No es que una inteligencia artificial no pueda hacer algo parecido a un San Jerónimo o a una Salomé cortándole la cabeza a Juan el Bautista, sino que a la inteligencia artificial no la perseguirán, no tendrá que mudarse a una ciudad como Venecia, pero es verdad que sí tendría, alguna, por ahí, muy improbablemente, el beneficio de los mecenas.

Al margen de eso, no escribirá diarios a su hermano o a su amigo, como lo hizo Van Gogh, ni dejará sus obras olvidadas durante unas cuantas décadas como este mismo pintor, destruido realmente por la vida hasta que el capitalismo descubrió una manera de hacer dinero con sus girasoles.

Ay, no es esto lo que me interesa de la inteligencia artificial, sino la consciencia que tenga de sí misma, probablemente tan distinta a la nuestra que sólo se asemeje a la de los frívolos gerentes de grandes compañías, que manipulan las vidas de quienes tienen empleos, no porque las manejen fuera de la legalidad sino por que la manipulación es consustancial al puesto en el que están metidos.

Y uno puede decir: pero eso es tan cercano a nosotros: no al grueso de la población; pero otros podrán decir justificadamente: también a ellos, pero en otras jerarquías. Y yo me recuesto para ver el techo, pensando si lo que lanzo como pensamiento corresponde a la base de una ideología o más bien no la justifica en lo absoluto, puesto que tiene un talón de Aquiles como cualquier otra.

¿En qué iba? Por supuesto, que hay que ver a Caravaggio. Y que nunca deberíamos dejarnos llevar por un deseo tan idiota como el de Salomé, que sólo por tener el poder de hacerlo, pide cosas idiotas como cortarle la cabeza a un profeta y que se la traigan en una bandeja, como la cabeza de San Juan el Bautista.