Mario Jaime

… iam pridem,

ex quo suffragia nulli uendimus,

effudit curas; nam qui dabat olim imperium,

fasces, legiones,

omnia, nunc se continet atque duas tantum

res anxius optat, panem et circenses.

(… desde hace tiempo

 —exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto—

este pueblo ha perdido su interés por la política,

 y si antes concedía mandos, haces, legiones,

en fin todo, ahora deja hacer

y sólo desea con avidez dos cosas: pan y juegos de circo)

Juvenal

El sportswashing es la práctica de un estado-nación que usa al deporte para mejorar su reputación dañada, a través de la organización de un magno evento. Forma parte de la demagogia. Aristóteles redujo al demagogo como un adulador del pueblo, el que halaga a los pobres y esclavos y orienta la acción política en función del sentimiento de la mayoría. Sostener eso en nuestros días podría ser escandaloso ya que la democracia no es más que una falacia ad populum disfrazada de bonhomía. Casi cualquier candidato para cualquier escaño es un demagogo, de otra forma no sería popular.  Esto ha funcionado a lo largo de milenios como estrategia para que los poderosos conserven su estatus y aun así sean adorados por sus fanáticos.

El deporte no se ha convertido en un aparato ideológico de estado por sus características sino por la admiración natural que nos despierta un atleta superior; eso lo aprovechan hábilmente ciertas autoridades para colgarse y usurpar las medallas.

En la Antigüedad clásica algunos pensadores ya dudaban de la fascinación por los atletas. Jenófanes de Colofón, filósofo del siglo VI a.C, escribió:

“Si alguien obtuviese la victoria por la rapidez de sus pies, o en el pentatlón – donde se halla el recinto sagrado de Zeus cerca de las fuentes de Pisa en Olimpia- o en la lucha, o en el hábil y cruel pugilato, o en ese terrible juego llamado pancracio, él resultaría admirado a los ojos de sus conciudadanos, ganaría un lugar de honor en las competiciones y su manutención a expensas de la ciudad, así como un obsequio que sería un recuerdo para él.

Así también si alcanzase un premio con sus caballos sería acreedor a todas estas recompensas, aunque no fuese tan digno como yo, pues nuestra sabiduría es mejor que la fuerza de los caballos y de los hombres. Carece, por cierto, de fundamento y no es justo preferir la fuerza al noble saber. Pues si hubiese entre los ciudadanos un buen púgil un experto en las cinco pruebas o un excelente luchador o alguien imbatido en la carrera -virtudes todas apreciadas en los juegos- no por eso la ciudad estaría mejor gobernada”.

Aguda observación en contra de la demagogia, pero las masas no separan las peras de las manzanas. Hábiles tiranos demagogos se percataron del poder de la admiración y del espectáculo como arma política. Los maestros en esto fueron los políticos de la Antigua Roma.

En la ciudad eterna y sus colonias, los espectáculos eran gratuitos para la plebe. Los más sangrientos eran los combates de gladiadores y las cacerías, pero los más populares eran los juegos; las carreras de cuadrigas heredadas de milenios atrás.  Los combates de gladiadores comenzaron en el siglo III a. C como costumbre a partir de las exequias de Junio Bruto. Un rito funerario aristócrata en las que se obligaba a los esclavos a pelear como una forma de sacrificio humanos a los dioses, fue evolucionando hasta celebrarse en medio de banquetes en el Foro. Con los años, el espectáculo de gladiadores se tornó espectáculo. El propio Terencio se quejaba de que el público prefería la sangre al teatro.

En los estertores de la República, este espectáculo se convirtió en propaganda electoral. Los magistrados sabían que la plebe es la que distribuye la fama y el mando, por lo tanto, los ambiciosos generales que aspiraban a la dictadura tenían que seducir a la gente.

Fue el legendario Julio César el que los utilizó para su encumbramiento político. Organizó y pagó combates mucho más grandes que en siglos anteriores con más de 300 parejas de gladiadores por espectáculo. 

Pero fue su aliado Cayo Escribonio Curión el que hasta pidió dinero prestado para mejorar las matanzas, en el año 53 a. C mandó construir dos teatros de madera de los que evolucionarían los anfiteatros adecuados para el combate. Alentó a los caballeros patricios a entrenar esclavos como gladiadores y abrió una escuela en Ravena.

A veces fallaron los eventos como propaganda política. En el 79 a. C, Pompeyo organizó un espectáculo en donde 20 elefantes africanos debían enfrentarse a cazadores gétulos. Estos lanzaban venablos y flechas a los párpados de los elefantes para matarlos atravesándoles el cerebro. Pero cuando los elefantes dejaron de luchar y se juntaron en el centro de la arena dejándose morir en larga agonía, los aficionados abuchearon a Pompeyo. No por compasión hacia los paquidermos sino porque estos habían cargado contra las rejas amenazando romperlas y lastimar al público.

Años, después, Julio César mando construir un foso alrededor de la arena para evitar accidentes y ofreció un espectáculo en donde enfrentó a 20 elefantes contra 500 hombres, cosa que sí agradó a la plebe.

Cuando el Imperio se constituyó, los políticos fueron agrandando los espectáculos de manera escandalosa. Augusto pagaba 625 parejas de gladiadores por espectáculo. Trajano, para celebrar su victoria sobre los dacios, hizo luchar a 10 mil hombres.

Nerón y Claudio celebraban batallas navales en los anfiteatros y enfrentaban a tribunos contra osos y panteras.

El deporte se volvió masivo, el día de los juegos, la ciudad quedaba abandonada, en el anfiteatro de los Flavios, el gran Coliseo, se hacinaban 65 mil espectadores.

El Coliseo, hoy patrimonio de la humanidad, fue un regalo de Vespasiano al pueblo según sus palabras. El Coliseo fue financiado con las riquezas que los romanos robaron a los judíos, principalmente cuando saquearon el Templo del mismo Yahvé. El general Tito asedió Jerusalén hasta destruirla. Los romanos mataron a más de 1 millón de judíos y apresaron a 97 mil. Cuando Tito llegó a Cesárea, organizó juegos públicos y un circo romano en donde 2500 prisioneros judíos fueron asesinados, forzados a pelear contra fieras salvajes hambrientas; contra gladiadores profesionales o a muerte entre ellos mismos. Tito continuó con estos juegos en la ciudad de Beirut hasta llegar a Roma. Allí fue abrazado por el emperador Vespasiano, su padre. El coliseo romano no solo fue construido con fondos judío, sino que también fue construido con mano de obra judía.

El odio de los romanos a los judíos explica de gran manera su odio contra el cristianismo primitivo, ya que el cristianismo no es sino una secta judía. Con los siglos, los romanos persiguieron e incorporaron las matanzas de los mártires cristianos a sus espectáculos circenses.

Durante siglos, las matanzas romanas modificaron la zoogeografía. Los leones y elefantes del norte de África se extinguieron, así como los leones de Mesopotamia, al ser sometidos a safaris y cacerías en pos de atiborrar los espectáculos en todo el imperio.

En la inauguración del Coliseo se degollaron 9 mil animales, y en un solo día se mostraron 5 mil al público.

En tiempos de Augusto, durante 15 años, el emperador cazó 400 tigres, 260 leones y 600 panteras además de focas, osos y águilas; solo por diversión.

Lo que para nuestra época es el fútbol para Roma eran las carreras. El Circo Máximo recibía 250 mil espectadores que acudían a las carreas de aurigas, junto al Circo se establecían las tiendas de los astrólogos y las prostitutas, los comerciantes de comida y otras vituallas. Cada día se celebraban doce carreras, pero Nerón las estableció en veinticuatro. Los fanáticos de los equipos atiborraban las gradas, los cocheros pertenecían a cuatro equipos; los blancos, los azules, los rojos y los verdes. Incluso los esclavos apostaban a sus favoritos. Algunos ricos construyeron caballerizas de mármol a sus caballos favoritos, los fanáticos se desgañitaban, vivían para vitorear a sus héroes, se suicidaban si perdían en las apuestas, conocían todos los detalles de su equipo, polemizaban con otros aficionados, insultaban todo el día a los contrarios; el ciudadano romano se identificaba con un color absurdo.

Los azules y los verdes fueron los equipos más populares durante siglos. Los azules representaban a la aristocracia rica y patricia mientras que los verdes representaban a la plebe y a los pobres. Me recuerda un poco a los actuales River Plate y Boca Juniors argentinos.

En el colmo de la demagogia, emperadores como Calígula, Nerón, Vero, Cómodo y Heliogábalo apoyaron a los verdes para halagar al pueblo, incluso Vitelio, que fue toda su vida, partidario de los azules, cuando llegó a ser emperador halagó públicamente a los verdes.

Estos equipos sobrevivieron siglos y llegaron a constituir problemas en el Imperio Cristiano Bizantino. Desde que Constantino trasladó la capital de Roma a Bizancio bautizándola como Constantinopla, comenzó el Medioevo bajo la égida de la cruz. El Hipódromo se volvió centro de reunión de las masas, núcleo de ligues amorosos y de un poder burocrático sin precedentes. Los equipos se constituían en demes, facciones mafiosas con un jefe político que pagaban tesoreros, archiveros, notarios, poetas, heraldos, músicos, actores de circo, guardias de seguridad, mozos de cuadra y esclavos. Los demes no solo organizaban las carreras, sino que formaban la escolta del Emperador. Los equipos se polarizaron en partidos políticos.

En el año 531, la “santa prostituta” emperatriz Teodora apoyaba al equipo de los azules. Estos habían asesinado a miembros de los verdes en diciembre. El 11 de enero de 532 fue día de carreras, Justiniano asistió con Teodora al Hipódromo, fanáticos de los verdes comenzaron a insultar al emperador. Justiniano les reclamó y los verdes abandonaron en masa el recinto. Días después incluso algunos miembros de los azules se aliaron a los verdes y comenzó una revolución en contra del emperador. Conocida como la sedición Nika, el gobierno reprimió a los sublevados, lo que costó la vida de más de 30 mil personas.

Aun así, los historiadores como Roland Auguet consideran que los espectáculos deportivos mantenían a la gente despolitizada, el circo ofrecía temas de conversación muy adecuados para el estado pues eran comprometedores.

Filósofos tan disimiles como Tertuliano o Plinio coincidían en el carácter estúpido del vulgo al dedicar su vida a fanatizarse con algo tan inútil. Me recuerda a Borges que espetaba: el futbol es popular porque la estupidez es popular o a mi amargado amigo Watanabe (ex piloto kamikaze) que a sus 90 años mascullaba que los japoneses adoran el beisbol porque son imbéciles.

La pasión por el deporte y las hazañas de los grandes atletas han sido usadas durante siglos como aparato ideológico, pero fue en el siglo XX en que descolló a la par del auge de las comunicaciones masivas.

El 10 de junio de 1934 en Roma se celebró la final de las segunda Copa del Mundo de la FIFA. En el Stadio Nazionale del Partito Nazionale Fascista 50 mil espectadores levantaron el brazo junto al equipo italiano en el centro del campo saludando a Benito Mussolini, recordando aquellas tardes de siglos pasados cuando la plebe saludaba al César.  El propio árbitro sueco hizo el saludo fascista mientras que los rivales checoslovacos mantuvieron su formación sin saludar al tirano.

Mussolini había hablado vehementemente con la selección italiana antes del partido, los instó a ganar a toda costa amenazándolos entre líneas “pasando su dedo índice sobre su cuello”. Años después, el argentino Luis Monti (primer futbolista en marcar gol en un mundial), que había perdido cuatro años antes la final del mundial contra Uruguay y ahora defendía la casaca azul, declaró: “En 1930, en Uruguay, me querían matar si ganaba, y en Italia, cuatro años más tarde, si perdía”.

Al medio tiempo, un hombre de Mussolini entró al vestuario y entregó una nota manuscrita al entrenador italiano que rezaba: “Señor Pozzo, usted es el único responsable del éxito, pero que Dios lo ayude si llega a fracasar”.

En tiempo extra Italia derrotó a Checoslovaquia violando los propios reglamentos de la FIFA que prohibía que jugadores de un país representaran a otro, pero Italia jugó con cinco futbolistas sudamericanos, cuatro argentinos y un brasileño. El gobierno fascista convenció a las autoridades de la FIFA en dejar pasar dicha falta.  El argentino Raimundo, el Mumo Morsi fue el que metió el primer gol de Italia en la final.

Años después, diversas anécdotas contadas por los checoslovacos, dieron a entender que se dejaron ganar por solidaridad con sus compañeros italianos ante las amenazas fascistas. El mejor portero del mundo, “el gato de Praga” František Plánička se dejó meter el gol de la derrota en tiempo extra. Ángelo Schiavio, el jugador que metió el gol del campeonato no festejó, años después agradecería a Plánička por haberles salvado la vida a todos.

El gobierno fascista de Mussolini llevaba 12 años de tiranía y uno de aliarse con el gobierno de Hitler. El fascismo descansa en la máxima “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado” siendo una ideología totalmente contraria al anarquismo. Como un estado policial militar, la Italia fascista ponderaba la violencia como virtud, desde antes de tomar el poder, las camisas negras y los grupos de choque accionaban por medio de asesinatos políticos y secuestros. Las leyes permitían la anulación de pasaportes, sanciones contra emigrantes clandestinos, supresión de los periódicos antifascistas, disolución de los partidos opositores, institución de la «prisión domiciliaria» y la creación de la temible OVRA, la policía secreta que provocó que unos 300 mil antifascistas se tuvieran que exiliar y que otros 10 mil fueran desterrados.

El Duce deseaba mostrar los logros de su gobierno inundando de propaganda el mundial. Los carteles mostraban a los futbolistas haciendo el saludo fascista y en los partidos de Italia, miembros de los infames camisas negras rondaban amenazantes a los jugadores del equipo rival.

El escándalo se desató en el partido de cuartos de final contra la selección española. Se jugó en Florencia y el árbitro belga Louis Baert permitió todo tipo de violencia en el campo. A pesar de que España ganaba por un gol, una falta le partió las costillas al capitán y portero español Ricardo Zamora, pero el árbitro no sólo no la pitó, sino que permitió el gol derivado de ella. Los italianos golpearon tanto a Ciriaco, Fede, Lafuente, Iraragorri, Gorostiza y Lángara que no pudieron jugar al día siguiente. El partido empató a uno y se organizó otro partido de desempate al día siguiente. Esta vez el árbitro fue el suizo Rene Mercet que anuló dos goles a España y permitió un gol polémico de Italia con el que venció.

No se sabe cuánto les pagó el gobierno fascista a los dos árbitros, pero la FIFA jamás los volvió a seleccionar para ningún partido oficial. Desalentado el propio secretario general Jules Rimet dijo: “No sé quién organiza el Mundial ¿La FIFA o Mussolini?”.

Dos años después, le tocaba al amigo de Mussolini, un austriaco megalómano organizar los Juegos Olímpicos.

Adolf Hitler era uno de los dictadores más populares a nivel mundial, tanto que estaba entre los candidatos para el Premio Nobel de la paz en 1938.

Alemania había sido aislada desde el final de la Primera Guerra Mundial por el concierto geopolítico. Pero en 1931 el Comité Olímpico Internacional escogió a Berlín como sede. Dos años después, el partido nazi se hacía con el poder y el Führer prometió mil años de esplendor inaugurando el Tercer Reich. El mito fundacional de su régimen era el racismo y la sangre del pueblo ario como base de la grandeza.

Los Juegos Olímpicos sirvieron de plataforma propagandística a un régimen horroroso que se revestía como heroico.

Desde 1935 las leyes de Nuremberg le quitaban los derechos civiles a los judíos, gitanos y negros. Se expulsaron judíos de universidades e institutos, se quemaron sus libros y se requisaron sus fortunas y negocios.

Muy pronto comenzarían los asesinatos de niños “no dignos de vivir” y pacientes psiquiátricos en hospitales de Austria y Alemania, bajo el eufemismo de la eutanasia.

En el área deportiva se prohibió la entrada de atletas judíos a las instalaciones. En 1933, la Asociación de Boxeo Alemana expulsó al campeón aficionado Erich Seelig por ser judío mientras que el tenista alemán mejor clasificado Daniel Prenn fue expulsado del equipo de la Copa Davis.

El gobierno promovía las Olimpíadas mediante carteles de atletas que relacionaban la Alemania nazi con la antigua Grecia. Esto representaba la superior civilización germana como heredera de una cultura aria inexistente de la antigüedad. Se enfatizaba las características raciales arias ideales: personas rubias de ojos azules, de aspecto heroico, físico musculoso y facciones delicadas.

Cuando los turistas llegaron a Berlín, el tono antijudío de la prensa local decayó, se retiraron los carteles antijudíos y en el colmo de la hipocresía las autoridades nazis también ordenaron que los extranjeros no debieran estar sujetos a las penas judiciales de las leyes contra la homosexualidad.

El 1 de agosto de 1936, 120 mil espectadores fueron testigos de la inauguración de la XI Olimpiada moderna en el Estadio Olímpico de Berlín.

Hitler asistió a la liberación de palomas

Un locutor clamó: “Hoy es el día de la paz. Paz para el Mundo.”

Una orquesta de 300 músicos y un coro de mil cantantes bajo la batuta del mismo Richard Strauss interpretaron la Oda a la alegría de Beethoven.

La plebe aplaudió ante tan hermosa manifestación de humanidad en medio de un régimen que ya comenzaba a aniquilar niños y deficientes mentales en centros psiquiátricos bajo una nueva moral que justificaba el derecho de suprimir las vidas que no merecen ser vividas y llegaría en años posteriores a una maquinaria asesina industrial sin precedentes en los campos de exterminio.

Aunque, la Unión Soviética boicoteó los juegos, 59 naciones participaron en la Olimpiadas.

August 1936: Adolf Hitler watching the Olympic Games in Berlin with the Italian Crown Prince. (Photo by Fox Photos/Getty Images)

A pesar de que se sigue hablando del bofetón simbólico de Jesse Owens con sus cuatro medallas de oro, lo cierto es que Alemania ganó las olimpiadas con 103 medallas, 39 de ellas doradas mientras que Estados Unidos se llevó 57 y 24 de oro.

Pero a Hitler le importaba más el resultado político. Un artículo publicado por el New York Times señaló que las Olimpíadas habían devuelto a Alemania a “la comunidad mundial” y le habían restituido su “humanidad”.

Hubo aguafiestas, por supuesto, como William Shirer que acusó a los Juegos como mera fachada que ocultaba un régimen racista y opresivamente violento. Nadie le hizo caso.

Dos días después de finalizadas las Olimpíadas, el capitán Wolfgang Fürstner, director de la Villa Olímpica, se suicidó luego de que fuera expulsado del servicio militar por ser judío.

Continuará…

Referencias:

«1934: Mussolini pulls the levers». UEFA.

«El robo del siglo: un Italia-España bajo sospecha». Marca.com. 19 de marzo de 2020.

https://encyclopedia.ushmm.org/

Auguet, R. (2012). Cruelty and civilization: The Roman games. Routledge.

Brantlinger, P. (2016). Bread and circuses: Theories of mass culture as social decay. Cornell University Press.

Kessler, M. (2011). Only Nazi Games? Berlin 1936: The Olympic Games between Sports and Politics. Socialism and Democracy, 25(2), 125-143.