**El original de este intento de ensayo sobre nuestro deseo fue publicado por la revista Este País en 2020.

Gracias a Sel y Luisa Fernanda por su lectura afectuosa

Mar Guerrera

¿Qué deseamos las mujeres? ¿Cómo exploramos nuestro propio deseo, cómo sabemos cuál es su origen y de qué parte de nuestra historia proviene? Me pregunto por qué examinamos nuestras apetencias, para qué deseamos conocer su procedencia, su lugar y fecha de nacimiento. Supongo que de alguna manera creemos que así podemos liberarnos de ciertas latencias, exacerbar otras. No lo tengo claro en esta tarde de domingo.

¿Por qué cuando cuestiono mi deseo presente necesariamente tengo que mirar hacia el pasado? ¿Cuántos siglos atrás? ¿Siglos? Me refiero a que me es imposible no imaginar a la humanidad siendo un solo rostro, desde el origen, hasta nuestros días. Un solo poema, un solo deseo. Ya ven que, según Borges en La flor de Coleridge, Shelley dictaminó: “todos los poemas del pasado, del presente y del porvenir, son episodios o fragmentos de un solo poema infinito, erigido por todos los poetas del orbe”. Asimismo, todos los deseos del pasado, del presente y del porvenir, son rostros de un deseo infinito, erigido por todos y todas las deseantes de la órbita.

Dijo Platón, y luego George Polti, que sólo existen treinta y seis posibles situaciones dramáticas (emociones básicas) que se representan a través de la historia, de las artes y los destinos. ¿Y si no hay deseo nuevo y éste sólo varía, se reinventa, se reconstruye? Y si el deseo, la evolución de la idea y concepto a través de las épocas, es sólo una combinación de limitados apetitos y anhelos humanos, ¿entonces podríamos hablar de “evolución” en ese sentido? Y qué decir de los deseos de las mujeres, a quienes los hombres se han encargado de describir y definir a través del poder de la palabra a lo largo del tiempo. Sí, qué pasa con nuestros deseos, si históricamente se nos han reprimido, culpabilizado, castigado e impuesto deseos.

Es momento de replantearnos, de reconocer, recrear, el deseo desde la colectividad en plena revolución intelectual, feminista. En pleno grito de placer femenino, desde nuestra cultura (también nuestra política).

Entonces, ¿qué deseamos las mujeres? ¿Cuáles han sido nuestros deseos según la Historia? (esa de la “H” mayúscula de la que habla Gerda Lerner)
¿Cuáles son nuestros deseos, individual y colectivamente? Los míos. Los tuyos. Los de ahora.

Me pregunto si el deseo es siempre placer o si también puede encerrar infortunio. ¿Disfruto o sufro más debido a lo que deseo? Preguntarme esto me hace pensar en los estoicos y su opinión sobre las emociones: juicios errados, opiniones vacías y privadas de sentido. Y qué son los deseos, sino emociones en su origen, anhelos que brotan para ser satisfechos. El deseo ha sido definido por algunos, desde la Antigüedad, como algo que nos perturba, que nubla nuestra racionalidad. Bueno, aunque en este caso, ¿qué mujer quiere seguir, respecto al deseo, lo que dijo una escuela moral del 301 a. C., que de manera formal no incluyó a ninguna fémina?

¿Y el hedonismo? El cirenaico, teniendo al placer y la satisfacción como máximo fin; o el epicureísta, que evita el sufrimiento y procura la felicidad, pero modera aquellos deseos que, aunque sean naturales, no son vitales. En fin, dilemas de los hombres de hace varios siglos, ¿cuáles han sido los nuestros?
¿Qué será lo que hemos deseado verdaderamente, desde siempre? ¿cómo se ha construido nuestro deseo? ¿cómo lo hemos podido recrear?

¿Dónde nos habita la potencia y la llama? ¿Dónde nos habitan las palabras?
En todos esos recovecos también habita el deseo

¿Cómo vivimos el deseo las mujeres de hoy? ¿A qué escuela moral nos apegamos, desde qué visión ética? Qué tanto la moral en turno determina lo que se desea, pensando el deseo desde todas sus formas, claro. Qué nos dicta hoy la sociedad, la cultura erótica dominante

¿Qué desean ellos, qué deseamos nosotras?

¿qué deseos nos unen a nosotras?

Sabemos que somos parte de una sociedad que mayormente reprime el deseo, lo oculta, lo finge, lo distorsiona; o lo deja suelto como si fuese un perro rabioso que muerde e infecta; luego esa rabia carcome. No se puede anteponer el deseo siempre, de eso se encargan la moral y la ética, de recordárnoslo. De buscar un punto medio. Un equilibrio en la paradoja razón-deseo. Estos dos principios rectores, como decía Platón, nos guían: en uno, un apetito innato de placeres, y el otro un modo de pensar adquirido. Un espacio de conciliación entre lo que queremos y lo que debemos.

En México, ¿cuál es el discurso moral imperante a través del cual se rigen los deseos? Me parece importante reflexionar sobre cómo se piensa y se discute el deseo, dónde, qué tanto nos gobiernan las emociones y los deseos desenfrenados o, a veces, sádicos; ¿hablamos de que unos son más dignos que otros? ¿tenemos claro el doble rasero sexual que impone aspectos distintos para hombres y mujeres? En evidente que, en este país, siguen culpando a las mujeres por ejercer ciertos deseos, como el de la libertad, el de apropiarnos de nuestra sexualidad, el de no maternar, etc.

Y nosotras, ¿seguimos culpabilizándonos por lo que deseamos?

Tú, que lees esto a solas, ¿has tenido un momento en el que algún deseo insondable te arrastre? Quizás es difícil admitirlo. ¿Qué pasa cuando nuestro deseo trastoca las libertades de otras personas? Me alegra saber que mis deseos no siempre satisfacen los deseos de los demás. Y me gusta pensar en que mis deseos no violentan el espacio de otras. Suelo buscar la templanza, aunque sea en el remolino de conocer lo que deseo, desear siempre más y más conocimiento. Deseo hurgar en el deseo, aunque en el fondo me dé miedo. Y quién desea tener miedo.

Aun así, me pregunto: ¿Qué deseos se desprenden del saber? ¿Cuáles del cuerpo? ¿Y de la música? ¿Del alma? ¿Alguna vez, en el fondo, he deseado dolor, para mí o para otras personas? ¿He deseado a quien supuestamente no debo desear?  Sí. Ciertos días, de mí, toda, se desprenden deseos como bengalas, también interrogantes, y lo incendian todo. No sé si me salvo, o me carbonizo medio cuerpo.

¿Por qué me importa tanto lo que deseamos las mujeres? Quizá porque he vivido edades donde el deseo se mezcla con el dolor y la soledad más profunda. O porque de pronto, intentar pensar este apetito, completo, en todas sus aristas, sabe a pararse frente un aleph, desde donde se observa y siente todo lo deseado, anhelado, esperado, ambicionado, amado, contemplado, ansiado a lo largo de cada una de las vidas que han pasado por el mundo.

Algo me ha enseñado el reconocimiento de la historia de las mujeres: hay un deseo compartido con muchas, de hurgar en el cuerpo y la memoria, de cuestionarlo todo, de existir sin miedo ¡de vivir! De sabernos vivas y libres.

 ¿Por dónde se debe empezar y qué deseos colocamos en la mesa de disección? ¿Creen que dudarlo todo, en términos de deseo sexual, por ejemplo, signifique un absurdo, un sin vivir que imposibilite explorar libremente los apetitos, los reconocidos? ¿Creen que reprimirse siempre, en términos de deseos de venganza, por ejemplo, sólo signifique ser prudente y estar en lo correcto?

Quizá sólo soy de las que evito rayar en paroxismos. Aunque no siempre fue así, no siempre lo evité. Fui una adolescente excesiva, improvisada, caótica, caprichosa, desordenada, amante de la libido proyectada, desatada, principalmente contra mí. Cuando pienso mi vida, en esos momentos o fragmentos de una historia pasada que conozco a fondo, recuerdo aquella frase que me dijo una amiga, la leyó en un libro llamado Loving to Survive: “estudiar la psicología femenina en el patriarcado es como pretender conocer la etología animal estudiando a los animales en cautiverio”. 

La puberta y adolescente que fui, estaba en una jaula muy oscura y pequeña.  Cuando pienso en eso, me coloco desnuda frente al espejo y me pregunto, ¿qué deseo experimenta mi piel ahora?, ¿cuáles deseos busco satisfacer a toda costa?, ¿quién me desea ahora, a quién deseo, a quiénes? ¿Habrá cierto tipo de deseos que alguna vez tuve y que se hayan extinguido para siempre? ¿Años más tarde rechazaré lo que ahora me da placer? ¿Renegaré de alguna de las formas de satisfacerme? No sé si me importa. Ciertos días estoy convencida de que importa.

Cuando estoy sola indago en mis deseos, pero aún más cuando me enamoro y me acompañan. Después de la referencia bibliográfica que me compartió dicha amiga, tarde o temprano pienso en el síndrome de Estocolmo. En el vínculo emocional. En todas las formas en las que, enamorada de algún hombre, experimenté una saturación de deseos que me llevaron más al terreno del caos, de los problemas, de los malestares emocionales y las crisis de histeria, de los celos, el miedo y la excitación prolongada; que del placer o el sentirme plena.

Tomo conciencia, al leer esas experiencias de mi memoria, de la necesidad imperante que tenía, de complacer a cualquier hombre. Puedo reconocer a la distancia que muchos deseos míos tenían origen en actitudes aprendidas de las mujeres con las que crecí rodeada; estoy marcada por la geografía de mi historia.

Volteo a reconocer algunos de los deseos más claros que pintan mi pasado, y no puedo más que alegrarme de poder desmenuzarlos, comprenderlos, desnudarlos, amasarlos, acariciarlos, desprenderme de muchos de ellos. Desde muy joven me interesé por saber de dónde nacían mis deseos, qué deseaban mis amigas y compañeras, las mujeres de mi familia, mi maestra de la escuela, qué deseaba la vecina.

¿Qué deseamos las mujeres? ¿qué desean las mujeres que aman a otras mujeres? Que nos amamos de tantas formas

¿Qué es lo que más anhelamos en tiempos como estos? ¿Cómo le hacemos para recrear el propio deseo que a veces parece ciego? ¿Cómo? Me guardo lo que creo implica “recrear”. Me intriga cuántas conversaciones podríamos tener sobre nuestros deseos.