Por Octavio Escalante

Si como dicta la teoría conspiratoria de que para tapar el desastre químico de Ohio, que abarca tres estados, utilizaron la historia de los globos ovnis, la versión choyera podría ser sin problema la abducción de la vaquita del Arámburo para acallar la pregunta de ¿por qué actuó tan rápido la justicia ante el descontón que le dieron al Reportero Urbano?

Múltiples mentes de rigor analítico han especulado ya sobre el tema. Una de ellas propone la creación sistemática de un enemigo oculto creado por el poder, enemigo que irá sustrayendo de nuestra identidad emblemas como la cola de la ballena, la piedra de Balandra o las salchichas Longmont.

Otros creen que se trata de una disidencia controlada que intenta hacer conciencia sobre la contaminación de la cría de vacuno alrededor del mundo, a propósito de los gases de efecto invernadero, pero para implementar una Ley Anti Cambio Climático dirigida por los grandes capitales enmascarados con un rostro verde y amigable.

Quienes están más en contacto con la calle, suponen que un grupo de chuqueros la robó para venderla a los fundidores de metal cuyas residencias suelen estar en la carretera rumbo a los planes, con cazos gigantes para licuar el metal entre tumbas clandestinas.

Sin embargo, quienes precipitadamente se dispusieron a lanzar las hipótesis señaladas y muchas otras, se topan con la innegable realidad de unas fotos en las que aparece la vaquita siendo engalanada para la gran fiesta del próximo Carnaval La Paz.

No obstante ¿no serán estas fotos «innegables» una creación de la Inteligencia Arificial; artefacto utilizado recientemente incluso para crear proyectos como un puente entre el Malecón y el Mogote, o un segundo piso del Libramiento Pino Pollos?

Resulta inquietante que no haya habido ningún pronunciamiento oficial ante esta presunta abducción, e igual de inquietante que en la tumba de don Ernesto Arámburo no se perciban aún revolcones de ansiedad por lo que se ha hecho con el símbolo de su carne comerciada por toda la Diestra Mano de las Birrias.

Sea lo que fuese, o lo que hubiese sido, supongo, por cuenta propia, que a la vaquita del Arámburo se le pasaron las horas de San Valentín en el Hotel Oasis y sigue disfrutando de los lamidos y embestidas de un toro, o de otra vaca menos famosa pero querida, porque los símbolos se alimentan y aunque se resisten a ello, a veces dan señales de que tienen su propia vida privada, y hay que respetárseles ese espacio y ese tiempo, hasta que vuelvan a su labor de posar ante las miradas de sus adoradores.