La resistencia indígena en Baja California Sur comenzó de manera tan temprana como 1533, prácticamente al primer contacto registrado entre los europeos y la población originaria de la parte sur de la península californiana. Sin embargo, el conocimiento de esta historia de resistencia es muy reciente.

Los pueblos indígenas, llamados californios, cochimíes, guaycuras y pericúes se rebelaron en múltiples formas, desde un principio, contra los trabajos sistemáticos de dominación o exterminio de los europeos.

Se romancea mucho la intervención de órdenes religiosas en el proceso de colonización de lo que hoy es Baja California Sur, pero lo cierto es que las misiones jesuitas del siglo XVII y XVIII, todas, se instalaron ahí donde ya existía una comunidad indígena peninsular. Había tantas comunidades indígenas como sitios de agua. ¿Dónde más se iban a instalar los misioneros sino ahí donde había agua y “nativos” o “neófitos” indígenas?

El papel de los misioneros fue siempre el de “reducir” a la fe católica a los pueblos originarios de la península. Pero “reducir”, término técnico utilizado por los propios misioneros, hoy todos sabemos qué significado real tuvo: el más común. Sólo hay que mencionar cómo un solo misionero, Juan Jacobo Baegert, pudo presumir a sus lectores europeos coetáneos el haber “conducido” once mil almas (indígenas) directamente al cielo en su trabajo “apostólico” de San Luis Gonzaga. Es decir, prácticamente despobló el área asignada a su “misión”.

Mírese todo el martirologio que se hace precisamente en estos días en Los Cabos sobre los dos misioneros jesuitas que fueron muertos en la rebelión indígena de Santiago Añiñí de 1734-1737: no se explica, aunque la fuente principal de este hecho lo refiere, describe y justifica, que la Compañía de Jesús envió una expedición punitiva desde Sonora, formada por cien hombres armados, para exterminar a los indígenas rebeldes, lo cual significó en la práctica el asesinato de casi todos o todos los varones pericúes y la violencia sobre todas las mujeres.

El endulzamiento que se hace de los misioneros jesuitas y posteriores desde las instituciones culturales y educativas en Baja California Sur tiene el dogma de la conquista “pacífica”, la “evangelización” de los antiguos californios como un suave proceso de transculturización; un proceso sólo afectado desgraciadamente por las enfermedades europeas, las verdaderas causantes de la desaparición total de los indígenas californios. Lo mismo sucede para la narrativa oficial sobre el proceso de secularización de las misiones: todo tranquilo, aunque se desliza aquí y allá, entre los propios historiadores criollistas, las acciones violentas contra la población indígena sobreviviente a las epidemias y la violencia misional.

Esta “desaparición” absoluta de sus culturas además se convirtió y así se sigue enseñando todavía, en una supuesta desaparición absoluta de sus genes en la población sudcaliforniana. Éste es el dogma más ridículo: que en esta parte de México no hubo mestizaje. Que los sudcalifornianos, los “verdaderos” descienden de “blancos”, “criollos” o “europeos” y jamás de pericúes, guaycuras o cochimíes; mucho menos de yaquis o mayos (verdaderos constructores de los edificios misionales, soldados, agricultores, artesanos, buzos, pescadores y mineros); no se diga de filipinos, chinos, japoneses, nahuas, otomíes, mixes o zapotecos.

Los autodenominados “sudcalifornianos verdaderos” han instituido este criollismo patético basados sólo en denominaciones familiares, siempre patriarcales: apellidos ingleses, franceses o alemanes. O de los primeros “soldados” que llegaron con los misioneros novohispanos, aunque lo más probable es que la gran mayoría de estos fueran, también, mestizos.

La realidad, hoy lo podemos probar, es que aquí sucedió lo mismo que en el resto de México en cuanto al mestizaje genético y cultural. La resistencia indígena existió y está documentada. La historia está ahí para volver a leerse con cuidado, y no sólo en cuanto a lo sucedido a los pueblos indígenas sudcalifornianos: el siglo XIX y XX requieren un extenso repaso y más libres revisiones.

¿Cuándo recuperaremos el conocimiento sobre las culturas indígenas de Baja California Sur? ¿Sobre la historia de las resistencias indígenas? ¿Sobre la resistencia del pueblo sudcaliforniano contra las invasiones extranjeras y los gobiernos autoritarios? ¿Cuándo se reconocerá el constante proceso de inmigración mexicana que es la base mayor de la población de nuestro estado? ¿Cuándo se reconocerá a las decenas o cientos de mujeres y hombres que han trabajado para el desarrollo colectivo de este pueblo?

Que ya termine el racismo, criollista y clasista, en las instituciones culturales y educativas sudcalifornianas. Ésta será la transformación más importante, profunda y esperanzadora de Baja California Sur.

Una historia que comienza.