por OCTAVIO ESCALANTE

Esta mañana vi un video en el que unos agentes de policía le bajaban los pantalones a un conocido mío de Indeco, y lo golpeaban en las nalgas con unas tablas por algo así como robarse unas macetas o meterse a una casa. Además de los tablazos en las nalgas, en el video puede apreciarse que los agentes no le creen al detenido de que haya sido él solo el autor material e intelectual de todo el asunto.

El video circula por «redes sociales» y hay una campechana de opiniones en los comentarios, que van desde la necesidad de ayudar a la persona que evidentemente tiene problemas psiquiátricos y de drogadicción, así como otros que aseguran que es lo que debe hacerse en esos casos «pa’ que aprenda».

Unos quince minutos después me encuentro con la nota de la funcionaria que se queja ante la secretaria de Educación Pública porque uno de sus compañeros de trabajo de la SEP mantuvo un permanente acoso sexual contra ella, interceptándola en la oficina, siguiéndola a casa de su madre, refiriéndose a partes de su cuerpo, proponiéndole tener relaciones sexuales e incluso enviándole fotografías de su pene a través de cuentas de whatsapp u otras aplicaciones que iba inventándose el susodicho acusado para continuar con su acecho durante meses, hasta que fue removido temporalmente –pero ya volvió, y de ahí la queja de la afectada.

Los argumentos de las autoridades de la Secretaría de Educación Pública de nuevo tienen ese carácter como si se tratara de un problema menor, del robo hormiga en un Oxxo, de un bullying leve en una Secundaria entre adolescentes o de una discusión en un bar del malecón. Yo no soy ningún investigador ni quiero ni tengo la facultad de «deslindar responsabilidades» respecto a este tipo de casos, pero me da la sensación de que hace falta una supervisión de alguna rama de la psiquiatría, no sólo en las calles de la Indeco, sino en sendas dependencias. Ejemplos varios.

Sigue en vilo la situación del diputado cuyo fuero pende de un hilo ante la mirada impaciente de quien se dice agredida sexualmente, también desde hace muchos meses, y que acusa de estancamiento a los encargados de agilizar procesos, de sellar hojas, de leer y redactar oficios, de cotejar pruebas y de escuchar testigos, entre otras muchas cosas.

Corre el rumor de que se ha amenazado a algunas guerreras del movimiento que señala a los acosadores y violadores, pero es simplemente un rumor que –sin embargo– tiene tal naturaleza violenta en un país como México que más vale tomárselo muy en serio. Y de pronto, uno revisa un texto, o ve un video, una noticia, una declaración conmovedora, y parece como si estuviera en la antesala de una dimensión que se vuelve otra y otra, multiforme, susceptible de múltiples interpretaciones pese a que teóricamente se rijan bajo las mismas leyes medulares, pero que se abordan de diversa manera dependiendo del nombre, del acto, del peso.

Después de esto no me queda certeza de que la dimensión en la que me hallo sea una sola. Con estas maneras en que se maneja el lenguaje, en que se demoran las herramientas del orden, o se apresuran, mientras un arroyo de furia bárbara cruza transversalmente llevando a su paso desaparecidos, osamentas, mujeres llorando de rabia u hombres llorando de ternura, como mi conocido de Indeco encerrado en un mundo de incomprensión total; con estas maneras, digo, la vida se parece mucho a un Almuerzo al Desnudo, las declaraciones plausibles y que pasan por válidas son solventes en esta interzona y siendo realista uno puede dar en el blanco del relato fantástico describiendo los hechos.

No creo estar exagerando.