Mario Jaime

Lo demás es roca y polvo para tus zapatos…

Palabras, palabras, palabras.

Aterciopeladas

Una poza en calma, una charca bajo una tarde fría en el bosque.

Los poemas de Guadalupe Galván flotan, son música de otoño con evocaciones de caricias casi abstractas, pero no a la manera lógica sino un hechizo sin objetivos de poder, sino mariposas de aire, hechos inmanentes sin moléculas orgánicas.

Lo común extraordinario es extraordinariamente común. Pensar sobre su poesía parece una blasfemia, es como tratar de disecar un suspiro.

“Tal Vez Soy Yo la Sílaba” es un filme poético enmarcado en música de 20 minutos. La obra se define como un ensayo abstracto de viaje compuesto de imágenes filmadas por Brian Allen en Portugal aderezadas con versos de Guadalupe Galván y armonías del músico electrónico Fabián Ávila y el violonchelo de Natalia Pérez. Al editarlo, el mismo Brian fusionó las ideas contribuyendo con la melódica, percusiones y piano.

Pero ese filme se inserta como parte del libro-objeto, poemario, instalación portátil del mismo título que contiene haikus y dibujos de la poetisa.

“No busques oráculos para tus respuestas, tú eres la pitonisa” canta Guadalupe, desde el inicio dándonos la clave de su poética. Mientras la fotografía de un caminar por calles portuguesas conecta con la lusofilia de Guadalupe, remite a un monólogo paso a paso de un andar inminente.

Las cosas, la ciudad, el cigarro, los lentos caballos, la aguja del disco y el café; sueños de palabras y de saudade, tranqüilidade, trsiteza. Pasos tranquilos, rasgadura de las cuerdas sin estridencias ni dulzuras.

Notas de horas, progresiones hacia no sé qué blanco sensorial.

Languidez que invita a respirar vetas y minerales como desea la poeta, ausentarse para dejar de caminar el mundo, aislada, lejana y única.

“Nadie más que tú estará esperándote y el silencio de las montañas” canta esta voz. La poesía de Guadalupe Galván me parece muy lejana del metabolismo, de lo orgánico fluido, de lo biológico. Es una voz limpia, hermosa e inquietante. Como un sueño que no alcanza a ser pesadilla, pero está en el umbral de lo terrible.

Ella misma nos susurra una pista: “memoria de ceniza”.

Recuerdo a Guadalupe cuando la conocí hace veinte años, con colores sobrios, en mi memoria camina en tonalidades serias, marrones, sepias, de nuez, bajo lluvias citadinas, con un devenir acanalado. Demasiado enigmática para ser inteligible por el fuego, ella es como un espíritu de cedro y algarroba.

Recuerdo su risa inteligente, copiando largos párrafos de Cioran o Marosa (a ella le debo conocer a esos dos poetas), su presencia fuerte en una mujer guapa y versos tersos.

Me he topado su obra en antologías eróticas, poemas alados en la red, libros finos, sus enigmas y sus hilos de parca (sin concesiones como toda parca). Una poeta que comprende la tragedia del minotauro y nos invita a salir a la lluvia…así, simplemente.

Para mí, Guadalupe Galván no es sólo sílaba, sino como toda poeta: sibila.