Por Octavio Escalante

Una de mis manos estaba en la de mi primera novia. Tenía 13 años quizá y veíamos Space Jam en el Versalles, en La Paz, mientras yo estaba nerviosísimo por tocar la mano de ella. El hit musical de la película incluía a gente como Method Man, B-Real, Busta Rhymes y Coolio.

Este último era al mismo tiempo la voz de una nostalgia que nos quedaría a quienes podemos entender (Cuban Linx) a través de la serie Mentes peligrosas o llamada también La escuela del vicio: Gangstas Paradise.

Eventualmente, al menos un par de décadas después, el robot me lanzó en youtube una sesión de 1995 en el Show de Howard Stern en el que Coolio con LV (el corista) se ponen las pilas y cantan en vivo una canción que deberíamos llamar emblemática de muchas ciudades, pero que particularmente en La Paz fue para mí una iniciación.

Yo era demasiado pequeño, 13-14 años y debía regresar a casa a cierta hora pero estaba bien, porque regresaba a ver la serie justo a esa hora luego de pasar toda la tarde con mis supuestos amigos, los CDL, sobre todo con uno de ellos al que ejecutaron en Los Cabos con uno o un par de balazos.

Teníamos las bolsas de los pantalones cargando plumones, olíamos a pintura de spray, al que le colocábamos un tapón de armor-all o perfume para que abriera más al momento de ensanchar las letras en las paredes, antes de que llegara la bienvenida industria del grafiti que tiene toda clase de tapones para este arte antiquísimo, desde que el hombre ha conocido el lenguaje.

Al ver el video de Gangstas Paradise en el show de radio que he mencionado, veo por primera vez hablar y explicar a Coolio la naturaleza de un paraíso para maleantes. Una ironía que se muestra en toda la canción como una queja pero, más que nada, como una confusión ante el acorralamiento de la vida en el barrio regida por el capital. No iré más allá con esta palabra.

Lo que hoy quiero expresar es puro sentimentalismo, al oírlo hablar, al oír los violines del sample, al oír a LV diciendo «Been spendin’ most their lives, livin’ in the gangsta’s paradise» y toda la letra, en realidad breve, que lanza el MC con notable transparencia y honestidad.

Y me remite al deseo de que no exista la muerte: de que no existiera la muerte nunca ni para este artista ni para nadie, puesto que cada persona, aunque no lo sepa, es una inspiración para muchas otras que están alrededor de ella o que por lo menos han bebido de ella a través de su obra o de su figura.

Y no debería existir la muerte, es lo que pienso ante esta muerte de Coolio sucedida hace tan poco. No debería existir la muerte mía, ni la de mis personas queridas, ni la de nadie. Ni siquiera la de mis enemigos.

Pero entonces vuelvo a entrar en razón aunque no de forma razonable, sino de forma poética, a través de un verso de Jaime Sabines:

«Dios hizo la muerte para que la vida –no tú ni yo, la vida– sea para siempre»