Quizá el nombre de Florian Henckel von Donnersmarck nos venga a la memoria por su película Das Leben der Anderen (La vida de los otros), pero lo más seguro es que no tengamos ni idea de quién es. Si acaso reconocemos aquella película, lo primero que nos surja será la cara de un funcionario del espionaje de la Alemania socialista que… no no, definitivamente ésta no es la manera de recomendar una película que me ha hecho toser al final, de tanta belleza.

La tos, aclaro, derivó a partir de mi historia de vida, mundo privado y decisiones que no han sido las que debí tomar y que han marcado los últimos cinco años de mi vida. Me refiero a la película de Werk ohne Autor (Never Look Away, No dejes de mirarme o La sombra del pasado), en la que desde las primeras escenas, cuerpos, determinación de algunos de los personajes y su entrega a llevar las cosas hasta la última consecuencia, pueden contrastar con lo que hubiese sido y no fue en nuestras vidas, por haber titubeado en un punto que no parecía importante.

Y sin embargo, alguno que no dejó de mirar hacia el mismo punto, con esa contundencia que tienen las convicciones, va abriéndose paso entre la guerra, la eugenesia nazi, la imposición de un arte «del pueblo y la nación» y no de un arte que vive en nosotros o que surge a partir de lo que podemos dar de nosotros mismos y con lo que queremos identificarnos.

La libertad, en fin, de poder tomar malas decisiones o de expresar el yo, más allá del egoísmo, sino como la riqueza que tiene cada individuo y de la que carece totalmente un programa de gobierno en el que se repiten sin cesar los ideales empolvados de una ilusión de nación; de grandeza que no es otra cosa que una forma de abuso y secuestro.

Esta no es una película de nazis, ni de stalinismo, pero hay algo de eso, como lo hay también del arte moderno que, bien o mal, le da al artista esa apertura de lanzar sus ocurrencias, muchas de ellas deplorables pero fomentan, de alguna y otra forma, la creatividad que había sido apagada por el totalitarismo. Y en todo eso, el amor.

El amor con una belleza delicada que provocan –al menos en mí– la envidia por no haber llevado la fuerza hasta su más lejana frontera, y hallar la dicha allá en esa frontera, donde no se mostraba alimento ya ni tierra fértil, y que de pronto hubiese sido una viña de haber avanzado un poco más… tal vez.

No dejes de mirar… todo lo que existe es digno de mirarse… o algo similar se dice en una de las escenas que determinan el argumento. Pero, por otra parte, como el águila que aunque tenga frente a sí a 80 aves en parvada, no deja de ver a una de ellas en su total concentración.

Y esta película no es precisamente tortuosa en cuanto a la vida de los personajes. Quiero decir, no es el hijo que trabaja en la mina intentando salir un día de ella. Es, pese al nacismo y a la Alemania socialista, una mina de cosas cotidianas, siempre turbadas por un vestigio del pasado amenazador. Acaso por eso le han llamado La sombra del pasado en algunas partes. Bastante malo, para mi gusto.

La traducción literal de Werk ohne Autor es «obra sin autor». Es una ironía, supongo. Porque, aunque el autor que ha expresado «lo que es él» en su obra fuera de cualquier totalitarismo, dice que su obra es una obra sin autor, [Alerta de lugar común en 3…2….1…] ¿no carece de autor, más bien, aquellas obras donde se te dice qué pensar, qué pintar, qué actuar, qué escribir? ¿No carecen más de autor, pese a que el autor sea laureado por el partido en turno, y pese a que sus pinturas lleven su trazo, o los libros su elocuencia?

Werk ohne Autor, recomendada.