Entre diciembre del pasado año y este enero, Luke Iseman, estadounidense propietario de la empresa Make Sunsets, hizo dos experimentos de geoingeniería solar en Baja California Sur con la supuesta intención de afectar el clima contra el calentamiento global. Los experimentos consisten en lanzar globos de helio para liberar partículas de dióxido de azufre en el cielo, técnica que no es nada popular entre científicos y contra la que han luchado diversas comunidades en distintas partes del mundo.

Iseman no consultó a autoridades ni ciudadanía, hecho que no se justifica ni siquiera porque anuncie en el portal de Make Sunsets que los lanzamientos serán a 33 km de cualquier punto con alta población.

Reunió 750 mil dólares por su idea de «créditos de enfriamiento» en la que invirtieron empresas como Pioneer Fund (la tercera gestora de inversiones más antigua de Estados Unidos, 1928) y Boost VC, ubicada en Silicón Valley, que financia emprendedores en tecnología.  

Luke Iseman, Singapur, 2016

En lo que sí pensó en justificarse Iseman es en las respuestas del director del laboratorio de ciencias químicas del NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration), Dr. Fahey, según las cuales esta tecnología «No destruiría la capa de ozono ni crearía consecuencias catastróficas» y agrega que la erupción del Pinatubo, en Filipinas, siendo una de las más fuertes del siglo pasado, lanzó mucha más cantidad de dióxido de azufre a la estratósfera y la capa de ozono no colapsó.

Iseman declaró en diálogo con MIT Tech Review, que su «iniciativa» «tiene parte de ciencia y parte de provocación, en una especie de esfuerzo por ser tomada en serio» y añadió que el cambio climático «necesita soluciones inmediatas que tengan el potencial de generar transformaciones radicales en un futuro cercano».

Por otra parte, si no se tiene conocimiento de las repercusiones reales que podría tener esta tecnología, es porque la realización de experimentos científicos a gran escala, es decir, a una verdadera gran escala, conlleva precisamente la suposición de la catástrofe.

La cama de agua del orden de la tierra quizá no se mueva demasiado con unos cuantos gramos lanzados al cielo de Baja California Sur, pero con seguridad lo haría si comenzaran a salir empresas privadas por todos los rincones del mundo –no nos engañemos, terminarían siendo 4 o 5 grandes monstruos acaparándolo todo y fingiendo un libre mercado– probablemente esa cama de agua de la tierra sí comenzara a tambalear por todas partes.

Nada menos que Bill Gates ya había propuesto algo similar el año pasado, pero el gobierno sueco –en realidad se dice que fue la población sueca, que es prácticamente lo mismo– le dio un revés.

La única diferencia entre el proyecto de Bill Gates y Luke Iseman es que los globos de Bill Gates contendrían toneladas de carbono de calcio, mientras que en Iseman serían de dióxido de azufre. Para seguir con los símiles, la idea es que tanto una como otra sustancia funcionan como espejo contra la luz del sol, aminorando el calor de su brillo sobre la tierra.

La geoingeniería es considerada por la ONU como alto riesgo ambiental y social y tiene mucho tiempo intentando aplicarse –y se ha aplicado hasta que el esfuerzo de las comunidades afectadas a la par de las autoridades cooperantes, las sabotean; y no ha sido sólo en Suecia. Es una idea propuesta desde hace más de 50 años por gobiernos y particulares y consiste en cambios a gran escala en el clima –¿pero de qué parte del orbe y en qué periodos?– contra el calentamiento global.

Quienes la defienden, como el inoculador mayor Bill Gates, llevan consigo ese tono de salvadores del planeta y de quienes vivimos en él; pero quienes la critican argumentan, entre muchas otras cosas, que se trata de una estrategia de consecuencias ignotas utilizada para no cambiar la lógica de producción mundial, para no contaminar menos, digamos.

Sin embargo, quienes se decantan por la otra estrategia, la de los bonos de carbono, a través de sus acuerdos y leyes «subestatales» son acusados de hacer un mercado nuevo que está muy lejos de actuar en consecuencia para disminuir el llamado calentamiento, sino para hacer de la naturaleza un activo más, una mercancía; es decir, para seguirla tratando como siempre la han (hemos) tratado, pero con una máscara verde.