Por Mario Jaime

Maldito año en el que caen como hojas de otoño inteligencias egregias a la par de chusma variada. Maldito año que será registrado en las crónicas de la guerra biológica que nos aplasta.

¿Pero qué año no ha sido maldito?

Hay hombres que no deberían morir jamás así como hay otros que no debieron haber nacido  nunca.

Hace unos días ha muerto el escritor José Pablo Feinmann. Desde la polémica, desquiciada y brillante Argentina, Feinmann descolló como un crítico congruente de su historia y su política exacerbada.

Lo califico de escritor porque siempre se quejó de que le reconocían como filósofo o sociólogo pero pocos hacían referencias a sus decenas de novelas, libretos de teatro o guiones de cine.

Hijo intelectual de Sartre; siguiendo su ejemplo se afianzó como escritor comprometido pero se definió a sí mismo como intelectual libre e independiente y no orgánico de ningún partido político. “La derecha me enferma” declaró una vez.

Aunque de joven militó en el partido peronista y años después apoyó a los Kirchner, el caos y el berenjenal violento de la política argentina es tan contradictorio que yo, muy lejos de ella aunque fascinado por la historia de ese país, me declaro incompetente para juzgar cualquier postura.

Confieso que me sedujo la historia de Argentina por los puntos de vista de Feinmann acerca del asesinato del dictador Aramburu por los montoneros, hecho que define su novela Timote; la figura de  Rodolfo Walsh asesinado por la Junta en 1977 y la esquizofrenia provocada por los Perón, en especial Eva que me llevó a la genial novela de Tomás Eloy Martínez Santa Evita.

Le admiré desde el terreno filosófico, conocido por su serie Filosofía aquí y ahora. Aunque no estoy de acuerdo con su postura de que la modernidad comenzó con Descartes y antes que él hubo una Edad Media donde no ocurrió nada, lo cierto es que fueron programas fascinantes para divulgar el pensamiento filosófico ligado a la historia contemporánea. Sus libros sobre filosofía poseen un estilo fresco, brillante, claro; con un sentido del humor preciso y lúcido, enemigo del posmodernismo e inclinado hacia una ontología que parte de Heidegger.

Varios rivales le criticaron como un divulgador mediocre, nada preciso, que tergiversaba o no entendía a Heidegger, Nietzsche o Hegel. O que, para colmo, interpretaba a este último desde una postura de izquierda. Fanáticos religiosos también le despreciaban acusándolo de no entender las doctrinas o insultados por su ateísmo. Tal vez algo de esto sea cierto, pero también es cierto que gracias a sus ponencias sobre ellos miles de personas conocieron los pensamientos de estos titanes. Subrayo la pasión como una virtud para poner al descubierto la inteligencia.

Defendió un pensamiento latinoamericano, propio, nacido del tercer mundo, de países marginados que no han participado de la centralidad de la Historia,  pensamiento situado al ser periférico y el rechazo al colonialismo. Desde el sueño de Bolívar de lograr una unidad hispanoamericana,  pasando por José Martí, José Carlos Mariátegui, la Revolución mexicana, el Che Guevara y el marxismo en América latina.

Leerlo es fluido, escucharlo hipnótico.

Feinmann despreciaba lo meloso y lo cándido del pensamiento de Eduardo Galeano; su propio pensamiento viraba hacia lo radical, hacia lo forzoso de la sangre derramada, de la violencia como arma política. La entendía, pero no siempre la justificaba. Criticaba más bien la ingenuidad de ciertas utopías pero no celebraba la matanza, de hecho nunca fue militante de los fierros (como dicen los argentinos). En 2003 publicó su novela Crítica de las armas  donde se pregunta, en una época de dictadura ¿cómo funciona la complicidad cuando el horror no es un secreto? ¿De qué carácter es la culpa de todo un pueblo ante la atrocidad? Ante la posibilidad de la violencia, el maniqueísmo ético no basta, es un enigma y una decisión que toda persona debe tomar. La analizó en su obra de teatro Cuestiones con el Che Guevara y en su ensayo  La sangre derramada. Ensayo sobre la violencia política. Diseccionó la influencia de Hitler, de Clausewitz, de Che Guevara, De Franz Fanon  y de Marx sobre los movimientos guerrilleros y el terrorismo de Estado. Describió la historia de su país como un devenir de la sangre, desde los caudillos del siglo XIX hasta las dictaduras militares. Despreció el horizonte utópico de la izquierda tradicional y concluye que frente a la injusticia y la violencia que se ejerce desde el poder, se deben abrir nuevos caminos de resistencia alejados de la violencia y la venganza, como los inaugurados por los organismos de derechos humanos y las marchas del silencio dentro de la democracia.

Repudió el ejercicio, y le cobró factura. Parecía que solo era cerebro y degradó su cuerpo.

Amaba el arte. La música como uno de los placeres supremos. El cine como mitología contemporánea.

Ponderó a Gershwin, ensalzó el genio de Santos Discépolo, Piazzola, Lee Marvin.

De niño fue seducido por el cine. Luego analizó el séptimo arte de manera precisa como lo evidencia el título de uno de sus ensayos: Kant y Gary Cooper. El cine representó la complejidad de la condición humana, la cobardía, el desdén, el amor, la valentía, el sacrificio, las contradicciones afectivas.  Destiló una postura apasionante en su guión sobre Eva Perón.

Despreció con asco a los estúpidos, los payasos de la televisión, los analfabetos que se dan de gurús de las masas en los medios de comunicación. El poder del internet como herramienta de sumisión al configurar el Big Brother Panóptico fue desmenuzado en su libro Filosofía política del poder mediático.  Llamó al poder mediático “Culocracia”. Escribió más de 200 páginas sobe el culo como metáfora hegemónica de la nueva modernidad informática. La dominación a través del entretenimiento, una represión política sutil, un adoctrinamiento que el público goza (fan service le dicen también a darle a los imbéciles lo que desean). Feinmann describe una imagen de un pobre godín, un asalariado que llega hecho trapo a su casa en la noche y enciende el televisor. ¿Qué ve? Ultraculos de mujeres operadas que el hombrecillo compara con el de su mujer y se siente más miserable todavía. Un símbolo de dominación a través de lo virtual, a través de culos que ponen en tu jeta, lector.

Varias voces ladran contra ti. Enemigos al por mayor, los mediocres siempre exhiben su envidia. Te acusan de desdeñar la escolástica, de progre, de no ser académico o riguroso.

A veces la calidad de los hostiles deja mucho que desear y retrata el odio de los estólidos.

Al final de sus días criticó las visiones sobre esta Pandemia de filósofos como Zizek que veía en ella la posibilidad de un comunismo piadoso, una solidaridad latente hacia una vida justa. Zizek anunció el virus revolucionario. Feinmann mostró la inexactitud de esta visión, y señaló la politización, los disparates de Trump, las luchas entre el biopoder. No hay que esperar que algo mejore después de esta epidemia, un virus no cambia la condición humana.

Ya no alcanzaste a verlo, José. Te has ido. Reflexionaste mucho sobre la muerte. Ahora ya te has sumido en su oscuridad pero sobrevive tu lucidez.

Nos quedan tus ideas, la validez de la vida. La admiración de miles que te escuchamos y aprendimos de ti, como de los pocos en esta vida que se pueden llamar maestros.