Víctor Guadarrama

Es increíble que la gente se preocupe por la biología solo cuando se trata del género. No les importa qué sistemas económicos completos, ciudades, formas de entretenimiento, formas organización de la unidad doméstica, sean completamente culturales. No les importa que sus argumentos apelen a un primitivismo selectivo en el que lo único que debe ser “biológico” son las relaciones sexuales, olvidando por completo que vivimos en un mundo en el que ni siquiera ir al baño escapa a las normatividades culturales: uno va en lugares determinados en momentos determinados. Pero más alarmante que esta omisión, no sé si deliberada o producto de la ignorancia, es la confusión sobre qué es la ciencia, y en este caso específico, la biología. La ciencia no es normativa, es explicativa, es decir, la biología es la ciencia que estudia el mundo orgánico, pero no lo reglamenta. Se trata de una herramienta para conocer ciertos aspectos de la existencia, pero no toda, por eso tenemos múltiples disciplinas que estudian diferentes fenómenos y, por lo tanto, tienen diferentes objetos de estudio. Esto significa que la biología da explicaciones, no produce reglas. Decir que algo es biológico o no es decir que algo pertenece al campo de estudio de la biología o no, no que cumpla con alguna regla impuesta por ésta. Uno no puede decir, “la biología dice que uno nace hombre o mujer y se acabó”, pero uno puede decir que ésta disciplina no tiene las herramientas para explicar qué es una persona transexual o una persona queer. Puede explicar cómo funcionan sus genitales, pero no puede explicar otros elementos de su configuración como ser humano. El género no es parte de su objeto de estudio, de la misma forma que no lo es capitalismo o el arte. Quien estudia científicamente el género son las ciencias sociales, las cuales ofrecen explicaciones del fenómeno (no reglas) basado en metodologías desarrolladas específicamente para objetos de estudio de este tipo. Confundir las explicaciones con reglas no solo es desconocer el funcionamiento de la ciencia, sino que nos mete en un flujo con dos vertientes indeseables. Por un lado, la ciencia se convierte en dogma, lo que explica se convierte en norma y, por lo tanto, quedando inmóvil, se vuelve incapaz de progresar en el conocimiento de los fenómenos naturales que constituyen la existencia. Por otro lado, es un camino a formas de regulación y de control que devienen formas de fascismo social y que sirven para oprimir, explotar o excluir a lo diferente, a lo que se sale de la norma. Estas vertientes amenazan, no solo la libertad humana, sino que ponen en peligro la integridad física de seres humanos como aquellos que no se identifican con el género que les fue asignado al nacer. De ahí la importancia de recordar, en todo momento, que la ciencia trata de explicar los fenómenos naturales, no de imponer normas sobre el mundo, por eso está en constante transformación, porque mientras más se profundiza en un fenómeno, más elementos variables aparecen, y a veces es necesario fundar una nueva disciplina científica para explicar aquello que escapa a las herramientas y metodologías de las otras disciplinas.

               Entonces, para concluir, si queremos ser realmente científicos, o pensar como científicos, al acercarnos al género no debemos adoptar una posición dogmática y normativa como afirmar que la biología dice tal o cual cosa, o que ciertos comportamientos no son biológicos, sino que debemos preguntarnos por la naturaleza de los fenómenos, explicarlos y agregar al basto conocimiento humano. Debemos sorprendernos ante aquello que desconocemos para poder indagar en sus por qué’s y no tratar de meterlos en categorías pre-existentes que mutilan los procesos de construcción de conocimiento. Es decir, afirmar que la biología niega la existencia de personas LGBTIQ+ es totalmente anticientífico, pues no busca explicar nada, sino normarlo, y eso es función de la cultura: es un argumento cultural, no científico.