Mario Jaime

Según Nietzsche, si no hay fundamentos últimos no existe un lenguaje privilegiado sino muchos lenguajes que reclaman sus propios derechos. Si todo es lenguaje nada puede escapar al dominio de lo simbólico. Según el loco genial no hay hechos sino interpretación de los hechos. El lenguaje crea el objeto, no lo expresa nada más.

El sistema de poder (sea cual sea) señala qué hay que entender y cómo entenderlo, ya sean los medios de comunicación, los padres de familia, las autoridades religiosas o los profesores y académicos.

El lenguaje se vuelve un instrumento de poder y los conceptos herramientas al servicio de ideas o ideologías imperantes.

¿La palabra es la cosa o evoca la cosa? ¿La palabra Nilo cabe en el Nilo como escribe Borges en su poema? Este problema filosófico irresoluble que Platón trata en su Cratilo es básico para abordar las relaciones de la posible realidad con la concepción humana.

La verdad deviene en una construcción social surgida en un momento histórico dado que se vuelve dominante. Esta verdad incide sobre las ideas de muchas personas que son pensadas bajo ella en lugar de pensar sobre ella.

Michel Foucault plantea que en toda sociedad, el discurso es seleccionado y redistribuido por procedimientos que tienen como función conjurar el peligro. ¿Peligro de qué? ¿De qué el discurso haga tambalear el poder de los que lo detentan? ¿Algo así sucede en el ámbito científico cuando se someten artículos o trabajos ante el escrutinio de un comité?

Respecto a lo vivo, las palabras y los conceptos han evolucionado hasta adquirir una configuración propia del momento histórico en que se utilizan.

El conocimiento no es un asunto desinteresado. Su uso reditúa y ayuda a establecer jerarquías. Es por eso que el predominio de ciertas palabras sobre otras en el discurso biológico tenga una base nada inocente. El uso de metáforas, eufemismos y conceptos condiciona la relación entre el pensamiento y la cosa.

 Así por ejemplo, el uso de justificaciones en los reportes científicos se condiciona a un interés político o económico. ¿Por qué se tiene que justificar una investigación? ¿No basta con la pretensión de conocer la naturaleza?

El concepto de vida ha cambiado con los siglos. La palabra no significa hoy lo que significaba hace mil años. Pero el significado que se le dé puede determinar las relaciones de aquellos que la utilizan con sus fines específicos.

Según Foucault la vida no existía antes del siglo XIX pues la noción entre ser vivo y ser no vivo no operaba claramente. La misma palabra biología fue usada en sentido moderno por Lamarck en 1802, antes de él se hablaba de una “filosofía natural” o de “historia natural”.

En la actualidad se utilizan eufemismos para referirse a los seres vivos y sus relaciones con nosotros como si fuéramos seres aparte. Por ejemplo, no se masacran tiburones o atunes, se capturan. Tampoco se asesinan ratas en el laboratorio sino que se sacrifican. A veces no se habla de monos o ratas sino de agentes control.

La separación del humano (hombre) de los demás seres vivos es una noción de poder. Para Descartes, por ejemplo, el hombre tiene una sustancia pensante y otra extensa o física mientras que los animales y las plantas sólo tienen sustancia extensa y por lo tanto carecen de alma y de raciocinio.

El negarle el alma o la razón a lo no humano ayuda a justificar la crueldad y la matanza. Despojar al otro de lo que nos hace humanos contribuye a minimizar la responsabilidad de nuestros actos y a engrandecernos como si fuésemos los dueños y señores del planeta.

Por ejemplo, entre los pescadores y marineros aún pervive la idea de que los tiburones no sienten dolor. Algunos fanáticos a la tauromaquia tienen la misma idea respecto a los toros de lidia.

La filosofía judeo-cristiana y en general, la mediterránea de la antigüedad le niega el alma a los no humanos e incluso a las mujeres.

En el Génesis 1: 27-28 podemos leer:

Creó, pues, Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo Creó; hombre y mujer los Creó. Dios los bendijo y les dijo: “Sed fecundos y multiplicaos. Llenad la tierra; sojuzgadla y tened dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se desplazan sobre la tierra.” (Las cursivas son mías). 

Esta noción es mucho más antigua que el Génesis, escrito en tiempos del rey Josías. En el texto egipcio La Enseñanza para Merikare, del 2 200 a.NE se ilustra la relación de la divinidad con el hombre:

Bien cuidada está la humanidad, el ganado de dios.

Él hizo el cielo y la tierra para ellos

Él dominó al monstruo marino,

Él creó el aliento para que pudieran respirar.

Ellos son sus imágenes, que surgieron de su cuerpo,

Él brilla en el cielo para ellos;

Para ellos él hizo las plantas y el ganado, las aves

 y los peces para alimentarlos.

Este dios creador es Ptha o Atum, principios divinos. Los mitos subrayan el carácter antropocéntrico. La tierra está creada para qué nosotros la explotemos, nos nutramos de ella, la sojuzguemos.

En el Corán podemos leer: “Entre los animales, unos están hechos para llevar fardos y otros para ser degollados.”

El dualismo alma-cuerpo se justifica en pos de un idealismo que busca la inmortalidad y la Gracia divina como destino del hombre, pensamiento que en el siglo XIX se trocaría en un dualismo Naturaleza-Cultura, en la que los animales seguirían siendo servidores del hombre sin posibilidad de trascendencia.

¿De dónde viene el eufemismo sacrificio que se usa para justificar la investigación invasiva sobre otros seres vivos? Los sacrificios han sido una constante en casi todas las religiones. Derramar sangre y ofrecer la vida de otros para alimentar a los dioses es una actividad persistente de los ritos mágicos. Pero cuando se han disuelto esos vínculos entre el más allá y nuestra realidad, queda sólo la violencia. Entonces se cosifica al otro para minimizar el acto.

Una de las pocas religiones que se apartó de esta práctica es el Jainismo. Según la tradición, el Jainismo se escindió del Hinduismo por estar en contra de los sacrificios de animales. Así, el ahimsa, o la no violencia se extiende hacia todos los seres vivos. Los jainistas no consideran que los seres seamos iguales pero sí que el alma es material y por lo tanto atómica. La materia está llena de almas y al ser material cambia de tamaño, así el alma de un mosquito es pequeña mientras que la de un rinoceronte es muy grande. Según Juan Miguel de Mora, el Jainismo hace depender la ecología de la metafísica. Lo viviente es Jiva y es sinónimo de alma. El jiva siente y actúa por lo que la abstención de matar a cualquier viviente es la máxima virtud jaina.

En otro plano, que Mircea Eliade denominó religión de grado cero, el chamanismo crea su lenguaje, crea las palabras que pueden designar lo que carece de nombre. Según Sergio Espinosa es porqué el lenguaje nace de la noche y es temporal y único. El delirio provoca un lenguaje sin idioma, primitivo o místico según se desee parecido a la improvisación musical. Este lenguaje tiene como objetivo la curación mediante la conciencia de que ni el cielo ni el infierno son para nosotros. En el trance el cuerpo y el lenguaje se funden, lo desconocido es la fuente del saber y lo que se vive no es comunicable en el sentido de los conceptos.

La ciencia, por otro lado, tiende a clasificar a la naturaleza nombrándola y encasillándola. ¿Cómo clasificar lo que cambia, lo que evoluciona? A diferencia del chamán que entiende qué el hombre no está escindido de lo natural, el científico separa a los otros de sí.

Ciertas doctrinas metafísicas piensan que el hombre participa de la autoconciencia de sí mismo y de sus acciones, evaluando las consecuencias mientras que los animales tienen sólo una conciencia inmediata que le impiden los actos reflexivos. Según esta doctrina pensada por Heidegger el hombre es la conciencia libre de la vida, mientras que el animal tan sólo vive.

No todos los filósofos occidentales han defendido la separación del hombre y los otros seres vivos. Boerhaave y La Mettrie redujeron el alma a un sentido interno basado en el movimiento corpóreo. Ligar los animales al hombre en este sentido no era nuevo, ya lo habían pensado los discípulos de Aristóteles: Estratón y Dicearco.

Para La Mettrie los animales y los hombres son máquinas orgánicas y más que máquinas pues alcanzan un lenguaje. La Mettrie, en pleno siglo XVIII plantea una teoría de  la evolución orgánica, pues el hombre es un mono que ha adquirido un lenguaje especial.

En el siglo XIX Luis Büchner escribió  La Vida Psíquica de las Bestias donde señaló la importancia que presenta el estudio del alma animal. 

Alfred North Whitehead pensaba en el orden de la vida en términos de una organización poética, con relaciones orgánicas:

Así, un electrón dentro de un cuerpo vivo es diferente de uno fuera de él, a causa del sistema total del cuerpo. El electrón corre ciegamente tanto dentro como fuera del cuerpo, pero corre dentro del cuerpo, y este proyecto incluye el estado mental. Sin embargo, el principio de modificación es perfectamente general en toda la naturaleza y no representa ninguna característica peculiar de los cuerpos vivos. 

Esta organización fue evolucionando de una idea molecular de la vida a mediados del siglo XIX hacia un regreso a las regulaciones orgánicas.

No es banal el que J.D Watson —quien descifrara con Crick la estructura del ADN— cambiara el título de su obra de Biología molecular a Biología molecular de la célula.

Por otro lado, el concepto de Ciberciencia de Keller en 1948 abrió nuevas perspectivas. La telegrafía o tele transportación de mensajes entre los seres vivos permearon como metáforas biológicas provenientes de las teorías de la información.

Para François Jacob, el organismo vivo es una máquina cibernética. De ahí se filtraron conceptos como mensaje genético o programación genética hacia la biología del desarrollo. Las células se comparan a computadoras que intercambian información entre sí.

Sin embargo, como piensa Anne Fagot-Largeault, ni la nutrición, ni la reproducción, ni la defensa contra la depredación son problemas que se plantean las computadoras.

Lovelock, en 1979 configura el planeta como un superorganismo Gaia, lo que deriva en una metafísica totalitaria de su unidad en las teorías sistémicas.

Otros no están de acuerdo con que la Naturaleza sea un Ser debido a sus creencias religiosas. Buffon, desde su cristianismo, consideraba a la Naturaleza como un sistema de leyes establecidas por el Creador. Según él, la Naturaleza no es un ser sino una potencia viva, inmensa, que abarca todo pero se subordina a Dios.

Como la vida se resiste a clasificaciones rígidas —pues la evolución es un hecho, hay muchos tipos de reproducción y en algunos organismos sus estrategias reproductivas pueden cambiar, las células forman tumores, hay mutaciones, etc. — algunos pensadores tienden a usar conceptos plásticos. Como François Jacob que usó el término bricolaje (tinkening)  para expresar el carácter oportunista de la evolución.

Según Cournot la aparición de formas nuevas es un desafío para la racionalidad nomológica. La inasibilidad de la vida a los conceptos lleva a los filósofos y científicos a rozar la poesía. Por ejemplo Anton Danchin escribe que “los organismos vivos son sistemas materiales que están construidos para construir lo imprevisto”.

Ciertas metáforas se consideran hipótesis irrefutables pues, epistemológicamente no pueden confirmar que el objetivo es a lo que se apunta. Estas son teleológicas como: los virus realizan una estrategia de invasión celular.

En el Mundo como Voluntad y Representación, Schopenhauer lo llama asombro teleológico. 

Adorno y Hockheimer realizaron una crítica de la razón instrumental preguntándose sobre el fracaso del Iluminismo constatado por las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial.

Según la Escuela de Frankfort, en el siglo XX  la técnica fue la esencia de saber. (positivismo lógico). Lo que los hombres quieren aprender de la naturaleza es la forma de utilizarla para lograr su dominio integral. Ninguna otra cosa cuenta. Sin miramientos hacia sí mismo, el Iluminismo quemó el último resto de su propia autoconciencia.

Así, la naturaleza se transforma de un en sí, en un para él, esto es, en sustrato de dominación, de apropiación por parte del hombre. El sujeto, a su vez, siendo el dominador en cuanto tal, para serlo determina una relación consigo mismo de sojuzgamiento.

Muchos científicos dejan de ser sabios para convertir su trabajo en un oficio al servicio de lo inmediato. El pensamiento de muchas investigaciones se reduce a reproducir regularidades. Expresa el predominio de un pensamiento que se detiene en los datos inmediatos, en el nomen, nombre, dato como número sin un concepto desarrollado. De esta forma “lo pensado”, ya no es lo nuevo sino lo que ha sido decidido de antemano en su estructura.

Ya no son las matemáticas de Pitágoras ni Galileo sino una estadística ramplona. Según Adorno y Hockheimer el número se convierte en el canon del iluminismo positivista, reduciendo a priori lo heterogéneo a lo abstracto. El mundo como “gigantesco juicio analítico” pierde la dimensión de lo nuevo y del misterio.

Recordemos que la palabra riqueza en la antigüedad significaba lo que no tiene precio como la luz solar. Actualmente es sinónimo de dinero y producción material.

La naturaleza devino en recursos naturales. Concepto ligado a la Economía, la vida adquiere un valor monetario y se incorpora al Mercado. La alienación total es supeditar absolutamente lo interno a la lógica del dominio, al dominio de la naturaleza y de otros seres, la adaptación absoluta al mercado, o al consumo.

Así la vida se calcula, no se aprecia. Por ejemplo, en 1991 se filtró públicamente un memorándum del Banco Mundial en donde su economista en jefe apoyaba la exportación de residuos a países subdesarrollados. El argumento detrás de esta decisión se sustentaba en que la esperanza de vida en estas naciones es menor que en las desarrolladas y las rentas percibidas son más bajas así que, económicamente, es más acertado exportar contaminación ya que se cuantifica el precio de las vidas de los pobladores de países pobres en una décima parte de la vida de los pobladores de países ricos.

En un reporte del gobierno japonés defendiendo la caza de las ballenas se puede leer que los cetáceos consumen tal cantidad de recursos pesqueros que se han vuelto una plaga[1].

El uso de nombres de animales como epítetos peyorativos es un claro ejemplo del pensamiento de superioridad. Cerdo, zorra, cabeza de chorlito, cucaracha, insecto o la misma palabra animal pueden operar como insultos. Otra vez la tradición religiosa nos guiña en la base de estas nociones.

En el Evangelio de Mateo, el autor compara a los cristianos no judíos (circuncidados) con cerdos y perros.

San Cipriano, obispo del siglo III, los herejes son “bestias con forma humana” y “dragones venenosos”. Las compara con machos persiguiendo a muchas cabras o con garañones que relinchan al olfatear la yegua, y también  con cerdos gruñidores y verriondos: A sus creencias las tacha de balidos, aullidos bestiales y ladridos.

El “santísimo” doctor de la Iglesia Católica y traductor de la Biblia, San Jerónimo decía que los herejes eran “reses para el matadero del infierno”.

En el Corán los que se han separado del camino recto, es decir, los infieles son:

“Aquellos a quienes Alá ha maldecido, aquellos contra los cuales está irritado, a quienes ha transformado en monos y en cerdos”.

Históricamente, también se han aplicado insultos humanos ligados a características de un animal. Por ejemplo, el caló español del siglo XVI incorporó el vocablo marrajo— matarife perdonavidas y bravucón— como sinónimo de un tiburón grande. También el lenguaje de esta época se refiere a los tiburones como cobardes y estúpidos; y en el siglo XX como máquinas perfectas de matar.

También hay un lenguaje exagerado que opera en sentido contrario.

Después de la publicación en 1976 de Liberación animal de Peter Singer, ciertas ideologías exploran la homologación de los individuos humanos con los individuos animales y surgen conceptos como especismo antropocéntrico. Incluso la noción filosófica de persona tiende a extenderse hacia perros, delfines y otros primates

Cierto lenguaje tiende a antropomorfizar a los animales. Eso conlleva a cambiar la percepción sobre ellos, que a veces tiene consecuencias fatales. Werner Herzog explora esta tesis en su documental Grizzly man sobre la muerte de Timothy Treadwell, hombre que pasaba meses junto a los osos en Alaska. Treadwell comenzó a alienarse y en su lenguaje llamaba a los osos hermanos o hablaba sobre la necesidad que tienen los osos de nuestro amor. Quién sabe qué tanto este lenguaje reflejaba una perspectiva torcida, el caso es que Timothy murió devorado por un oso grizzli.

Ahora, para los estudiantes de ciencias biológicas; ¿qué lenguaje es el adecuado para referirnos a los fenómenos de la vida? ¿Cuáles son los argumentos detrás de nuestras decisiones?

Quedan ciertas cuestiones para el lector que desea filosofar:

¿Nuestras nociones sobre la vida son objetivas?

¿Es congruente el fenómeno de la vida con nuestras nociones de los seres vivos?

¿Podemos tener conceptos objetivos sobre un fenómeno en constante evolución como es la vida?

¿Inciden los vocablos en la percepción de los fenómenos vitales?

¿El lenguaje sobre los seres depende de los intereses y el entorno social e histórico o del conocimiento científico?

Considerando que el uso del lenguaje nos define y establece nuestras relaciones con el medio no es banal pensar sobre el tema.

Referencias

Andler, D., Fagot – Largeault & Saint-Sernin B. 2011. Filosofía de las ciencias. Fondo de Cultura Económica. México.

Deschner, K. 1990. Historia criminal del cristianismo. Tomo I. Los orígenes, desde el paleocristianismo hasta el final de la era constantiniana. Ediciones Martínez Roca, S. A. Barcelona.

Espinosa-Proa P. Dos aproximaciones al chamanismo. A Parte Rei. No. 22.

Foucault, M. 1987. El orden del discurso. Ed. Tusquets, Barcelona.

Muhammad. Siglo VII. El Corán.

Munn, H. Los hongos del lenguaje. En. Harner M.J. Alucinógenos y chamanismo. Madrid. Ediciones Guadarrama. 


[1] Nótese el uso de los vocablos. Las ballenas no comen: consumen.  No comen animales o presas sino recursos pesqueros y en lugar de ser animales que hacen lo que hacen por sobrevivir se vuelven una plaga en perjuicio de los humanos.