Nysaí Moreno

El Estero de San José del Cabo tiene una historia muy particular; se han registrado incendios desde hace al menos diez años. Arde en agosto del 2010, arde en 2011, arde en enero del 2012, arde en abril del 2014, arde en 2016, arde en 2017, arde en mayo del 2021, arde en mayo del 2022, arde en 2023, arde en enero del 2024, arde en marzo del 2024, arde en enero del 2025 (1)

Arden también años de omisiones, silencios institucionales, despojos legitimados y discursos “verdes” que han servido como camuflaje de intereses privados. Cada incendio no sólo carboniza la vegetación nativa: también devasta el tejido simbólico, ecológico e histórico de uno de los últimos humedales costeros vivos en la península.  

Todos estos incendios en la zona del Estero de San José del Cabo tienen un patrón constante e inquietante: el fuego irrumpe —una y otra vez— en áreas aún no ocupadas por desarrollos turísticos. Mientras la margen este del Estero ha sido ocupada por Puerto Los Cabos, Hotel El Ganzo y Club Crania, lo que queda del humedal se reduce tras cada siniestro.

Según datos obtenidos por la periodista Grace Gámez a través de la Conafor, entre 2014 y 2024 se han consumido aproximadamente 82 hectáreas dentro de la Reserva Ecológica Estatal del Estero. En el 2024 se han registrado tres incendios. Dos de ellos, desde que entró la actual administración, fueron los de mayor extensión en los últimos diez años. Las causas atribuidas por Conafor a estos siniestros varían: desde fogatas mal apagadas hasta vandalismo y negligencia de fumadores. Pero cuando el fuego repite sus pasos sobre el mismo territorio durante más de una década, lo que emerge no es solo la duda sobre sus causas, sino la necesidad de mirar con atención los intereses que se alinean tras cada nuevo vacío que deja cada incendio.

Lirio acuático, planta de tratamiento y fuego: ¿relaciones invisibles?

Entre entrevistas por este anormal patrón de indendios, algunas respuestas por parte de servidores públicos se ha mencionado —aunque sin investigación concluyente— la presencia del lirio acuático, planta invasora que ha proliferado en el humedal. Sin embargo, esas menciones omiten un punto clave: la planta de tratamiento de aguas residuales ubicada junto al Estero ha tenido fugas y descargas intermitentes durante décadas, alimentando el crecimiento descontrolado del lirio por nutrientes como fósforo y nitrógeno. Esto ha generado una biomasa densa y difícil de manejar. La ausencia de una investigación formal es sorprendente.

Una hipótesis ecológica y química razonable sugiere que el lirio, al morir y descomponerse, puede liberar gases inflamables como metano. Además, al secarse y mezclarse con vegetación como la palma y carrizo, se convierte en un material altamente combustible. Aunque tal parece ser que el discurso oficial no profundiza en este vínculo, más de 82 hectáreas del Estero han sido consumidas por incendios en una década —según Conafor—, aproximadamente 71 hectáreas solo por los incendios del 2024-2025.

En este contexto, resulta urgente preguntarse si el deterioro ambiental está siendo gestionado como antesala para nuevas intervenciones bajo el lenguaje de la restauración.

Demolición del Hotel Presidente: ¿otro capítulo en el despojo territorial?

Durante décadas, el Hotel Presidente InterContinental —conocido más recientemente como Holiday Inn— fue uno de los referentes del turismo tradicional en San José del Cabo. Situado justo en los márgenes del Parque Estatal El Estero, su cercanía con el humedal lo convirtió en una construcción de alto impacto ecológico desde sus inicios. Sin embargo, fue hasta 2020, a raíz del cierre por la pandemia, que el edificio quedó desocupado. En 2024 comenzó su proceso de demolición, en medio de una aparente discreción institucional, y en el año donde los incendios de El Estero fueron de los más devastadores.

Aunque las autoridades municipales solicitaron la supervisión de bomberos y de la Dirección de Ecología durante la demolición, no se hicieron públicos los estudios de impacto ambiental, ni las medidas de mitigación. El hecho de que no haya un registro accesible y claro de los permisos, actores involucrados y finalidad del predio tras su derrumbe refuerza las sospechas ciudadanas sobre el futuro uso de ese espacio.

En el imaginario colectivo local, la demolición no es un hecho aislado: ocurre en un contexto donde el Estero ha sido sistemáticamente reducido por incendios, desecación, presión inmobiliaria y proyectos turísticos. La cercanía de este predio al núcleo del Parque Estatal lo convierte en un punto geoestratégico. Y aunque hasta el momento no hay documentos públicos de quiénes son los dueños del predio y/o los actores involucrados, se configura un patrón claro de apropiación del espacio costero bajo el discurso de “turismo de alto nivel” y “regeneración urbana”.

La ausencia de posicionamientos públicos por parte de instancias responsables, sumada al historial de ocupación privada en zonas públicas o ejidales como La Playita, permite leer esta demolición no como un simple cambio de infraestructura hotelera, sino como una maniobra más en el proceso de fragmentación, privatización, estetización y elitización del territorio.

El Estero y el mapa global del fuego

Lo que ocurre en El Estero de San José del Cabo no es un caso aislado. Como advierte la abogada y urbanista Carla Escoffié, los incendios recurrentes en zonas ambientalmente valiosas son, en muchos contextos, parte de una estrategia de control territorial. En su análisis sobre Querétaro, Chile, California y Hawaii, muestra cómo el fuego ha sido vinculado a procesos de especulación inmobiliaria, donde tras la devastación de la tierra se abren oportunidades para nuevos desarrollos disfrazados de “regeneración” o “aprovechamiento sustentable”.

El Estero, como muchos otros humedales urbanos, está atrapado en un modelo de ciudad que considera al suelo natural como un obstáculo para la expansión turística. Lo que no puede ser urbanizado de inmediato, es primero degradado. El fuego —como lo han denunciado activistas en todo el continente— funciona como prólogo del capital inmobiliario. Y aunque en muchos países existen leyes que prohíben la construcción en terrenos incendiados por décadas, los mecanismos de aplicación son débiles, y el discurso del “manejo del fuego” puede volverse un atajo para justificar nuevas intervenciones. En este contexto, no podemos seguir mirando lo que ocurre como una cadena de accidentes naturales o como simple negligencia institucional. Lo que emerge es un patrón más amplio, donde la conservación se convierte en fachada del extractivismo, y el discurso ecológico en estrategia de legitimación del despojo.

El Estero es hoy un caso ejemplar de colonialismo verde, una posible forma actual de despojo que opera en nombre de la conservación, pero cuyas lógicas de fondo responden a los mismos patrones que expulsaron pueblos originarios, privatizaron costas y transformaron la naturaleza en espectáculo de consumo.

Los incendios no son hechos aislados: parecen ser parte de un proceso de debilitamiento del ecosistema para justificar intervenciones. Las palabras “regeneración”, “resiliencia”  y “restauración ecológica” se vacían de contenido cuando quienes las enuncian están ligados a capitales extractivos.

La lucha por el Estero no es solo ambiental. Es una lucha por el sentido del territorio. Es una disputa por la memoria, por la historia local, por las formas comunitarias de habitar. Es una lucha contra el modelo global de desarrollo que transforma cada oasis en un resort, cada manglar en una marina, cada duna en un lote y cada problema ambiental en “conservación”.

El Estero como nodo vital del ecosistema peninsular

El Estero de San José del Cabo no es un cuerpo de agua aislado ni un atractivo turístico: es un nodo ecológico en una cadena hidrológica ancestral, dicho en otras palabras, es una red ecológica conectada por flujos de agua desde la montaña hasta el mar. Esta red, modelada a lo largo de miles de años, conecta la Sierra de la Laguna con el Golfo de California. Su carácter “ancestral” se refiere a su rol histórico y continuo como corredor natural de agua, nutrientes y biodiversidad, así como su vínculo con formas de vida humana que han habitado este territorio por generaciones.

Las cadenas montañosas como la Sierra de la Laguna se formaron a lo largo de millones de años por procesos geológicos como el vulcanismo y la tectónica. Desde esas alturas descienden arroyos temporales y permanentes que actúan como arterias del ecosistema. Cada temporada de lluvias o huracán activa esta red hidrológica, transportando agua, sedimentos, semillas y nutrientes hacia la costa.

En este sistema, El Estero es su desembocadura, su pausa estuarina, su sistema de filtración y renovación. La zona del Estero, por su ubicación costera y suelos frágiles, por ser parte de un ecosistema casi insular, es especialmente vulnerable a la erosión costera, los eventos meteorológicos extremos y la presión urbana. Cualquier infraestructura turística construida en esta área está expuesta a riesgos crecientes por la frecuencia de huracanes y el aumento del nivel del mar. Un modelo matemático predictivo que integre variables como precipitación estacional, intensidad de tormentas, pendiente del terreno, tipo de suelo y cobertura vegetal podría demostrar que cualquier construcción ahí es insostenible en el mediano y largo plazo. Sin embargo, la lógica del turismo de élite desconoce o ignora esta realidad, al fragmentar artificialmente el territorio entre “estero”, “sierra” y “playa”, como si fueran entidades separadas, cuando en realidad forman un solo sistema.

De las cenizas al capital: el Estero como umbral del despojo inmobiliario

El caso del Estero de San José del Cabo no puede seguir siendo visto como un incidente ambiental aislado. Lo que ocurre allí —como en Cabo del Este, como en La Ventana, como en La Ribera, como Todos Santos, como El Tecolote y El Mogote en La Paz, como en tantos otros territorios del litoral sudcaliforniano— forma parte de un patrón estructural de despojo territorial impulsado por intereses inmobiliarios, legitimado por narrativas institucionales y encubierto por discursos de desarrollo sustentable.

Las quemas recurrentes, la fragmentación del humedal, la privatización progresiva del espacio público y la opacidad institucional no son anomalías del sistema, parecen ser parte funcional del modelo extractivo turístico-inmobiliario que se ha expandido por todo el corredor San José del Cabo–Cabo San Lucas y ahora avanza con fuerza hacia el sur y hacia el este.

El intento de desaparecer el Camino Costero de Cabo del Este, registrado en la tercera actualización del PDU 2040, muestra cómo esta lógica de ocupación y privatización avanza sin freno. La devastacion y ecocidio de todo el litoral de Cabo ha sido un proceso de aproximadamente más de dos décadas. Ahora pretenden ir por el resto del litoral aún remoto, Cabo del Este.

Desarrollar infraestructura en El Estero o en sus alrededores, no solo es una contradicción ecológica: es una necedad basada en la ignorancia. Construir en un nodo estuarino, conectado directamente con la Sierra y el Golfo de California, es equivalente a perforar el sistema circulatorio de un cuerpo vivo y esperar que sobreviva.

Y aún así, en medio de esta devastación progresiva, no existe en San José del Cabo una universidad pública, autónoma con Facultad de Ciencias —naturales y sociales— que estudie, proteja y dialogue con este territorio. ¿Cómo puede ser que un sitio con tal relevancia ecológica y belleza prístina no tenga una infraestructura académica y crítica que lo sostenga desde el conocimiento colectivo?  Porque esta belleza tiene fecha de caducidad. Y mientras se aplican modelos de desarrollo brutales —sí, brutales, porque aún no hemos normalizado sentirnos legítimamente ofendidos por tanto ecocidio— seguimos sin herramientas locales para responder con rigor, con presencia y con voz.

El Estero ha sido la puerta de entrada a un modelo extractivista que se extiende por toda la costa este: un laboratorio del despojo encubierto por el discurso del desarrollo sostenible.

Frente a esto, la ciudadanía no solo observa: documenta, pregunta, exige respuestas, archiva, se organiza. Y ese es el verdadero riesgo para el orden establecido: que el territorio se convierta en memoria colectiva, que el conocimiento vuelva al cuerpo, y que el discurso oficial ya no tenga el monopolio del relato.

Colonialismo estético y Ambiental: el discurso verde como herramienta de despojo

El Estero —como antes otras zonas costeras— ha sido vaciado de su valor original para ser transformado en experiencia “cool”. Espacios de contemplación ancestral se convierten en “vistas premium”, los sonidos de las aves son reemplazados por las bocinas de fiestas electrónicas con DJs internacionales, y los aunucios de conservación y “alternativa verde” se tiñen de marketing espiritual: “conexión con la naturaleza”, “turismo consciente”, “sanación holística”. Es el colonialismo estético: la apropiación del paisaje y la cultura local no mediante la violencia directa, sino a través de una estética globalizada que vende lo “salvaje” como parte de un paquete turístico boutique. Se reconfigura el sentido del territorio desde una mirada foránea, desdibujando la historia ecológica y social del lugar.

Tras los últimos incendios en El Estero, emergieron corrientes de “regeneración”, “rescate ecológico”, “sustentabilidad”. Palabras claves que lejos de garantizar la protección del ecosistema,  avanza en lo que parece la privatización del Estero. En ese escenario, quienes anuncian estas palabras claves ligados a proyectos con capital extractivo, la figura empresarial se disfraza de salvadora ambiental mientras habilita marcos jurídicos y narrativos que legitiman el despojo.

El discurso “verde” se vuelve herramienta estratégica para facilitar procesos de urbanización intensiva en zonas de alto valor ecológico, como El Estero. El caso de La Playita es ilustrativo: calles públicas absorbidas por desarrollos privados, despojos violentos, tierras comunales convertidas en zonas exclusivas. La narrativa oficial habla de “conservación”, de “regeneración”, de “arte y cultura”, pero en la práctica, se opera una ecología de la exclusión.

En los discursos de figuras como Eduardo Sánchez Navarro, por ejemplo, en su mensaje al recibir el premio de excelencia turística en marzo del 2025  ( https://youtu.be/Xse3nF1iMuI?si=8uy_3tmf368OiWJP ), la utilización semántica es evidente: la palabra “sustentabilidad” aparece junto a “plan maestro”, “visión a largo plazo”, “atracción de inversión turística”, “infraestructura sin carga para el municipio”, configurando una narrativa donde el ecosistema se reduce a un activo territorial. Al proponer extender el modelo Cancún-Riviera Maya hacia Cabo del Este —justo donde El Estero es la puerta de entrada a esa zona—, se omite que esos referentes son ejemplos de saturación turística, declive ecológico y elitización del territorio. Así el discurso se presenta como sustentable, pero encubre una lógica de expansion inmobiliaria y extractiva.

Los intereses privados —con su visión desconectada de la realidad del territorio, heredada de cunas colonizadoras— es una manifestación más de lo que el sociólogo Aníbal Quijano llamó en su teoría social la colonialidad del poder: un patrón global que sobrevive al colonialismo formal y se infiltra en el territorio, en el saber, en la estética y en la gestión de la vida misma.  Dicha colonialidad se expresa  en la forma de ocupación simbólica, jurídica y estética de los territorios por parte del capital transnacional.

La mirada desde el Municipio

El Mensaje de Cristian Agúndez en su carácter de Presidente de la Mesa Directiva de la XVI Legislatura, 1 de septiembre de 2021 (  https://youtu.be/B4cNCma4F4M?si=tm5HnjSpStVBbmoF ), no es un discurso de confrontación con el modelo extractivo turístico, sino que parece alinearse con él desde una postura de continuidad institucional. Aunque reconoce el “rezago social” en infraestructura, salud y vivienda, su narrativa asume como inamovible el modelo de desarrollo centrado en la promoción turística. La solución que propone no es una transformación estructural, sino una redistribución del impuesto al hospedaje: ajustar del 3% al 4% para que un punto porcentual más sea dirigido a obras sociales. Este gesto, aunque presentado como avance, se subordina a los intereses del sector hotelero, con quienes —según relata— se reunió para ajustar su propuesta original.

No hay mención del Estero, ni del acceso público a las playas, ni del conflicto ecológico que vive San José del Cabo, tampoco se alude al crecimiento urbano desordenado, ni a sus consecuencias socioterritoriales: la falta de planeación vial, el colapso de servicios, la gentrificación, los salarios precarios de la población local, o el impacto de la planta de tratamiento de aguas residuales instalada desde 1980 dentro del mismo humedal. El único horizonte de crecimiento que plantea es el crecimiento turístico. Este discurso parece representar lo que Rita Segato llama la interiorización del mandato colonial: una gestión que reproduce las lógicas externas del capital, en lugar de representar una alternativa desde y para el territorio.

La ciencia como brazo epistemológico del despojo

La colonialidad, como lo explican Segato y Quijano, no solo se impone con armas o dinero: se sostiene desde el saber. El conocimiento científico, cuando es separado del territorio, del cuerpo y del dolor, se vuelve cómplice del extractivismo. En este caso, el discurso municipal apela constantemente a cifras, porcentajes, números, leyes fiscales y proyecciones del INEGI —pero nunca a la memoria del territorio, ni a los datos ciudadanos que evidencian la devastación ecológica.

En marzo del 2024, ante el incendio más brutal en El Estero, con aproximadamente 40 hectáreas afectadas, la Coordinación Municipal encargada de la Reserva Ecológica Estatal, emitió un comunicado negando cualquier relación con intereses inmobiliarios, apelando a que se trata de una “zona Ramsar” protegida. Sin embargo, como advierte la socióloga Raquel Gutierrez, el poder también ejerce moldeando discursos tranquilizadores que desactivan la crítica y neutralizan el conflicto.

Como lo plantea Segato, la colonialidad del saber funciona como una segunda piel del sistema colonial. Se imponen epistemologías donde solo es válido el discurso técnico, negando lo que el cuerpo comunitario ya sabe: que el despojo no empieza cuando llega la excavadora, sino cuando el discurso lo vuelve necesario. La ciencia se vuelve instrumento de dominación cuando es ciega al dolor de la tierra. Cuando se desconecta del lugar que observa. Cuando justifica o minimiza los impactos. Cuando ignora que el Estero no es un dato, ni un número, ni una hipótesis de regeneración. Es un cuerpo vivo. Un organismo que filtra, resiste y respira.

El discurso institucional de Agúndez, como el de Sánchez Navarro, no nombra el conflicto, no registra la historia reciente del Estero, ni problematiza el papel de los incendios o la ausencia de un malecón público. Su lenguaje al parecer oculta bajo fórmulas presupuestales la continuidad de una colonialidad que opera no solo en lo material, sino también en lo simbólico.

Una mirada desde las teorías sociales

Cuando el lenguaje del poder se vuelve paisaje, el territorio se vuelve mercancía. Las palabras pronunciadas desde el podio —vestidas de desarrollo, progreso o sustentabilidad— se deslizan por las cuencas del discurso institucional hasta volverse cauces de legitimación del despojo.

Así opera la Colonialidad del Poder, teoría social nacida en Latinoamérica, obra del sociólogo peruano Aníbal Quijano, quien sostiene que la matriz colonial no desapareció con el fin del colonialismo, sino que se adaptó y persiste como una estructura de dominación epistémica, económica y territorial. Esta lógica se impone también sobre la tierra: el territorio no es concebido como sujeto, sino como superficie utilitaria, como recurso disponible. Lo mismo ocurre con el conocimiento: se legitima únicamente aquello que puede cuantificarse, medirse, ordenarse bajo criterios eurocéntricos.

En este punto resuena también la voz de Rita Segato, quien amplía esta crítica desde una perspectiva feminista y territorial. Ella señala que:

“La colonialidad del saber impone una lectura del mundo donde lo sensible es negado, donde el conocimiento es amputado de la experiencia, donde el territorio es cartografía sin alma.” 

(Segato, “La crítica de la colonialidad”, 2013)

Así, tanto Quijano como Segato nos invitan a mirar el discurso del desarrollo y la conservación no como propuestas neutras, sino como dispositivos de reconfiguración simbólica y material del territorio.

Frente a esta maquinaria semántica, emerge el contradiscurso ciudadano: multiforme, a veces desarticulado, pero profundamente arraigado. Un discurso que no sólo denuncia, sino que defiende la memoria del lugar, los saberes compartidos, la ecología como vínculo y no como activo financiero. Es un discurso que recuerda que la vida no puede ser embodegada, parcelada o loteada.

La disputa por el territorio también es una disputa por el sentido

Como decía Michel Foucault, el discurso produce realidad. Y el discurso “verde” que rodea al Estero no es excepción. No describe el territorio; lo borra, lo sepulta, lo fragmenta, le pone números y estadística. Le quita vida, lo posee, lo despoja bajo el lenguaje de la salvación. La conservación se ha vuelto una forma de ocupación. Desde una crítica en la realidad latinoamericana en los conceptos de Foucault, el colombiano Arturo Escobar introduce una epistemología ambiental y política desde los territorios. Su trabajo complementa el enfoque foucaultiano sobre biopolítica y espacialización del poder con una mirada más etnográfica. Tiene un libro clave: “Territorios de diferencia”.

Y como nos enseñó Aníbal Quijano, las ciencias, al replicar las categorías del Norte global, se vuelven ciegas ante las tramas del despojo local. Nombran sin tocar, explican sin entender, sin escuchar, sin ver, sin sentir. Su crisis es epistemológica: ya no basta describir el mundo y su caos proponiendo el extractivismo de los ecosistemas bajo conceptos como “recursos naturales” y “conservación”, urge transformarlo desde otras matrices de pensamiento.

Rita Segato ha denunciado que el cuerpo y el territorio son los primeros blancos de las guerras de ocupación. Y el Estero –territorio/cuerpo– ha sido quemado, violentado, parcelado y vendido, pero también ha resistido. Porque los territorios vivos no mueren, se rebelan en silencio, guardan memoria. La tierra no olvida. El ecosistema-territorio siempre observa, siempre siente, nunca olvida.

Como sugiere la socióloga boliviana-mexicana Raquel Gutiérrez Aguilar, los territorios no son solo espacios físicos, sino lugares de sentido, memoria y acción colectiva. Su noción de “tramas comunitarias de re-existencia” invita a mirar las resistencias territoriales no como reacciones aisladas, sino como procesos históricos donde los pueblos construyen vida digna frente a los embates del capital. En este marco, El Estero, Cabo del Este, La Ventana, La Ribera, Todos Santos, El Tecolote, Balandra, y demás territorios del litoral sudcaliforniano, no son sólo cuerpos de agua para desarrollar, es un cuerpo colectivo, un espacio en disputa desde la comunidad —con su palabra, su cuidado y su lucha—, reescribe el sentido del territorio más allá de la propiedad y el mercado.

La socióloga Maristella Svampa ha denunciado los efectos del neoextractivismo en territorios como el Estero, donde se combinan lógicas depredadoras del capital con discursos progresistas que encubren el despojo. Ella propone una ecología política de los pueblos, donde la defensa del territorio no es solo ambiental, sino profundamente social, simbólica y política.

Y Enrique Dussel nos recuerda que todo pensamiento crítico nace desde un lugar. Que pensar desde el sur no es una metáfora, sino una responsabilidad ética. El Estero, como herida abierta, como territorio herido, nos pide otro pensamiento, otro modo de conocer y de habitar. Latinoamérica ya ha producido sus propias brújulas éticas y teóricas. En vez de aplicar modelos tecnocráticos de “manejo ambiental”, el Estero nos interpela a leerlo desde estas claves del sur, donde el conocimiento nace de la lucha, el territorio y la memoria. No desde los “journals del norte”, sino desde los cuerpos que arden con el humedal.

Nota sobre el acceso a la información pública (2024-2025)

  • Durante la elaboración de este artículo, se realizaron múltiples intentos para obtener información oficial sobre los incendios registrados en el Estero de San José del Cabo a lo largo de los años. Sin embargo, el acceso a datos históricos se ha visto limitado. Personal de bomberos locales indicó que no cuentan con información anterior a la actual administración (2024), y que cualquier solicitud requiere procesos institucionales que pueden tardar semanas, quizá meses.

Por otro lado, integrantes de la Comisión Nacional Forestal (Conafor) explicaron que, si bien existen plataformas como el Sistema de Información de Incendios Forestales (SISIF) o los mapas de calor de CONABIO, los datos específicos por región no están disponibles de forma directa y deben solicitarse a través de canales regionales o institucionales internos. A esto se suma que, desde principios de 2024, ya no es posible realizar solicitudes de acceso a la información a través de la Plataforma Nacional de Transparencia (PNT), como se hacía anteriormente.

Estos cambios ocurren en un contexto nacional en el que el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI) fue sustituido por un nuevo órgano llamado “Transparencia para el Pueblo”, bajo la Secretaría Anticorrupción y de Buen Gobierno. Aunque oficialmente se ha señalado que la PNT sigue operando, diversas fuentes han reportado restricciones significativas para acceder a información pública relacionada con temas considerados de interés estratégico o vinculados a proyectos de desarrollo.

En consecuencia, buena parte del análisis sobre los incendios en El Estero ha tenido que construirse mediante revisión de archivos hemerográficos, reportes ciudadanos, reconstrucción de fechas vía noticias digitales y entrevistas, ante la imposibilidad de acceder a un registro oficial completo y actualizado.

Fuentes teóricas y conceptuales citadas

  • Aníbal Quijano – Teoría de la Colonialidad del Poder.
  • Rita Segato – Colonialidad del saber y del cuerpo; crítica feminista y territorial.
  • Raquel Gutiérrez Aguilar – Tramas comunitarias de re-existencia.
  • Michel Foucault – Producción de discurso, biopolítica y territorialización del poder.
  • Arturo Escobar – Epistemologías del Sur y ecología política desde los territorios.
  • Maristella Svampa – Crítica al neoextractivismo y ecología política de los pueblos.
  • Enrique Dussel – Filosofía de la liberación y pensamiento desde el Sur.

Fuentes periodísticas consultadas