Por Mario Jaime

Un hombre embozado en su gabardina fuma en una esquina de Zúrich. Al ver pasar a otro hombre escoltado por dos guardaespaldas con cara de pocos amigos, se ajusta su fedora clásico hasta las cejas y espera que se alejen unas calles. Arroja su cigarrillo y lo pisa, se palpa la Colt 45 en el costado y acto seguido comienza a seguir furtivamente a ese hombre.

Ese hombre no es cualquier hombre, y menos en ese año; Roosevelt ha firmado para un tercer mandato, Brest, Calais y Londres son ruinas por los bombardeos incesantes, los alemanes han tomado Yugoslavia y se han lanzado en la Operación Barbarroja a invadir la Unión Soviética. Se acerca la fase más sanguinaria de la guerra, oleadas de sangre ominosa y ese hombre… se tiene la idea de que toda la física alemana del Tercer Reich depende en aspectos técnicos de él.

Su nombre es Werner Heisenberg, director del Instituto Kaiser Wilhelm de Física, Premio Nobel y co creador junto con Einstein y Planck de una nueva ciencia llamada Mecánica Cuántica.

El hombre del fedora sabe que esos guardaespaldas son agentes de la SS vestidos de civiles. Escoltan a Heisenberg rumbo a la limusina que lo llevará a una fiesta; tiene solo unos minutos para decidir si matarlo o no. Un tiro para cada guardia y luego vaciar el resto en la cabeza del científico, correr hacia el callejón y escapar en el Cadillac.

Correr…como un velocista se roba la segunda base. Tirar…como un receptor mete el brazo para sacar a los corredores.

Este hombre del fedora que tiene minutos para decidir si matar o no; es un agente secreto de la OSS, hace unos meses manager de beisbol y hace dos años, cátcher profesional de los Boston Red Sox.

Su nombre es Moe Berg, tiene cuarenta años; un rostro de piedra enmarcado bajo una larga ceja espesa y es judío. Razón de más para sospechar de científicos que el régimen nazi utiliza como propaganda.

¿Quién sospecharía de un ex jugador profesional?

Morris Berg Tashker, de ascendencia ucraniana, había conectado 441 hits y bateado un pobre .243 de porcentaje. Había jugado con Brooklyn, los Medias Blancas, los Indios, los Senadores y los Medias Rojas. Era un excelente defensivo; en 1934 había impuesto un récord sorprendente, llevaba 117 juegos consecutivos sin cometer un solo error. (Parece lejos de los 253 juegos sin error de Mike Redmond, pero aun así demuestra una gran habilidad).

Considerado un superdotado, Berg estudió lenguas modernas y muertas en Princeton; llegó a dominar japonés, francés, alemán, italiano y español. Fue experto en latín, griego y sánscrito.

Ted Lyons, lanzador de los Medias Blancas dijo de Berg: “Hablaba siete idiomas, pero no podía batear en ninguno de ellos”.

Berg estudió leyes en Columbia e hizo una estancia en La Sorbona, pero su carácter no le permitió socializar mucho con las élites universitarias. No obstante, consiguió buenos contratos en el beisbol profesional.

No se sabe con seguridad cuando fue reclutado por los servicios de inteligencia, y aunque se considera que fue justo en la Segunda Guerra Mundial, debió ser cuando todavía jugaba y la prueba es la siguiente:

En 1934, en equipo de estrellas llamado All Americans realizó una gira por Japón, China y Filipinas para enfrentarse con equipos locales. Fue organizado por empresarios japoneses como preludio de su primera liga profesional de beisbol. Ese equipo conjuntaba a grandes peloteros como Lefty Gómez, Jimmie Foxx, Lou Gehrig y la sensación mundial, el sultán del bate Babe Ruth que cargó con una maleta entera repleta de tabaco. El manager era el legendario Connie Mack.

Medio millón de japoneses con banderas americanas se agolparon para corear al Babe, – ¡Banzai, banzai, Babe Ruth -; cientos de aficionados irrumpían en su hotel en Tokio para que firmara pelotas, realizaron posters y conocían al jugador, pero no al presidente de los Estados Unidos.

Entre las estrellas, un jugador se mantenía al margen. Era Moe Berg, receptor de ese gran equipo. ¿Qué hacía él ahí? No era digno del salón de la fama ni comparable con esos gigantes del diamante. En aquellos días el mejor cátcher era Gabby Hartnett quien cuatro años antes había bateado 37 cuadrangulares con un porcentaje de .339. ¿Y Bill Dickey, que a la postre ganaría 8 Series Mundiales con los Yankees?

El cátcher fue Moe Berg, bateador mediocre, buen defensivo que a veces hablaba en latín con los infielders para confundir a los rivales.

Oficialmente lo llevaron porque era buen lingüista y servía como traductor. Patrañas. Berg portaba una cámara Bell & Howell de 16 mm, se paseaba filmando instalaciones políticas y zonas industriales de Tokio.

Las relaciones entre los Estados Unidos y Japón eran muy tensas desde que el régimen militarista nipón había ocupado Manchuria; el imperio japonés se volvía una amenaza creciente para los intereses estadounidenses en el Pacífico y se anticipaba un conflicto que estallaría en corto tiempo.

Moe Berg filmó instalaciones claves del territorio japonés que serían de gran utilidad para los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Ni los aficionados locales ni sus compañeros de equipo sabían de su misión.

Ya retirado de la pelota caliente, Berg oficialmente fue enviado a Suiza para asesinar a Heisenberg si consideraba que el científico podía realizar una bomba atómica.

La carrera por la bomba ya no era una hipótesis o sueño de ciencia ficción como la habían anticipado Churchill y H.G. Wells. Desde que en 1932 un grupo de científicos británicos habían logrado dividir el átomo por primera vez por medios artificiales y relacionando esto con las teorías de Einstein, el físico húngaro Leo Szilard consideraba que una reacción en cadena podría lograr una liberación de energía de gran poder destructivo. Gracias a las ideas de Enrico Fermi sobre la fisión del átomo, justo en el Instituto Kaiser Wilhelm en 1938; Otto Hahn, Fritz Strassmann, Lisa Meitner y Otto Frisch, llevaron a cabo los primeros experimentos de fisión de átomos de uranio. Se preveía que podrían obtenerse grandes cantidades de energía, tanto para aplicaciones civiles como militares.

El 2 de agosto de 1939, Albert Einstein le había escrito una histórica carta al presidente Roosevelt donde le intentaba convencer de que la reacción en cadena era técnicamente posible para lograr la construcción de bombas atómicas. Según Einstein, una sola bomba con semejante poder podía acabar con un puerto entero y subrayaba que los alemanes podrían ya estar construyendo un arma nuclear.

La carta convenció a Roosevelt que en 1941 autorizó el proyecto Manhattan.

¿Qué tan cerca estuvo Alemania de lograr la bomba antes de sus enemigos?

En junio de 1942, uno de los reactores prototipo que Heisenberg había construido junto con Robert Döpel fue destruido por una explosión de hidrógeno. Ambos científicos lograron escapar ilesos del accidente, pero las esperanzas de que los alemanes consiguieran la bomba atómica se desvanecían.

Su falta de progreso en la separación de isótopos de uranio, y el hecho de que nunca lograron construir un reactor capaz de soportar una reacción en cadena de fisión controlada, significó que incluso una estimación muy modesta de la masa crítica hubiera resultado inalcanzable durante la guerra.

En esa encrucijada de la historia se vio Moe Berg; su misión según el director Donovan; era identificar el estado de avance de los nazis en la fisión nuclear y decidir si convenía matar o secuestrar a Heisenberg. En su entrenamiento el mismo Einstein le había dicho: “Moe, si me enseñas todo lo que sabes sobre beisbol yo te enseñaré todo lo que sé sobre el átomo”.

Así terminó el receptor, vestido de civil, simulando ser un estudiante de doctorado sentado entre escolares, profesores, reporteros, físicos y otros espías en ese gran salón de Zúrich, escuchando la lectura de Werner Heisenberg en alemán.

Dentro de su saco no solo descansaba la pistola sino una cápsula de veneno para suicidarse en caso de ser descubierto. Al terminar su disertación, Heisenberg permite algunas preguntas, Berg en primera fila le hace algunas muy técnicas con una sangre fría extraordinaria.

Vislumbro a Berg ahora a segundos de decidir. Un receptor tiene décimas de segundo para cachar ráfagas a 90 millas por hora, décimas de segundo para tirar a las bases y sacar a los corredores, segundos para decidir que mandarle al lanzador, recta, slider o curva. Su vida ha sido de decisiones veloces, inminentes y trascendentes.

Heisenberg sabía que podía preparar elementos transuránicos artificiales en un acelerador de partículas bombardeando uranio con partículas alfa o protones. Pero no había ningún aparato así en Alemania, aunque el hijo de Marie Curie estaba construyendo uno en París y Bohr otro en Copenhague.

De acuerdo a sus estudios de física cuántica, lo leído y escuchado y sobre todo una intuición de esas que no tienen explicaciones racionales, Berg se hunde en la sombra del callejón y desaparece. Heisenberg se pierde en la noche suiza, sin saber que ha estado a punto de ser asesinado.

Lo demás es historia.

En 1942 Heisenberg daría una conferencia a los líderes nazis como Himmler, Goering y Albert Speer donde se mostraba optimista para lograr la bomba atómica.

La falta de recursos y la lentitud del proyecto actuó en contra de los alemanes, el primer reactor donde se realizaron experimentos alentadores se construyó hasta 1943 en Berlín cuando ya los bombardeos aliados y la inminente derrota hacían imposible el logro técnico.

Con la destrucción del Instituto, Heisenberg mudó la operación a la Selva Negra, en fábricas textiles evacuadas de Hechingen. El reactor se construyó en una cueva en Haigerloch pero ya no se tenía el suministro de agua pesada desde Noruega.

Heisenberg fue arrestado por los estadounidenses en marzo de 1945 mediante la Operación Alsos. Leslie Groves, director del Proyecto Manhattan quería llevar a los científicos alemanes a su país para ayudar con la construcción de la bomba. El coronel Pasch encontró a Heisenberg sentado tranquilamente ante una cabaña de los Alpes bávaros.

Según el historiador Philip Ball, algunos documentos confiscados por los rusos y devueltos a la Sociedad Max Planck, los alemanes sí lograron construir una pequeña bomba atómica. Pero no fue Heisenberg sino el grupo de Kurt Diebner en Gottow que lograron producir dos explosiones nucleares en Turingia cerca del campamento militar de Ordork justo en marzo de 1945 matando a cientos de prisioneros y esclavos de campos de concentración.

Heisenberg nunca quiso trabajar con los estadounidenses, es considerado hoy uno de los físicos más reconocidos de la historia.

En 1968, Berg recibió una tarjeta de navidad de Leslie Groves líder del proyecto Manhattan, a cargo de todas sus fases, incluyendo el desarrollo científico, técnico y de procesos, construcción y producción.

El 6 de agosto de 1945 los estadounidenses lanzaron a “Little Boy” sobre Hiroshima. La explosión fue equivalente a 13 kilotones (13 000 toneladas de TNT). El aire alrededor se incendió creando una bola de fuego de cerca de 250 m de diámetro.

En menos de un segundo, esa bola se expandió hasta 270 m aproximadamente, se pudo sentir la explosión a más de 50 km y en un radio de 16 km los cristales de los edificios estallaron.

80 000 personas murieron instantáneamente, aproximadamente otras 70 000 resultaron heridas.

El 9 de agosto estalló “Fat Man” sobre Nagasaki matando a unas 40 000 personas e hiriendo a 60 000.

Ese día nació nuestra horrible época.