Quienes respetamos este tema incluso no podemos sostener las manos frente al teclado –no te fíes de quien escriba calmadamente– pues lo equiparamos veladamente al éxito total de una vida que terminó haciendo un círculo sobre sí misma, a pesar de todos los atropellos que tuvo y acaso precisamente por ellos.

Hay suicidios memorables: un harakiri en la televisión de Japón, un golpe de escopeta regalada por su padre, la mitad de un cuerpo dentro de un horno con el gas abierto, la congregación de los necios, reducida a una manguera en una guallina. O muchos más, sumamente más elocuentes, entre los romanos o los babilónicos y entre nosotros mismos que lo vamos cultivando con nuestra forma de vida destructora y remolando en el asfalto de la actualidad.

Buah!, un becerro muriendo 3 segundos al día, un hombre que en su profética vida se suicidó en una cruz, y muchos otros con un disparo regio, directo sin posibilidad de error, pero ¿qué es el suicidio? El exterminio de uno mismo.

Borges dijo alguna vez algo parecido a esto: He cometido el peor pecado que puede cometer un hombre, no he sido feliz.

Otros, que no tenían los libros que los levantaran como personas, simplemente se comieron 30 pastillas de seudoefedrinas y fueron cayendo poco a poco en el carnaval de la muerte.

Por otra parte, ¿a quién dejas? Considero personalmente un círculo completo pero olvidable a las dos semanas cualquier forma de aniquilación, pero ¿no deseamos que se cierre el círculo de nuestra vida con un acto dramático?

Supongamos que has muerto porque un veneno de verdoso envase cristalino fue vertido sobre tu organismo, ¿y los demás? Los que quedaron fuera de ti y fueron quienes alimentaron seriamente la persona que –a fin de cuentas– decidió decir adiós antes de que…

¿Cómo voy a dejarlos a ellos, a los que me quieren? Si bien he tenido faltas de respeto quizás imperdonables, no estoy dispuesto a que surja, entre sus caras y entre los corazones que me conocieron, una angustia que yo mismo no pueda presenciar.

Es casi una concesión, pero no una concesión de peatón que le deja el paso a otro sino con todos aquellos que por fortuna del destino se han mostrado como padres, amigos, novias o novios, y sufrirían cuando esta daga oscura de mi pecho, sangre sobre mi cuerpo herido.