Pero nadie ve con ingenuidad. No existe, de hecho, ni siquiera en los niños.

Y sin embargo, no obstante, y a la par de cualquier cosa, la vida es una. Y la de un ser hecho de madera, pese a que sean tantas, es una. Puesto que la memoria lo persigue con todos sus agregados sentimentales ante lo que dejó atrás antes de su muerte reciente.

Uno no puede estarse burlando de todo, ni clasificar, ni explicar todo con la burla. Sí puede. Pero cuando lo hace hay algo que va volviéndose endeble en quien lo hace y se transmite como una noticia hacia los demás aparatos de su manera de estar en este reino, un hígado, un amigo, un gesto en la calle, una palabra indestructible que duela y nos aclare.

De esa manera, aunque se haya reído de todo con dulzura, y con el gesto placentero de la soberbia, ya no le queda nada de dónde anclarse, puesto que todo de lo que se ha reído es un chiste. ¿Hay principios?

Hay certezas: moriremos, acabaremos solos en alguna hora; lo que hoy es placer, dentro de unos años lo recordaremos como imágenes que nos harán dudar de si valió la pena dejar lo otro por lo que ahora nos queda.

Sin querer desalentar a nadie de su desenfrenado tren por la vida, ni una ni otra cosa son una estaca inamovible, clavados sus dos extremos entre la piedra del infierno y otra piedra, de algún sitio, que no sea el infierno.

Pero vida.

Vida de Pinocho.

Una sola.

Ahora.

Incongruente.

Vacía.

Una.

Sola.

Y.

luego.

Ninguna.