¿Cómo regresar al lugar donde uno ha sido feliz cuando la espesura… cuando la flema de un laberinto impredecible lo ha cubierto todo? El suicidio. Una de las llamadas puertas falsas del laberinto que también es una de las puertas radiantes de la mercadotecnia para los escritores que viven su gloria póstumamente.

Pero entre nosotros, los mortales sin llegar aun a la ingenuidad de la trascendencia que ya señalaba Bolaño en una de sus tantas entrevistas con los intestinos destruidos, podemos aferrarnos al entretenimiento, cualquiera que sea su forma.

Regresar al lugar en el que uno ha sido feliz. Vaya contradicción. ¿No les parece que los lugares dónde uno ha sido feliz sólo se vuelven plataformas de la felicidad cuando los recordamos? El entretenimiento, por otra parte, es el soma del que no hay pocas pruebas que nos agarramos continuamente. Mi propuesta: Maestro y Margarita.

No la novela. Esa la leerá cada quién sin recomendación alguna porque quizá es de las novelas que se escribieron entre el mundo fantástico que describe, entre el profesor Wolan, sus demonios subalternos y los intelectuales de Moscú, en los que cabe precisamente el maestro que redacta la novela sobre las vicisitudes de Poncio Pilatos y Yeshua Ha-Notsri. Una historia que irradia más por la labor de hacerla que por lo que cuenta.

La laboriosidad de la novela dentro de la novela es uno de los focos de la ficción de la que hablo y, en este caso, lo que recomiendo es la serie, en la que uno puede detenerse a beber cuando quiere algo que alimente.

Fue lanzada en el 2005 y dirigida por un tal Vladimir Bortko, que de alguna manera supo influir sobre los actores ciertos gestos del absurdo, del dramatismo exagerado, del tinte de farsa pero –ya lo sabrá cada quién que la vea– de esa seguridad que imprime como inspiración de los que están dedicados a hacer de su vida un útero para un manojo de palabras.

No quiero adelantarme demasiado porque, espero, que alguno de ustedes se tome la molestia de verla completamente. Confío que esta suposición será efectiva en quienes gustan de Bulgákov, u otros, que gustan de la literatura en general.

Yo por mi parte, suplanto las masturbaciones del mundo colindante en las diez horas que dura esta serie y, sin ir demasiado lejos, la veo sabiendo que es de lo poco que mi propio ánimo me permite cuando se trata actualmente de saborear la dicha del mundo, pese a que haya fiestas, manjares y frutos verdaderos fuera del piso donde vivo.