Mario Jaime

Alexander Yuryevich Pichushkin fue conocido como el asesino del ajedrez. En su cubil tenía un tablero, cada escaque era una víctima. Debía completar los 64. Llenó 61 antes de ser arrestado. Entre el denso bosque Bittsevsky, al sur de Moscú, Alexander invitaba vodka a los vagabundos o coqueteaba con las damas. A veces les relataba que su mascota había muerto y proponía un brindis a su salud. Luego les golpeaba con la botella, con un tubo o un martillo. Dejaba sus cuerpos, algunos moribundos, en las alcantarillas.

En el 2002, el cadáver de Olga Maksheeva fue encontrado en una fuente de dicho bosque. Olga fue novia de Alexander durante su adolescencia y le abandonó por otro tipo que cometió un suicidio sospechoso. En el 2006, la policía encontró el cuerpo de Marina Moskaleva.  Esta vez siguieron una pista. Marina dejó una nota a su hijo reportando con quien se iba citar y en dónde.

Los sabuesos de la ley inspeccionaron la casa de Alexander y descubrieron el tablero de ajedrez con 61 monedas ornándolo. La fiscalía sólo pudo culparlo de 49 homicidios.  En estos instantes debe meditar en su celda, lo cierto es que el tablero de ajedrez puede ser una mera superficie de contabilidad y no un mapa de una mente maquiavélica de esos supervillanos que los poetas tanto afinan. Alexander Pichuskin es un ejemplo de la banalidad de mal que tanto estudió Hannah Arendt.

Pishuskin, el asesino del ajedrez.

Otro asesinato inglés ligado a los trebejos donde esta vez el ajedrecista fue la víctima. El 13 de septiembre de 1911, se escucharon disparos en una oficina de Cambridge Road en Hastings.

Frederick William Womersley, de 72 años, líder de los círculos ajedrecísticos locales, miembro del comité organizador del torneo de Hastings en 1895, columnista de una sección de ajedrez en el diario, escritor de monografías sobre Blackburne, Lasker y Pillsbury, campeón de su club en los años 1886, 1888, 1891, 1892 y 1902; yacía muerto con dos balazos, uno en la cadera y otro que atravesó su cráneo.

Los curiosos entraron a la oficina. El cadáver del ajedrecista se encontraba sobre una alberca de sangre y frente a él, un hombre estupefacto con el revolver en la mano. Era Joseph James, químico de 52 años que balbuceaba: “Tú te lo buscaste”. Un agente de la policía lo arrestó por asesinato alevoso. James dijo: “Tuvimos una pelea, disparé para asustarlo pero él golpeó mi mano y salió otro disparo. Fue un accidente”.

El asesino, un hombre bajo y fornido, usaba gafas de montura declaró que el ajedrecista había vendido la casa del químico, este le había llamado para preguntarle porque le había despojado de todo, pero Womersley fue muy insolente y le dijo que haría un embargo más.

La policía supo que James era un inquilino de Womersley. El caso era muy sencillo, pero el 23 de septiembre el detective a cargo del caso se suicidó con el mismo revólver del asesino en una calda de la estación.

El jurado determinó que el detective sufrió un momento de locura y se disparó en la sien. Luego condenó a muerte al químico, pero el abogado defensor apeló la sentencia alegando que James estaba loco y al ver la furia del ajedrecista perdió los tornillos. Los médicos declararon a James loco y fue encerrado en un manicomio donde fue olvidado.

Tanta declaración de locura parece sospechosa, el lavado de manos o la explicación más sencilla para darle sentido a los hechos es el sin sentido. Eso sucede cuando una sociedad se basa en una racionalidad mítica que se enfrenta a la condición humana, tan azarosa y absurda como la obsesión por el ajedrez.

El instinto asesino debería ser una metáfora de la agresividad ajedrecística, no un término literal. William George Heirens era el campeón de ajedrez en la Universidad de Chicago en 1942 cuando escribió con lápiz labial en el muro de la casa de una de sus víctimas: “Por el cielo, atrápenme antes de que maté a más. No puedo controlarme.” El joven de 17 años asaltaba vivienda para robar ropa interior femenina.

Le disparó dos veces a Verónica Hudzinski, golpeó en la cabeza con una barra de metal a Evelyn Peterson para atarla de pies y manos, apuñaló con una navaja y estranguló a Josephine Ros, acuchilló a Frances Brown y después de estrangular a la niña de seis años Suzanne Degnan la descuartizó y metió sus pedazos en un saco. Cuando lo arrestaron, como no deseaba confesar, le inyectaron penatnol de sodio para hacerlo hablar. Heirens murió en 2012 en la cárcel, un día dijo: “Sólo fui un peón empujado a través del tablero y sacrificado cuando por capricho”.

Mensaje del asesino del lápiz labial.

Raymond Weinstein, frustrado por ser siempre el segundón después de Fisher en los Estados Unidos, terminó cortándole la garganta a un anciano de 83 años para ser recluido en un manicomio.

Famoso felón fue Claude Frizzel Bloodgood, un buen ajedrecista con un rating de casi 1600 que competía en torneos nacionales. Aventurero ladrón, pasó varios años en diversas cárceles. Un día apuñaló hasta la muerte a su madre, la envolvió en una alfombra y la arrojó al pantano. Sentenciado de por vida, pasó décadas jugando partidas por correo y publicó tres libros sobre problemas de ajedrez.

En el siglo XVI, el hombre que jugó contra el diablo, Paolo Boi fue envenenado por sus rivales celosos. El ajedrez provoca celos homicidas.

En 2015 Steve Dillard, “Mr. Kentucky chess”, famoso profesor del juego fue apuñalado 140 veces por uno de sus discípulos. Dillard fue premiado por la federación estadounidense de ajedrez por haber organizado 3000 torneos infantiles y juveniles. Su asesino fue Ronshai Jenefor quien lo odiaba ferozmente por haber sido abusado de niño por su mentor.

Sume a estos celos, lector, el aislamiento, un frío mortal, el encierro en medio de una oscuridad perpetua y una partida de ajedrez. En 1959 dos científicos soviéticos se enfrentaban en una partida dentro de la estación de investigación Vostok, en la tierra de la Princesa Elizabeth, lugar donde se registró la temperatura más baja conocida en el planeta: -82 ° C. Llegó el jaque mate y el derrotado cogió un hacha de hielo y despedazó la cabeza del ganador. A partir de ese hecho, la Unión Soviética prohibió el ajedrez en las estaciones antárticas.

Hablar de crímenes de guerra es una tautología o más bien, hacer constancia de un pleon    asmo. Al menos un ajedrecista de élite ha sido acusado, aunque no condenado como genocida.

El lituano Karlis Ozols no solo ganó la cruz al mérito de guerra en 1944 como primer teniente sino que también ganó ese mismo año el torneo de Riga y la medalla de bronce en la Olimpiada de ajedrez de 1936. Participó en el torneo de Kemeri en 1937 al lado de figuras como Alekhine, Fine, Keres y Tartakower. A los 17 años había empatado con Lasker. Cuando acabó la guerra huyó a Australia.

Ozols no solo devoraba piezas sobre el tablero, en 1941 se unió a la policía lituana y fue entrenado por las fuerzas de las SS. Comandó una unidad de 100 lituanos que asistían en la transportación, resguardo y ejecución de judíos. Entre Julio de 1942 y septiembre de 1943, más de 10 000 judíos del gueto de Minsk fueron asesinados. El mismo Ozols ejecutó a varios. En febrero de 1943 comandó otra unidad de 110 personas que ayudaron a las tropas de la SS a liquidar más de 2000 judíos del gueto de Slutz.

Karlis Ozols, criminal de guerra y ajedrecista profesional

Nunca fue encontrado culpable. En 1992 el gobierno federal australiano cerró la unidad que investigaba a Ozols e impidió que el fiscal general continuase la querella. Ozols murió en 2001 sin pagar las pesadillas que provocó.