Nysaí Moreno
Una corriente helada: el mar que ya no abriga
En el Océano pacífico, un grupo de migración de ballenas grises avanza desde las costas de Alaska hasta las lagunas de la península de Baja California, atravesando como todos los años, una ruta inicial de 9,000 km. Al llegar a las lagunas, siguen sintiendo el frío, como si no hubieran avanzado nada desde las costas de Alaska, un frío penetrante, incisivo, sobre todo para las hembras preñadas, no apto para sus labores de parto en esas lagunas. Deciden hacer cambios en su migración, viajando más al sur, a las costas de Cabo, aunque esto significara un gasto energético, ellas tenían que encontrar una solución a un problema en su usual ruta por milenios.
Este invierno 2024-2025 en Ensenada Baja California, cuando surfeaba, el frío del mar me traspasaba todo mi cuerpo. Me paralizaba las manos, la cabeza, los hombros, el rostro; un frío que traspasaba mis huesos. Surfistas de Ensenada, que nunca usaban guantes, ni gorritos, y la gran mayoría no usaba botitas, empezaron a usarlos, además del traje de neopreno (wetsuit) que fue más conveniente aumentar su grosor. Hubo observación de orcas en las costas ensenadenses, algo inusual.
La temperatura marítima promedio normal en Ensenada es de aproximadamente 14.9–15.8 °C, y la observada en este invierno 2024–2025 fue entre 13.3–12 °C; destaca una variación de 1–2 °C. En zonas costeras estas alteraciones mínimas pueden tener impactos ecológicos significativos.
Según reportes de la National Oceanic and Atmospheric Administration NOAA por su siglas en inglés Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica —responsable de describir y predecir los cambios en el medio ambiente mediante la investigación de los océanos, la atmósfera, el espacio y el sol—, las temperaturas del océano varían naturalmente según la latitud y la profundidad: cerca del ecuador, las aguas superficiales alcanzan hasta 30 °C, mientras que en los polos pueden llegar a -2 °C. A mayor profundidad, el agua se enfría aún más, promediando unos 4 °C por debajo de los 200 metros. Este enfriamiento se debe a que el agua fría es más densa y se hunde bajo las capas cálidas, creando una estructura térmica vertical que influye directamente en la vida marina. Las zonas costeras del Pacífico, como la de California, son naturalmente frías por las surgencias —corrientes ascendentes que traen agua profunda y fría a la superficie—.
Científicos, cetáceos y colapso: las ballenas que no llegaron
Reportajes periodísticos basados en entrevistas con investigadores de la Universidad Autónoma de Baja California Sur UABCS y reportes oficiales sobre monitoreo de ballenas, anuncian:
Hay 84 muertes de ballenas grises solo en 2025, superando el pico de 2019. Una tasa históricamente baja de nacimientos: apenas 8 crías en San Ignacio y 6 en Bahía Magdalena. La explicación basada en evidencia apunta la desnutrición como factor común, atribuida a desórdenes oceanográficos en el Ártico que ya afectaban, pero agravados ahora por el costo energético extra de migrar más al sur en busca de aguas templadas.
El frío las expulsó de las lagunas. Las obligó a seguir nadando hacia Cabo, hacia el sur, agotadas, muchas sin llegar a parir. Esto sugiere un estrés térmico severo. Este cambio en su ruta migratoria lo hicieron a costa de sus reservas. Las hembras preñadas llegan justo a tiempo para parir. El esfuerzo extra pudo haber provocado abortos espontáneos, partos prematuros o muerte materna.
Las ballenas grises dependen de aguas templadas y estables para parir; un mar anormalmente frío puede ser inviable fisiológicamente. Las ballenas grises están migrando más lejos, más exhaustas y más vulnerables… ese mar que siempre fue su refugio, ya no es el mismo.
Sempra LNG: la servidumbre térmica del Pacífico
En Ensenada, a 21.7 km donde surfistas comenzaron a usar gorros y guantes por primera vez, se encuentra la planta Energía Costa Azul (ECA LNG), operada por Sempra Infrastructure. Esta infraestructura de gas natural no solo regasifica, también licua, dependiendo del flujo de negocios globales. Es decir, altera térmicamente el mar en ambas direcciones, según convenga al capital.
En la primera parte de este ensayo, Gas, ballenas y Muerte: el costo oculto de la expansion energética en México, expliqué que las plantas de gas calientan el mar; eso ocurre cuando el gas llega en estado líquido y se regasifica, es decir, se calienta usando el agua del mar. Alterando todo el ecosistema. Pero hay otra cara del mismo proceso, que hoy resulta más urgente de nombrar: el proceso de enfriamiento.
Actualmente, la planta de Ensenada está operando en modo de licuefacción, lo que significa que el gas no se calienta drásticamente, sino que también se enfría drásticamente hasta -162 °C para poder ser exportado. ¿Y cómo se logra eso? Extrayendo calor del agua del mar, y esa agua enfriada se devuelve al océano con temperaturas anormalmente bajas.
Vamos por partes, en la regasificación, el gas natural licuado (GNL, como el que pretenden instalar en el Alto Golfo de California), que llega en estado líquido a -162 °C, debe calentarse para volver a estado gaseoso. Este calor se extrae del agua de mar, que luego es vertida de vuelta al océano a temperaturas anormalmente elevadas, generando zonas localizadas de calentamiento térmico costero. En la licuefacción (como ocurre hoy en ECA LNG en Ensenada), se hace el proceso inverso: se enfría el gas para convertirlo en líquido y exportarlo en buques metaneros. Ese enfriamiento requiere extraer calor del agua de mar, que luego se devuelve al océano a temperaturas mucho más bajas que las naturales.
Ambos procesos tienen efectos devastadores en la vida marina: afectan al plancton, los peces, los crustáceos, y los cetáceos que dependen de un entorno térmico estable. El mar, que por siglos fue un santuario de constancia y refugio, se ha vuelto una herramienta térmica al servicio de las bolsas energéticas del mundo. Sempra ha convertido a Ensenada en una servidumbre de paso térmica. El cuerpo vivo del océano ya no importa: importa lo que fluye por los ductos, lo que cotiza en los mercados, lo que se transporta entre continentes.
Este megaproyecto no está aislado: forma parte del llamado “Plan Sonora”, una estrategia que se presenta como industrialización “verde”, pero que en realidad impulsa una nueva oleada de megaproyectos fósiles bajo la retórica de “la transición energética”.
Los principales nodos del Plan Sonora son:
- Saguaro LNG- Puerto Libertad, Sonora. Planta de licuefacción para exportación a Asia.
- Vista Pacífico- Topolobampo, Sinaloa. Proyecto de exportación.
- Gato Negro LNG- Manzanillo o Colima (en fase inicial).
- Salina Cruz LNG- Oaxaca, clave en el Corredor Interoceano.
- Energía Costa Azul (ECA LNG)- Ensenada, Baja California. Licuefacción y regasificación, según convenga.
Estos proyectos forman un corredor extractivo que atraviesa todo el litoral del Pacífico mexicano, desde la frontera hasta el Istmo, convirtiendo los territorios marinos en una infraestructura logística del capital fósil.
Greenwashing, muerte y contradicción
El uso fraudulento del lenguaje técnico habla de “planta limpia”, “transición energética”, “reducción de emisiones por eficiencia” … pero se oculta el uso masivo del mar como vertedero térmico.
Las irregularidades en la consulta ciudadana de 2020, la oposición del movimiento Ensenada Resiste, el rechazo de científicos de Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada CICESE, y los litigios agrarios por los terrenos ocupados, nos hablan de un problema sociopolitco grave, que apunta a un problema socioeconomico y ambiental grave.
El argumento es siempre el mismo: “eficiencia”, “competitividad”, “energía limpia”. Pero la realidad es que cada uno de estos proyectos representa zonas de sacrificio ambiental, donde se destruyen ecosistemas, se desplaza a comunidades y se usan los cuerpos de agua como válvulas térmicas.
El mar no es un instrumento. El mar es un cuerpo. Y lo están cortando, enfriando, calentando… sin que tenga voz.
Sempra ha convertido a Ensenada en una plataforma de doble flujo: regasifica o licua según convenga, utilizando el mar como herramienta térmica. En la regasificación: calienta el agua. En la licuefacción (que es lo que actualmente hace en ECA LNG): la enfría hasta extremos antinaturales, y la devuelve al mar con varios grados menos. Esto genera microclimas marinos alterados que impactan desde el plancton hasta los cetáceos, pasando por el ciclo de vida de muchas especies de peces y crustáceos.
Argumentación científica y los hechos reales aparentemente aislados
La NOAA y UABCS atribuyen el colapso reproductivo y la alta mortalidad de ballenas a desórdenes oceanográficos en el Ártico, debido al cambio climático y otros motivos, lo cual es cierto, pero eso no excluye factores locales como alteraciones térmicas inducidas por megaproyectos como Sempra.
El mar se enfría de forma natural, pero una cosa es el enfriamiento generado por surgencias costeras y otra muy distinta es la alteración térmica inducida por infraestructura industrial que expulsa agua más fría que las surgencias naturales, con un volumen y frecuencia que ningún proceso ecológico ha producido antes en esta zona.
Existe una coincidencia espacio-temporal clara entre el aumento de anomalías térmicas y el colapso reproductivo de las ballenas. Los procesos de licuefacción pueden generar enfriamientos costeros extremos, y la planta de Ensenada ha operado en esa modalidad.
El inusual comportamiento de la ballena gris que desviaron su ruta usual y llegaron a zonas más al sur como Cabo, en busca de aguas menos frías, nos están indicando un cambio radical en la característica de los cuerpos de agua del litoral del Pacífico y las lagunas. Estas desviaciones implican un mayor gasto energético que podría explicar su estado de desnutrición y mortalidad.
Esto no es prueba causal definitiva, esto no es un artículo de investigación revisado por pares, pero sí es un patrón correlacional fuerte que merece ser investigado científicamente. El modelo energético actual utiliza al mar como un mecanismo térmico, sin considerar su función ecológica.
Los datos que coinciden en tiempo y espacio son:
- Licuefacción en Energía Costa Azul.
- Anomalía de frío oceánico en Ensenada.
- Cambios en la ruta migratoria de las ballenas.
- Mortalidad récord en 2025 (84 ejemplares en México hasta ahora).
- Mortalidad de lobos marinos y focas en el área de Ensenada (sin cifras oficiales).
La Niña, las plumas térmicas y las rutas reescritas
El doctor Jorge Urbán, responsable del Programa de Investigación en Mamíferos Marinos de la UABCS, ha señalado recientemente por redes sociales que la población de ballenas grises ha descendido de más de 24,000 individuos en 2016 a cerca de 14,000 en 2024. Además, en este último periodo se registró la natalidad más baja en tres décadas de monitoreo.
Aunque algunas explicaciones apuntan a ciclos naturales o a la llamada densodependencia, el propio Urbán advierte sobre el cambio en la distribución de presas, lo que sugiere una alteración profunda del ecosistema oceánico. El mar, como matriz energética de esta especie migratoria, ya no ofrece lo que ofrecía.
Este cambio suele atribuirse al calentamiento global y a la disrupción de patrones tróficos en el Ártico. Sin embargo, en el contexto del litoral mexicano, cabe preguntarse si también influyen factores térmicos locales. Durante el invierno 2024–2025, coincidió un fenómeno de La Niña —que enfría naturalmente las aguas del Pacífico— con la operación de la planta Energía Costa Azul (ECA LNG) de Sempra, que devuelve al mar agua enfriada artificialmente a través de su proceso de licuefacción de gas natural.
Estas descargas generan lo que en oceanografía se conoce como plumas térmicas —masas de agua alteradas térmicamente que se dispersan desde fuentes industriales al océano, modificando su temperatura habitual—, que pueden ser arrastradas por la Corriente de California hacia el sur, extendiendo el impacto térmico mucho más allá del punto de origen. Si estas plumas frías modifican las temperaturas costeras, podrían desplazar cardúmenes sensibles al cambio térmico, alterar cadenas alimenticias locales e incluso modificar el ambiente de socialización y enseñanza entre madres y crías en las ballenas grises, observable en las lagunas del sur de la península.
No basta con señalar al clima global. También es necesario mirar las huellas térmicas de la industria, las zonas de descarga, y las corrientes que arrastran esas anomalías invisibles que, quizá, están reescribiendo las rutas del océano sin que nadie lo mida.
Todos los nodos del Plan Sonora, están destinados a exportar gas a Asia. México como ducto, como “servicio de paso”, sin soberanía energética ni ambiental. Lo natural se volvió hipernatural: quirúrgico, forzado, sin ritmos. El mar que por siglos, milenios y millones de años moduló su temperatura con la luna y el viento, ahora se enfría o calienta al ritmo de las bolsas energéticas globales.
¿Qué pasa en Ensenada? Conflicto de interpretaciones
En el área de Ensenada, mientras los cadáveres de lobos marinos siguen apareciendo en la playa y las organizaciones de rescate lidian con ejemplares desorientados o moribundos, se libra otra batalla, menos visible, en el terreno de la interpretación. En redes sociales, voces ciudadanas han cuestionado que la causa de esta mortandad se reduzca, como suelen hacer algunos medios locales, a la contaminación por aguas residuales. Aunque el problema de las descargas es grave —y la indignación, justificada—, especialistas del Programa de Mamíferos Marinos de Ensenada, Damianimals, así como investigadores de Scripps Institution of Oceanography, coinciden en señalar otra causa: el florecimiento algal tóxico (Harmful Algal Bloom, HAB), un fenómeno que ha alcanzado niveles históricos en la región y que se extiende desde Baja California hasta el norte de California.
Este florecimiento, provocado por la diatomea Pseudo-nitzschia, ha generado neurotoxinas como el ácido domoico, responsable de la muerte de más de 330 lobos marinos y más de 100 delfines, según reportes recientes de NOAA. La explicación científica dominante vincula estos eventos con condiciones oceánicas alteradas, incluyendo el fenómeno de La Niña y un aumento de surgencias frías. Sin embargo, incluso dentro de esa explicación más compleja, persisten preguntas abiertas: ¿qué condiciones térmicas locales están facilitando o amplificando estos eventos? ¿Y qué papel podrían tener las alteraciones industriales, como las plumas térmicas frías generadas por la planta de licuefacción de gas de Sempra en Ensenada?
Aunque el florecimiento algal ha sido atribuido principalmente a causas naturales, es relevante considerar si este fenómeno pudo haber sido intensificado por una alteración térmica sostenida y localizada. En oceanografía se ha documentado que incluso pequeñas variaciones de temperatura, si se mantienen en zonas delimitadas, pueden detonar desequilibrios ecológicos. Las plumas frías industriales podrían modificar la dinámica local de nutrientes y favorecer el crecimiento de ciertos tipos de fitoplancton. Y si, además, estas aguas frías son arrastradas por la corriente oceánica de California —que fluye de norte a sur—, la alteración térmica local podría haber tenido un efecto mucho más amplio, funcionando como vector invisible de inestabilidad ambiental a lo largo del litoral.
No sería exagerado plantear que un enfriamiento artificial, al “coincidir” con un evento climático natural como La Niña, pueda acelerar el florecimiento y la dispersión de algas tóxicas, reconfigurar cadenas tróficas, afectar a las presas de mamíferos marinos y debilitar la resiliencia ecológica de especies ya estresadas por otros factores.
Más que excluirse, estas explicaciones conviven como capas de un mismo fenómeno. El colapso ecológico va acompañado de un colapso narrativo: la ciencia institucional señala una parte, la ciudadanía otra, y el mar —como siempre— sigue hablando en un lenguaje que aún no terminamos de traducir.
El mar herido, la ruta alterada
La planta, en su operación de licuefacción, extrae calor del mar para enfriar el gas a -162 °C, y devuelve al océano agua mucho más fría de lo que las corrientes naturales acostumbran. No es una surgencia marina: es una microcirculación forzada, constante, que altera la temperatura y crea microclimas artificiales. La Niña enfría, sí —pero no a ese nivel, ni tan seguido.
Las ballenas, al llegar a las lagunas de parición, encontraron un mar tan frío, casi como el Ártico que acababan de dejar. El refugio templado desapareció. Y entonces hicieron lo impensable: nadar más al sur. A Cabo. A un mar que no es parte de su ruta, a una distancia que las agotó.
Y murieron ochenta y cuatro cuerpos que no resistieron. En silencio, en frío, en agonía.
Este litoral del Pacífico mexicano, que ha sido territorio sagrado para pueblos nómadas del desierto y el oleaje, ahora está siendo colonizado por tuberías invisibles, temperaturas anómalas, y silencios fríos. Y ahora pretenden instalar una gasera en el Alto Golfo de California bajo el nombre de Saguaro LNG.
La soberanía energética fingida
La narrativa oficial insiste en que estos megaproyectos de gas natural fortalecen la “soberanía energética” de México. Pero basta mirar con lupa para entender que lo que ocurre en realidad es lo contrario: una cesión territorial, térmica y energética al capital transnacional.
Tomemos como ejemplo la planta Energía Costa Azul (ECA LNG) de Sempra Infrastructure, en Ensenada. Esta planta fue rechazada para operar en Estados Unidos por considerarse de alto riesgo, pero fue bienvenida en México con apoyos de instituciones de gobierno y facilidades fiscales. Primero funcionó como regasificadora (importando gas), y desde el año pasado fue reconvertida en planta de licuefacción para exportar gas estadounidense hacia Asia.
El gas se produce en Texas, se transporta por ductos a Ensenada, se licúa usando el mar como refrigerante, y se exporta en buques metaneros. ¿Qué queda para México? Ruido, riesgo, cambios témicos drásticos del mar, muerte y ningún acceso preferencial a esa energía.
No hay beneficio nacional. Ni el gas es para consumo interno, ni los ingresos fiscales son significativos en comparación con las ganancias que obtienen las corporaciones. En otras palabras: el mar mexicano, la tierra mexicana y la energía mexicana están al servicio de mercados extranjeros.
Esto no es accidental. Forma parte de una política energética diseñada para satisfacer la demanda externa, no para garantizar el derecho interno. El “Plan Sonora” —que incluye también Saguaro LNG, Vista Pacífico, Gato Negro y Salina Cruz— proyecta a México como puente logístico de gas, no como nación soberana en transición energética. La “soberanía energética” aquí es una figura decorativa, un término vacío que disfraza servidumbre energética programada.
Mientras se nos habla de autosuficiencia, las decisiones energéticas se toman en Houston, Tokio o París, no en La Paz BCS, ni en Ensenada BC, ni en el Congreso Mexicano. El capital de Total, Chevron, Sempra, Mitsui o Exxon es el que dicta el rumbo. Nos venden la idea de independencia energética, pero entregan nuestra costa, nuestros mares y nuestra temperatura a una lógica que no tiene nacionalidad, solo rentabilidad.
Los peones entonces se sacrifican en esa jugada. Son los primeros en morir. Después se envían a alfiles y torres, ellos tienen fuertes poderes. Son sumamente útiles en el ajedrez. Todos sirven a la embestida corona corporativa. Los caballos son de sus favoritos… porque son sumamente ágiles, pueden brincar casillas. Pueden brincar pasillos institucionales. Al final, todos pueden morir en la batalla, se pueden quedar sin sus piezas, pero, ¿Qué más da? Lo importante es ganar. Incluso la reina, el capital energético global puede morir, pero lo imporante es que quede vivo el rey; los intereses financieros transcontinentales.
Territorios, saberes y memoria: lo que las ballenas también denuncian
Este mar, que parece callado, que parece el mismo desde hace décadas y siglos, en realidad guarda memoria. No olvida. Las ballenas grises, con sus rutas milenarias, no migran solo por instinto: migran por territorio, por temperatura, por tiempo. Su desviación hacia el sur, su agotamiento, su muerte, no es solo un fenómeno biológico. Es también una señal de algo más profundo: una crisis de sentido. Una fractura entre el conocimiento vivo del territorio y las decisiones impuestas desde fuera.
En América Latina, pensadores como Aníbal Quijano han llamado a esto colonialidad del poder: un patrón que persiste incluso después de los tiempos coloniales, y que organiza el mundo desde la mirada del norte global. El gas, la energía, la costa, el mar, las playas, el territorio… todo se convierte en recurso útil. Nada se concibe como sujeto. El mar y las dunas no sienten. Las ballenas no cuentan. La vegetación nativa no importa. Los despojos territoriales y culturales es lo de menos. El conocimiento válido es el que se mide, se publica, se financia. Lo demás es “folklore”, “testimonio”, “exageración”.
Rita Segato, desde una mirada feminista y territorial, lo ha dicho claro: la colonialidad del saber impone un conocimiento amputado de la experiencia. Un saber sin cuerpo, sin piel, sin afecto. Por eso, cuando decimos que el mar duele, que las ballenas huyen, que el frío las empuja a la muerte, no estamos hablando solo de ciencia: estamos hablando de vida. Estamos hablando de existencia.
La forma en que entendemos la vida en la ciencia moderna ha estado moldeada por lógicas extractivas, militares y mercantiles: la vida como competencia, los seres como entes aislados, la evolución como una carrera por la supervivencia. Esta visión reduccionista ha sido hegemónica en los discursos científicos y en las políticas de desarrollo y con esto la creación de las “leyes ambientales” de cada país. Pero hay otras miradas, otras voces. La bióloga Lynn Margulis, junto con Dorion Sagan, propuso que la vida no se origina en la competencia, sino en la cooperación. En su libro Captando genomas, explican que los grandes saltos evolutivos —como la aparición de las células eucariotas— no surgieron solo por mutaciones aleatorias, sino por simbiogénesis: procesos de fusión simbiótica entre organismos distintos que decidieron vivir juntos. Margulis no negó la mutación ni la selección natural, sino que propuso que la simbiogénesis fue un mecanismo mayor en ciertos saltos evolutivos, lo cual complementa y no niega el darwinismo.
Esta perspectiva no solo reconfigura la teoría evolutiva; cuestiona nuestra manera de concebir el mundo natural. Si aceptamos que somos red, que la vida surge de la mezcla, del vínculo, de la relación simbiótica entre especies, entonces el modelo que separa al ser humano de su entorno, que convierte al mar en infraestructura, a las ballenas en objeto de estudio y a la energía en mercancía, se derrumba epistemológicamente.
Desde otra vertiente, el biólogo chileno Humberto Maturana, junto con Francisco Varela, desarrollaron la teoría de la autopoiesis, donde los seres vivos son definidos no por sus partes, sino por su capacidad de autoorganizarse, mantenerse y transformarse a través de su interacción con el entorno, por su capacidad de producir y mantener su propia organización, en constante interacción con su entorno. Un ser vivo no existe separado de su medio, sino que coexiste con él como un sistema dinámico, ecológico y relacional. Su idea del nicho ecológico como extensión del ser vivo rompe con la visión de que el ambiente es algo externo que puede ser “ocupado”. No exiten nichos ecológicos vacíos como para ser “ocupados”.
Maturana lo explicó así: un astronauta no puede viajar a la luna y al espacio sin su traje especial, sin su oxígeno, sin su sistema de soporte vital. Su traje no es solo tecnología, es su nicho, su continuidad vital. Lo mismo ocurre con los buzos que exploran el oceáno; necesitan su tanque de oxigeno y su regulador, es decir, su nicho ecológico. Un pez, una ballena, un coral: no pueden separarse del mar sin morir. El mar es parte de su cuerpo. Así como el aire es parte de nuestro cuerpo como mamíferos marinos terrestres, y los trajes sofisticados para explorar el cosmos y el océano, son nuestros “nichos ecológicos” que viajan con nosotros para mantenernos vivos.
Margulis y Maturana, desde caminos distintos pero convergentes, nos recuerdan que la vida es red, no línea recta. Que no somos unidades aisladas, sino sistemas entrelazados. Que lo que ocurre en el mar no es ajeno a nosotros. Que la herida que sufre una ballena nos atraviesa también, aunque no podamos oír su “grito”. Margulis y Maturana murieron bajo el escrutinio de sectores cientificistas que acusaban de ‘subjetividad’ sus enfoques. No alcanzaron a ver sus visiones integradas plenamente en la forma que percibimos la vida. Hoy, sus ideas regresan como faros en medio del colapso.
Surge también otros faros, el pensamiento de Arturo Escobar, que propone pensar desde los territorios, desde sus luchas, no desde los laboratorios. Su epistemología ambiental desde el sur nos recuerda que el desarrollo no es neutro. Que la conservación puede ser también despojo. Que hablar de “transición energética” sin escuchar al mar es repetir las mismas lógicas que vacían los territorios de sentido.
Como diría Raquel Gutiérrez Aguilar, estamos frente a una disputa por el territorio, pero también por el sentido. Las ballenas que “gritan”, como el Estero en llamas, como los pescadores denunciando, como las comunidades que documentan y resisten, son parte de una trama de re-existencia: no solo sobreviven, insisten. Hablan en otro lenguaje. Uno que no necesita permiso institucional para ser verdadero.
Y como nos recuerda Dussel, el pensamiento crítico no nace del centro, sino desde las orillas, desde el sur, desde la herida. Este ensayo no busca “explicar” a las ballenas como un objeto de estudio. Busca escucharlas como parte de una red de voces silenciadas. Voces que migran, resisten y siguen vivas.
La temperatura del mar ya no obedece a las estaciones ni al ciclo lunar: obedece a los mercados. Pero hay algo que aún no han podido enfriar ni licuar: la memoria del mar, su capacidad simbiótica, la red viva que nos une. Y mientras existan ballenas migrando, insistiendo, llorando en voz baja, existirá también la posibilidad de un pensamiento otro: un pensamiento anfibio, terrestre y profundo. Un pensamiento común, como dicen las Zapatistas en un poema recién recitado en este mes de abril desde tierras Zapatistas titulado “Pensamiento común”:
“El común no es hierba que crece en el campo,
Es resistencia de nuestros antepasados…
El común en nuestras manos quedaron, cosas que el capitalismo quiere quitarnos…
Pero con el común, ya no podrán separarnos”
La idea del “pensamiento común” o del “común” de los zapatistas, no solo remite a la propiedad colectiva o al acceso compartido de recursos, sino a una ontología relacional más profunda, como la que sostienen tanto las sabidurías ancestrales —que se ha ido sepultando cada que muere una lengua nativa—, como Margulis y Maturana. Es decir, no es solo aquello que compartimos, sino la forma misma en que existimos: entrelazados, implicados, inseparables. No sobre el mundo, sino con él. Una forma antigua —y urgente— de sostenernos. En otras palabras, un tejido político y vital, lo que sostiene más allá de las lógicas extractivistas.
Fuentes consultadas
Análisis de dispersión de la pluma térmica de la central nucleoeléctrica Laguna Verde mediante teledetección
Impacts of thermal and cold discharge from power plants on marine benthic organisms. https://www.frontiersin.org/journals/marine-science/articles/10.3389/fmars.2024.1465289/full
A Study on the Impact of Thermal Effluent on Posidonia oceanica Meadows and Associated Fish Communities https://www.mdpi.com/2077-1312/13/3/475
Surface warming–induced global acceleration of upper ocean currents
https://www.nature.com/articles/s41467-022-32540-5
Impacts of climate change on cetacean distribution, habitat and migration
https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S2666900521000095
Climate change and cetacean health: impacts and future directions
https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC9108940/
Anything But Natural: LNG Expansion Threats to Coastal & Marine Ecosystems
https://earth-insight.org/report/anything-but-natural-lng/
Impacts of LNG Exports on Threatened and Endangered Species
https://biologicaldiversity.org/programs/energy-justice/pdfs/Impacts-of-LNG-exports-Center-factsheet-2024.pdf
Ballenas jorobadas: mensajeros transoceánicos sobre la coyuntura climática. https://as.com/actualidad/ciencia/los-cientificos-lo-califican-como-epico-la-inusual-migracion-de-13000-km-de-una-ballena-esconde-una-preocupante-razon-n/?utm_source=chatgpt.com
Oleoducto en el Golfo San Matías: ‘Si contamina, no es progreso’
https://revistacitrica.com/impacto-planta-gnl-golfo-san-matias-peninsula-valdes-ecologia-medio-ambiente?utm_source=chatgpt.com
Fuentes teóricas y conceptuales citadas
- Aníbal Quijano – Teoría de la colonialidad del poder.
- Rita Segato – Colonialidad del saber y del cuerpo; crítica feminista y territorial.
- Raquel Gutiérrez Aguilar – Tramas comunitarias de re-existencia y crítica a la estatalidad.
- Arturo Escobar – Epistemologías del Sur y ecología política desde los territorios.
- Maristella Svampa – Crítica al neoextractivismo, socio-ecología latinoamericana y justicia ambiental.
- Enrique Dussel – Filosofía de la liberación, crítica desde las fronteras epistemológicas del Sur.
- Lynn Margulis – Teoría de la simbiogénesis y cooperación como motor evolutivo.
- Dorion Sagan – Divulgación científica crítica de la vida simbiótica y evolución cooperativa.
- Humberto Maturana – Teoría de la autopoiesis; coemergencia del ser vivo con su entorno.
- Francisco Varela – Autopoiesis y noción de sistemas dinámicos en la vida biológica.