” del esfuerzo propio, del ejercicio individual y del éxito personal. En la página oficial de Comité Olímpico Internacional (COI) se reproduce el video de la carrera de Dereck Redmoon, campeón olímpico de atletismo en la categoría de 400 metros planos. Durante la reproducción del video se lee la leyenda; “NEVER GIVE UP”. Lo principal de la carrera ocurre cuando Redmoon se lesiona, lo cual le impide terminar la carrera. Sin embargo, a pesar del dolor, Redmoon decide seguir corriendo y aunque la etiqueta de “nunca te rindas” sigue en el video, durante la reproducción de su contenido, se ve salir a su padre en el fondo de la pista. Su padre le da alcance, lo toma del brazo y lo hace terminar la carrera. Finalmente llegan juntos a la meta.


Desafortunadamente, el video del COI no da cuenta, que, la verbalización del “nunca te rindas” siempre sucede en primera persona del singular. Por lo tanto, es el “yo” el que nunca se rinde. A partir de esto, Redmoon se convierte en la única figura del relato. Sin embargo, no es él solamente lo que le permite terminar la carrera, sino es él junto al otro. Aunque la carrera la terminan juntos padre e hijo, lo que la inscripción debió de haber dicho seria: “nunca nos rendimos”, “we never give up.” A la posteridad Redmoon se convierte en campeón olímpico, pero lo que el video nos describe, es que nunca estamos solos.


A pesar de que, en la anécdota, el padre de Redmoon -Jim Redmoon- es uno de los protagonistas, la frase “nunca te rindas” lo bloquea, pues no le da nombre a su presencia. A su vez, se pierde de vista al entrenador, el equipo de preparación física y la familia.
Regresando a nuestro análisis, la frase –“never give up”- tiene un enorme significado porque postula la libertad del yo. Un yo libre de autorrealizarse. Sin embargo, también tiene otro rostro. El rostro de un yo explotado por sí mismo, un yo en su propia cárcel y su en propio encierro. La paradoja del yo consiste aquí, en que el aislamiento, el encierro y la dominación se encuentran ligados al “sentimiento de libertad”. Esto es tremendo porque significa que el encierro y la dominación se confunden con la libertad. La libertad el día de hoy, es una coacción del yo contra el yo; es una ilusión que nos ensimisma. Realmente no se puede ser libre, sino lo somos junto a los otros. Así como en la caverna de Platón, solo el otro nos libera del encierro. En contra de los fines terapéuticos, nuestra libertad y nuestro amor depende del otro. Por lo tanto, sólo se es libre si se ama.


En tiempos del coronavirus, el amor y la libertad son coacciones ejercidas contra nosotros mismos. Son coacciones contra nuestra psique y contra nuestro ánimo, y como consecuencia, se sirve del amor propio. Lo increíblemente irónico resulta, cuando a pesar de ser padres, amantes, estudiantes, trabajadores, profesionales y un sin número de tareas más -en muchos de los casos todas ejercidas en un mismo día- si perdemos la “carrera”, el “never give up” siempre estará para decirnos: “nunca te rindas” aun puedes más. Si tienes un trabajo, aún puedes tener dos o tres. Es un emblema de nuestra propia sobreexplotación. Es el orgullo y la resignación -y aquí está otra paradoja- de ser autoexplotado.


La consecuencia del excesivo amor propio resulta que al final se convierte en una patología. De ahí que el estrés, la depresión y la ansiedad son las “almas” que llevamos a cuestas y el “never give up” es el imperativo con los cuales las hemos desarrollado. Esta poderosa frase suplanta la idea de libertad por la de autoexplotación, sin darnos cuenta. El amor propio exacerbado y radicalizado nos convierte en ciudadanos patológicos, normaliza la sobrecarga psicológica, convirtiendo la energía física y mental en potenciadores de nuestra propia explotación.


Sin embargo, una vez que hemos entendido esto, no le damos la mano a los demás -que también están extenuados y agobiados- al contrario, nos damos gratificaciones personales. Por este motivo comprar, consumir, estudiar, entrenar, trabajar y amar se han convertido en canales necesarios para nuestra propia excitación emocional. Al final, cada uno de estos ámbitos se han convertido en lo mismo, ya no hay diferencias, se han vuelto homogéneos. De esta manera todo se ha transformado en una exposición y exaltación emocional.


Las capacitaciones laborales se han convertido en “coucheos”; la educación en intervenciones psicológicas; la compra y el consumo en mercados del deseo y del alma; y el entrenamiento en terapias contra el estrés. Y el amor, en último término, se ha convertido en un recurso de estabilización emocional propia. El amor ha dejado de ser la erotización del otro.


De esta manera, el amor transmuta en la forma psicológica de un yo hiperreforzado en su misma pasión. Nos hemos convertido en un mero recurso de convivencia propia y nos hemos olvidado de ser elementos vitales y conjuntos existenciales de amor y de unión con los demás.


Finalmente, el “never give up” estimula la competencia entre nosotros. Competimos para demostrar quién puede hacer más antes de romperse. Ante una pandemia como la que vivimos no será la competencia y el encierro de la autorrealización la que nos salve como especie, sino la colaboración entre todos nosotros.

Debemos poner en el centro de nuestra existencia y de nuestra psique la colaboración y el amor entre todos, dignificar el papel que tenemos cada uno para reactivar nuestra sociedad. En eso debe consistir nuestro futuro esfuerzo como especie. La pandemia podrá reorganizar nuestra globalización, pero solo el esfuerzo mutuo, el “we never give up”, ayudará al futuro de nuestra sociedad. Solo eso podrá secularizar nuestras utopías.


El amor en tiempos del coronavirus nos debe recordar lo importante que es nuestra familia, nuestra colonia, nuestra ciudad. Sobre todo, nos debe recordar lo importante que es amar al otro. Quizás, nos demuestre lo obsesivo que puede resultar amarse en extremo a sí mismo.


Aún no sabemos si la cuarentena se extenderá más, lo que sí es seguro, es que, tanto hoy como mañana, cada uno de nosotros necesitaremos de todos. Con esta coyuntura histórica seremos otros y el amor en tiempos del coronavirus será el tiempo del “we never give up.”