Patricia Valenzuela L.

Muchas mujeres han contado historias de abusos y agresiones sexuales bajo el hashtag #Cuéntalo, desde el 26 de abril de 2018, tras la indignación por la sentencia de La Manada, en España (www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-43907559).

A partir de esa fecha las redes sociales se convirtieron en una especie de megáfono, dando a conocer las muchas experiencias de tantas mujeres víctimas de acoso y abuso sexual.

Al leer los testimonios –desgarradores la mayoría-, no puedo más que permanecer un buen tiempo pensativa, recapitulando mi vida desde la infancia hasta ahora.

A través del hashtag #Cuéntalo, gran cantidad de mujeres se han atrevido a denunciar de manera anónima y en otras no, sus experiencias. Algunos de los relatos son extremadamente crudos. Eso me da una idea de cómo los hombres bajo una tutela dominada por el machismo y cobijado por el arcaico (no por descontinuado, sino por su origen de cientos de años antes de la Era cristiana)  sistema patriarcal, no piensan, no les importa o ambas, que sus actitudes nos marcan y dañan a veces de manera permanente y casi siempre profunda.

La vida de una mujer víctima de abuso sexual, no vuelve –porque simplemente no se puede- a ser la misma. Cómo serlo, si se trastoca lo más íntimo de nuestro ser sin consentimiento. Podemos continuar “viviendo” de la manera más normal –en apariencia-: ser exitosas, profesionistas, intelectuales, trabajadoras del hogar, madres; ser todo eso que podemos y queremos y en el fondo seguir sintiéndonos transgredidas. Porque además, todos los días por todos los medios: calle,  escuela, trabajo, familia y amistades, ese trastocar se reafirma, muchas de las veces de manera tan sutil, en otras tan brutal, como que los índices de feminicidios cada día van en aumento.

Se necesita tener mucha fortaleza para superar ese trance y no vivir en la creencia de que todos los hombres son iguales; para no perder la fe y vivir una vida feliz.

Ahora les comparto historias reales con nombres ficticios. Hechos que no fueron contados, mucho menos denunciados, porque al igual que muchas otras mujeres, el miedo, vergüenza y culpa, impidió que la verdad saliera a la luz en su momento.

Historia #1: Araceli, 9 años. Jugaba en la calle con amigas y primos. Un hombre de la tercera edad de la casa de enfrente a donde vivía, la miraba y se tocaba los genitales. Un día llamó a Araceli, ella se acercó a la puerta de la casa. Él le ofreció dulces y dinero a la vez que le mostraba imágenes de una revista porno y con la otra mano, temblorosa (por el Parkinson y la lujuria) se frotaba los genitales por encima del pantalón. Araceli huyó temerosa y avergonzada. Un día decidió confiarlo a uno de sus primos y para comprobar que no mentía, se acercó de nuevo cuando el anciano la llamó; su primo se escondió detrás de ella y supo lo que pasaba. Días después su primo contó lo sucedido a su mamá y ésta a otros miembros de la familia. Todos culparon a Araceli. Todos dijeron que el pobre hombre era un anciano que no sabía lo que hacía. Hubo quienes hasta lo tomaron como una osadía divertida por parte del viejo.

Mucho tiempo Araceli vivió sintiéndose culpable.

Historia #2: Mariana, 17 años. En distintas ocasiones el  esposo de su hermana mayor la persiguió y  besó a la fuerza cada vez que la encontraba a solas. Incluso llegó a tocarle los senos mientras ella dormía. Esto sucedió una noche en la habitación donde ella dormía junto a otros miembros de la familia, durante un viaje. El huyó de la habitación sigilosamente cuando Araceli despertó sobresaltada al sentir esa mano extraña sobre su pecho. Ya de adulta, en ocasiones lo llegó a encontrar en reuniones familiares, rehuía la mirada perversa de él y a toda costa evitaba hablarle. Él por mucho tiempo intentó establecer contacto con ella. Mariana le temía o le teme todavía, pesar que desde hace años le perdió la pista.

Ella calló por miedo a que no le creyeran, por miedo al escándalo, a que su hermana resultase lastimada. Vivió mucho tiempo con un gran remordimiento y sentimiento de culpa.

Historia #3: Emma, 22 años. Universitaria, introvertida, solitaria. Su compañero y amigo del cual creyó estar enamorada abusó sexualmente de ella varias veces. La manipuló haciéndole creer que la quería. En un departamento sucio y desordenado, con música a todo volumen y amigos ebrios que “dormían” en el cuarto contiguo, ebria o sobria, él se desfogó, desbordó dentro de Emma para luego levantarse y acompañarla a la esquina donde ella tomaría el autobús hacia su casa. Siempre vacía. Siempre sola. Siempre sin lágrimas.

Así como Araceli, Mariana o Emma, muchas mujeres hemos sido víctimas de violencia sexual por un desconocido, amigo o miembro de la familia.

Tú, tu amiga, sobrina, hermana, vecina, pueden ser cualquiera de ellas.

 La  intención de escribir estas experiencias, es que quienes estén pasando situaciones similares y me lean, pierdan el miedo y la vergüenza (aunque cuesta mucho) porque ellas –nosotras las mujeres- no somos culpables de vivir dentro de una sociedad patriarcal, donde el sexismo está normalizado.

En la actualidad existen organismos y colectivas a las que se puede acudir para solicitar apoyo jurídico y emocional y nos acompañen en ese camino tan doloroso de la denuncia y sanación.
También para ayudarnos a sanar existe la terapia psicológica. Nos brinda herramientas valiosísimas para poco a poco ir pegando los pedazos de nuestro ser. 

Es cierto que puede haber daño colateral, aún así denunciar, no callarse es lo mejor.

Por último: mujer, niña, adolescente, ¡no te calles! #Cuéntalo. Dejemos el miedo y la vergüenza de lado, porque eso mantiene libres y sin castigo a miles de hombres. No permitamos que estas historias –nuestras- se repitan. No importa la edad del acosador, del agresor, ¡son culpables y tienen que pagar por ello!

Debería existir un sistema de gobierno que nos ofrezca garantías para caminar libres sin ser violentadas, no importando la forma en que vestimos, hora del día o si estamos sobrias o no. Un sistema que no solape y proteja a violadores, que aplique todo el rigor de la ley contra los hombres que en su plataforma de machos, se sienten y creen intocables, con todos los Derechos de “tomarnos” sin ninguna consecuencia.