Patricia Valenzuela

Siempre creí que empecé a ser lectora “formal” de manera tardía, porque me hubiese gustado empezar a hacerlo desde pequeña y no fue así, a pesar de que mi papá fue un acérrimo lector.

El caso es que en el año 2006 ya en plena adultez, compré mi primer libro, una novela de Gabriel García Márquez (Memoria de mis putas tristes). Esa fue la chispa que encendió mi mecha lectora.

El trabajo que tenía en ese entonces me permitió dedicarle muchas horas a  la lectura. La verdad es que me sentía tan ávida por leer, que muchas veces dejé de lado algunos quehaceres en casa por estar inmersa en una historia.

Conforme el tiempo avanzó y yo con mis libros, una inquietante sensación empezó a habitarme, a la vez que comencé a cuestionarme qué sucedía con lo que leía, en dónde quedaba, cómo podía retenerlo. Porque lo quisiera o no, olvidé nombres de personajes, tramas, etc.  El desasosiego, la desesperación por retener de alguna manera todo eso que leía se apoderó de mí.

Entonces un día le planteé a un amigo escritor el deseo de hacer un club de lectura, pues supuse que compartir con otras personas me ayudaría a sentir que no desaprovechaba todo lo que leía. Le pedí consejos y después de unos meses de iniciar la planeación, tuve la primera reunión.

Así, en  el año 2012 fundé el Club de lectura de Santa Rosalía y, sin ni siquiera imaginarlo me inicié también en el maravilloso camino de la promoción de la lectura.

Desde 2013 pertenezco al Programa Nacional Salas de Lectura, como mediadora. Con ello y otras experiencias literarias más, mi vida cambió en muchos aspectos, para bien.

Luego entonces, puedo decir que leer sí cambia a las personas  sin caer en el cliché  de que el leer nos vuelve superiores.

El estar inmersa en el ambiente cultural (de fomento a la lectura) me dio (y sigue dando) la oportunidad de  conocer y hacer vínculos con personas de mi misma comunidad y de otras partes de México que hacen lo mismo: amar los libros.

Es ese contexto, inicié un programa de fomento a la lectura en el Cereso de Santa Rosalía, que duró tres años. Lapso donde los internos leyeron un libro cada quince días. Una sala de lectura con otros internos que no sabían leer ni escribir, o lo hacían con dificultad. Con ellos compartí la lectura en voz alta. Ambos grupos tuvieron la oportunidad de convivir con escritoras y escritores que vinieron a la comunidad a otras actividades organizadas por club de lectura quien era patrocinadores en su mayoría comerciantes locales.

Con el proyecto Cultura Urbana, que nació en julio de 2013; intervenimos más de veinte bardas con pintas de frases literarias. Algunas de ellas escritas y firmadas por la autora o autor.

Con Cinema Providencia, apoyado por CINBANCO (Guerrero Negro) y Red de cine clubs La Paz, iniciamos proyecciones de cine gratuitas dentro y fuera de la comunidad. Películas de Charles Chaplin, El ciudadano Kane, Cinema Paradiso, fueron algunas de las proyectadas en sus inicios.

Con CALISUD (Campamento literario sudcaliforniano) recorrimos muchos kilómetros y muchas comunidades alejadas y sin acceso a la cultura, dándoles la oportunidad de que disfrutaran de cine, sala de lectura, divulgación de la ciencia con la presencia de científicos, como el Dr. Noboru Takeuchi. Esto gracias al vínculo con Meyibó Desarrollo Integral (Guerrero Negro).

Con Club Calamarium, proyecto exclusivo para niñas y niños, auspiciado por Alas y Raíces, Baja California Sur, ofrecimos talleres de ajedrez, pintura, origami, lectura dramatizada, escultura con plastilina, que impartieron artistas y maestros (as) de la comunidad y muy importante, el  acercamiento que tuvieron a las ciencias, con los talleres que ofreció la bióloga y maestra Karmina Arroyo.

Durante varios años las actividades literarias fueron constantes y con ellas la presencia de escritoras y escritores tanto sudcalifornianos como de otros Estados de México, en las inolvidables Noches de Lectura, que nutrieron la vida boleriana de Santa Rosalía, extendiéndose en algunas ocasiones a otras comunidades del municipio. En ellas y en las ferias de libro, nos acompañaron: Laura Martínez Belli, Felipe Lomelí, Adolfo Morales Moncada, Rodolfo Naró, Cecilia Rojas, Marisabel Macías, Juan José Aboytia, por nombrar a algunas y algunos.

Convivencias entre lectoras y lectores, bazares literarios, charlas, talleres, etc.  dieron vida a nuestra comunidad en el ámbito cultural (aquí puedo mencionar a Don Memo Playa, Laura Lecuona, Nora Soto, Diana Cuevas, Paola Arzate, Juan José  de Linyera Teatro)

Hasta la fecha sigo con mi programa de radio, Mujeres de letras libres. Se transmite por la 93.3 de FM, Radiokashana. En él abordo literatura de autoras y feminismo. Mi vida no ha dejado de girar en torno a los libros.

Hace cinco años empecé a vender libros. Primero en casa. Luego los transportaba en un carrito a la plaza y me acomodaba en una esquina, sobre una mesa los exhibía. Me aparecía en festivales, ferias, etc. A todo lugar donde me invitaran (o no), con mi mesa y mis libros. Hace tres años por fin decidí rentar un local en el Centro del pueblo (Calle 3) y ahí, La Vendedora de Libros nació formalmente como la primera librería después de muchos años de no existir ninguna en la comunidad. Una vez extinta la legendaria Nuñez Brooks. Esto ha sido un logro que difícilmente hubiese podido ser sin la colaboración de mi familia y pareja.  

También y adecuándome a las circunstancias por la pandemia, en junio de 2020 inicié el círculo de lectura Mujeres de Letras Libres. Un espacio virtual donde cada semana un grupo de mujeres nos damos cita para comentar literatura escrita por autoras. En esas sesiones hemos tenido la fortuna de poder convivir con escritoras como: María Fernanda Ampuero, Alma Karla Sandoval y Liliana Blum.

Muchas de las actividades que menciono, han sido realizadas y financiadas por La Vendedora de Libros y en otros recursos propios y familiares.

Esto que relato no ha sido tan fácil, ni todo miel sobre hojuelas. Sin embargo, el balance en por mucho, positivo.

La razón por la que cuento mi vida como lectora, es  invitarlas e invitarlos a entrar en este mundo de letras. A crear a través de las palabras. A leer como actividad lúdica. Sin resúmenes, sin la obligación de tener forzosamente qué haber entendido algo en el momento. Pienso que hay cosas que al leer no necesitan ser entendidas como tal, sentirlas basta (ahí está la poesía).

El hecho de que el leer nos proporcione placer y felicidad es suficiente. Luego, poco a poco la vida empieza a verse distinta. Tal vez a disfrutarla más ¿o a “sufrir” más?  

El ser lectora o lector de alguna manera nos hace más conscientes de los problemas cotidianos. Y sí, nos lleva a muchas y muchos a preocupamos más las cosas que no van bien en la comunidad, en el municipio, en el país.

Repito, no creo que leer nos ponga en otra categoría (superior) como personas, no; simplemente creo que puede hacernos sentir más empatía hacia las personas, nos da mayor sentido crítico para cuestionar la vida política, por ejemplo. ¿Es eso ser mejor persona? Aquí puede caber el debate y es bueno. 

Para finalizar, lo único que puedo asegurar porque lo he experimentado; es que leer le proporcionó un bello sentido a mi vida. La modificó en un sentido amplio y estricto en muchos contextos.

Recibo de los libros felicidad, tranquilidad, sosiego, consuelo, esperanza. Y analizándolo bien y  volviendo al inicio del texto concluyo: mi padre con su ejemplo dejó en mí la semilla lectora. Por lo tanto los libros llegaron no antes ni después, simplemente en el momento justo, cuando estuve preparada a recibirlos para que germinaran  y dieran frutos.