Octavio Escalante

Algunos atesoramos las palabras que un profe de Humanidades dijo sobre el potencial de La Paz como capital cultural: «aquí podría ser el centro de la cultura del Noroeste, porque todas las personalidades aceptarían la invitación nomás para ver el paisaje». Las lunas de octubre son buen ejemplo de ese recurso natural capitalizado en reuniones de poetas y narradores en primera persona. La voz ultramarina de la Gilbertona hace eco del orgullo local: «Ni a los talones le llegan a La Paz, quiero que sepas» dice en medio de la burla de los que no conocen a dios.

Aquí el protagonista literario ejerce su fatalismo en guaraches de metedera, es asesinado en la guarnición del malecón por un grupo de buchones veinteañeros que disfrutan patear una quijada inerte. No será el perseguido que muera en la nieve con el saco oscuro. Su odisea será por el pavimento, con una manguera verde pasándole gasolina a una Cherokee, remojando el azufre de las baterías descargadas mientras se alargan las sombras con espinas.

Después de la disertación sobre la ramificación de las trayectorias, el académico recibe el sabor a sodio. Pero quizá el peso de las palabras sólo se conozca en perspectiva. No es la academia, al menos no mayoritariamente, la que amalgama palabra y paisaje. Hace más de quince años Un disparo se oyó desde la Misioneros y reverberó por lustros, avanzando en una sola caravana junto a pandemia de metanfetamina y AFIs con chaleco camuflado en pixeles.

Dramático el que no volvió de una coca-cola llena de ribotril. Y ahora no es el veinte envuelto en la hoja de revista sino el gramaje internet índico, acaso paseo en bicicletas de papel con responsabilidad ambiental, evocando la orilla de las playas sembradas de calamares rosas. 20, 30 productores sampleando sus hallazgos y combinándolos con cualquier declaración policial de 2015 a la fecha son un Bingo.

Rapsus cimbró la escena y regresó temblando de gusto a la Magdalena: Hallé un paraíso –seguramente dijo– donde nos conocen plenamente. Mañana El Chojin se deja querer en el Capuchino. Hoy lanza su cactáceo saludo, mañana se va enterar de cómo está el patio de los cuatro elementos en la bahía. Según la prognosis de un doctor Koselleckiano radicado en la ciudad, el rumor va a correr como un reguero de pólvora, el niño de la selva conoce las ballenas, el desierto.

De pronto hay comunicación, los jugadores se hablan entre sí sin importar el género musical, el roadtrip se mezcla en un videoclip con la crónica periodística, con el cortometraje, el reclamo contra tanto abono humano para la tierra. No se están peleando la pelota, se echan un cable literal y se articula. Por su cuenta arman. El verdadero conversatorio de la fiesta poliedro.

Así está la escena. Al mismo tiempo, en este minuto, un adolescente sin nombre conocido encaja por primera vez el beat en su cuarto. En unos días va estar junto a sus amigos con una pluma sobre un cuaderno de resortes mientras suena en círculos lo que acaba de hacer, hasta que acabe de escribir. Mañana intentará asomar su cabeza como un babisuri por entre las cabezas del aforo lleno. El chiste es estar cerca, aunque no entre. Está debutando en todo en la vida, así que no pierde nada. Comenta quién es quién con sus amigos. Se une con amor a la escena.

imagen destacada: https://www.youtube.com/watch?v=ic1r6d6Pgkw