Mario Jaime

Bertrand Russell sugirió a las generaciones venideras que cuando se estudie o considere cualquier filosofía debemos preguntarnos ¿cuáles son los hechos? y ¿cuál es la verdad que los hechos revelan?

“Nunca te dejes desviar, ya sea por lo que desea creer o por lo que crees que te traería beneficio si así fuera creído. Observa única e indudablemente cuáles son los hechos”; dijo Russell a un periodista de la BBC.

En resumen, el filósofo analítico sugería que no nos dejásemos llevar por nuestros sesgos ideológicos o que evitáramos la disonancia cognitiva.

Pienso que quizá Russell creía que los humanos somos principalmente racionales desde un punto de vista lógico. Como si nuestro pensamiento siguiera reglas de proposiciones. Lo cierto es que muy pocos son así, la mayoría somos animales emocionales que pensamos según nuestras pasiones, nuestros genitales y nuestras vísceras.

No nos gustan los hechos así, desnudos, crudos…tenemos hambre de interpretaciones, de hipótesis, de teorías, sabotajes, complots, historias. No nos satisface el ¿cómo?, buscamos como poseídos el ¿por qué?

Y aunque esto es fascinante conlleva a una especie de psicosis generalizada (Psicosis entendida como confundir la realidad con la ficción) que provoca odios, animadversión y conflictos.

El preferir la ficción a la realidad se considera sin sentido, locura siempre que se vea desde la orilla contraria.

Cuando Althusser definió a la ideología como una falsa conciencia partía de conceptos de alienación que ya se dimensionaban desde el Renacimiento y guiaron doctrinas como las de Rousseau.

La palabra la usó Destut de Tracy en 1801 para indicar el análisis de las sensaciones y de las ideas. El emperador Napoleón usó este concepto de manera peyorativa acusando de ideólogos a las personas privadas de sentido político.

Pero fue Karl Marx el que desarrolló el concepto de ideología como una práctica que conlleva a que los explotados acepten su condición.

Ideas implantadas como base o sistema para ver y explicar los hechos con una particularidad política.

Althusser estaba convencido de que no hay actividad posible sino desde o para una ideología y los aparatos ideológicos de estado funcionan como máquinas que adoctrinan según la ideología que detentan las autoridades. La escuela, las religiones, los medios de comunicación, las industrias culturales y la familia son los principales vehículos desde donde se implantan las ideologías.

Marta Harnecker en su libro “Los conceptos elementales del materialismo histórico”     subrayó que la ideología tiene como función asegurar una determinada relación de los hombres entre ellos y con sus condiciones de existencia, adaptar a los individuos a sus tareas fijas por la sociedad. La ideología asegura el dominio de una clase sobre otra. Mentiras piadosas que se ejercen sobre la conciencia de los dominados y de los dominantes. Conjuntos de creencias. Cuestiones de fe. Formas de ver el mundo y de justificar su estructura.

Lo paradójico es que algunos marxistas asumieron que su filosofía no era ideológica sino que rompía la ideología, lo mismo que un cristiano cree que su doctrina no es una falsa conciencia sino una verdad revelada. ¿El jainista o el posmoderno rompen con la ideología o caen en otra sin darse cuenta? ¿Se puede pensar fuera de una ideología, como una deconstrucción absoluta? ¿Lo lograron Nietzsche, Orwell, Chaves Nogales  o Max Stirner?

Los ismos son sistemas ideológicos, doctrinas que casi siempre conllevan dogmas o verdades: Comunismo, Capitalismo, Romanticismo, Anarquismo, Cristianismo, Budismo, Islamismo, Surrealismo, Cientificismo, Confucianismo, Marxismo, Leninismo, Peronismo, Liberalismo, Neoliberalismo, Feminismo, Hembrismo, Machismo, Nazismo, Fascismo y…la madre ideológica que los parió.

Agruparnos por ideas, formar rebaños, repetir lo mismo, construir castillos oníricos,  sacralizar textos, preferir el idealismo, preferir nuestras ficciones a la realidad, justificar las atrocidades cometidas por aquellos de nuestro grupo. Todo esto sería ridículo si no resultara en violencia, en sangre derramada, en combustible para la brutalidad del hombre contra el hombre.

Repletos de falacias como el falso dilema (estás conmigo o estás contra mí, si no eres rojo entonces eres azul, etc.); de generalización apresurada (todos los comunistas son…todos los cristianos piensan que…) y la más nefasta de todas, la VERDAD. La verdad que choca con la verdad del otro, la verdad que debe implantarse por medio de sacrificios y batallas. Repletos de falacias vamos para justificar nuestros odios. Repletos de falacias vamos para juzgar a los demás como jueces prístinos y moralinos. Repletos de falacias vamos para subrayar los ejemplos que nos conviene y desdeñar los datos que no podemos explicar según nuestros parámetros doctrinales.

La ideología aparece como categoría. Como si los hombres fuéramos carteles y portáramos un tatuaje que nos clasifica en conjuntos. Y ahí vamos con nuestras credenciales y jerarquías como si fuésemos moldes, como etiquetas que nos colocan los psiquiatras para justificar lo inexplicable, el azar que requiere una causalidad necesaria.

Cuando a Lorca lo fusilaron por maricón o rojo lo estaban etiquetando aquellos que sus enemigos catalogaban como fascistas o reaccionarios. Y aunque él tuvo amigos que luego lucharían en la falange y en sus contradicciones no defendía ninguna doctrina, lo han tomado como un mártir socialista de alguna índole que no tiene nada que ver con su estética. Como si etiquetándolo lo entendiéramos mejor, tal vez sea así desde una perspectiva general pero se nos escaparía la riqueza de su pensamiento y de sus pasiones. Algunos fascistas o franquistas lloraron su muerte igual que algunos de sus amigos comunistas. Pero etiquetar a Lorca de uno u otro lado sería cometer un equívoco grosero que traiciona su genio.

Algo así ha pasado con Nietzsche. Base de algunos nazis y pasto de izquierdistas. Él lúcido que analizó la subjetividad de la interpretación ha sido interpretado a conveniencia de sus intérpretes.

La figura del Cristo a conveniencia es un ejemplo desquiciante. Tenemos al Cristo marxista de guerrilleros centroamericanos así como al Cristo pantocrátor de una moral absoluta. 

¿Acaso los judíos no sangramos también?  pregunta Shylock al público.

¿Acaso un “gorila” de derecha no sangra, ama, ríe igual que un “chairo” intransigente?

Agrupados en narrativas como si fuéramos conceptos, y como si los que murieran fusilados y los que mandan fusilar no fuésemos animales, mocos, tripas o sesos sino ideas abstractas que deben desaparecer o perdurar.

Las ideas que ni siquiera desarrollamos nosotros nos lanzan al odio. Eso me ha entristecido como una sombra que me hace perder cualquier interés en conversar con los demás.

Tuve  una vez  una “amiga” a la cual ayudaba escribir cartas de amor a un director de cine alemán. Pero cuando estalló la huelga de la UNAM, ella me insultó desde su trinchera parista, incluso me odió con ojos inyectados de sangre al verme que yo criticaba ambas posiciones ideológicas enfrentadas de una generación estupidizada. Entonces entendí como las ideas políticas pueden separar a las personas y me ha parecido una pena y casi una tragedia.

Todavía tengo “amigos” – según ellos de derecha o de izquierda- que creen que pienso como ellos o asumen eso porque los puedo entender y los quiero. Ellos me tienen alguna consideración por eso. Pero si supieran como pienso realmente quizá me escupirían y eso me deprime. Yo no asumo que son lo que piensan. Si eso fuera ni siquiera me caerían bien.

Juan Miguel de Mora una vez me contó una historia de tal naturaleza. Uno de sus compañeros en las Brigadas internacionales que lucharon contra los franquistas en España era un profesor estadounidense de literatura. Se había casado con una mujer protestante, de creencias cristianas muy arraigadas. Él la amaba- no por sus creencias-  pero ella…se escandalizó cuando se dio cuenta de que su esposo era socialista y lo despreció. Logró el divorcio y no dejó que él volviera a ver a sus hijos jamás. Para ella, haber tenido hijos con un rojo fue la peor decisión de su vida. Asqueada lo odió y le repudió. 

¿Somos conscientes de que somos psicóticos? ¿Eso no es acaso una imposibilidad? ¿Estoy también pensando esto desde una ideología? ¿Para criticar un discurso ideológico a fuerza debo oponerle otro?

Como cantó Rostand en boca de Cyrano. No eres tonto porque te das cuenta de que lo eres. Erasmo fue consciente de su estupidez…y la alabó. ¿Lo soy yo de la mía?  ¿Me doy cuenta? ¿Te das cuenta?