Y aquí estamos ante otra película en la que la inteligencia no es una característica del asesino en serie, sino la enfermedad y el abandono en el que vive toda la sociedad que lo rodea.

Jar City. De Islandia.

Sucede en un pueblo olvidado, lógicamente más pequeño que el país que lo contiene y que suele mostrarse como del primer mundo, pero que en esta historia se nos ofrece como un tercer mundo vulgar y destruido por drogas y deseos destructivos contra gente que no la debe ni la teme.

O acaso sí debe algo, pero no la muerte.

El perseguidor no es el clásico de la novela policiaca, un August Dupin o un Sherlock Holmes, sino el padre de una chica a la que todos se follan en el pueblo y durante su investigación de quién ha matado a ciertas personas, no dejan de recordárselo las personas a quienes interroga.

La hija está viva, pero hay cuerpos enterrados por ahí por algún psicópata que no termina de ser demasiado atractivo como asesino en serie, sino una persona igual de vulgar que todo lo que sucede, aunque con una historia propia que la película va irnos descubriendo para darnos pena poco a poco, no para maravillarnos con su manera de proceder.

El perseguidor, encargado de la investigación policiaca en el pequeño pueblo, es por todas partes un hombre ordinario que soporta sobre sus espaldas la investigación del caso excepcional de asesinatos presuntamente ligados.

Pero se le ve agobiado y como lo he dicho antes, señalado como uno más del pueblo al que su hija, compañera de los posibles asesinos, es igual de ordinaria que él porque parece que no hay mucho más que hacer en ese sitio que beber y follar. Y criticar.

La película personalmente me parece bien en el sentido de que te mete muy rápido en un ambiente frío como deben ser aquellos lugares, pero sorprendentemente conflictivo a pesar de tan pocos habitantes que tiene el pueblo.

Luego, uno reflexiona y dice: no hacen falta muchos actores en una obra para que todo se vuelva trágico y vergonzoso, sino que esté armada de cierta forma en la que nos mantenga atentos y nos diga algo de nosotros mismos, algo que puede ser vergonzoso, hilarante, o por el puro morbo, de ese morbo del que parece estar lleno el público hoy en día en cuanto a los asesinos seriales y las ganas que tiene el público de comérselos.