Por Octavio Escalante:

Como si fuera cualquier cosa, acabo de ver una nota que seguramente será reproducida por una decena de medios locales, en la que un hombre de unos 40 años fue subido a la fuerza a una camioneta y luego encontrado unas cuadras por ahí, lleno de golpes. La policía llamó a la ambulancia como lo hubiese hecho cualquiera que estuviese regando el patio de enfrente si hubiese agua, y todo pasa como una historia sin mayor interés, excepto para el golpeado, que de seguro está pensando en el valor de la vida ahora mismo y de cómo se salvó de un descuartizamiento al estilo de la época del PAN en Sudcalifornia.

Bueno. Yo cuando estaba chiquito solía salir a comprar hielitos a innumerables casas que se dedicaban a ello. Y no les cobraban nada ningún grupo paramilitar ni nada parecido. Porque los hielitos no son como la cocaína, la cerveza, las putas, la mota o el chuki. Un hielito muy caro te puede salir en 10 pesos y lleva en sí mismo –inherentemente– la gastronomía propia que ha sido desarrollada, ya sea por las frutas de la entidad o por polvos químicos de las farmacéuticas y de las empresas de leche que al final, saben bien.

Jugando futbol, hielitos. Sin jugar futbol, hielitos. La copa de futbol, hielitos o una Coca-Cola, y ya más de grandes un cartón de ballenas contra los supersónicos del otro barrio que casi siempre nos ganaban. Me deprime absolutamente que no haya ganado un solo partido La Paz en ese torneo que se han armado.

La leyendas comunes eran peleas en los carnavales, por el lado de las carpas de la Tecate, o las navajas 07, o un gollete de botella en un pescuezo; muertes, pues. Pero de las legendarias, casi casi del Martín Fierro que metía la cuchilla hacia arriba y respetaba no matar a nadie en presencia de su familia.

Un pollo, vale nada. Es decir, la vida de un pollo, vale nada. Y de pronto, surgen, desde hace décadas, noticias de muertes humanas como si fuesen la muerte de los pollos, que asamos con gusto o que compramos en los consabidos negocios que no deben temblar ahora –de verdad que no, esa es mi percepción– por la llegada del KFC a una ciudad que aunque no tenga agua, se alegra con un confeti de esa calidad.

Burdos deseos.

No hay manera de dejar limpio el piso de una casa cuando el trapeador se remoja en la misma mierda que está tratando de limpiar. Y meten y sacan del balde las telas del trapeador haciendo un esfuerzo que no deja de apestar por más detergentes que le sumen a la mezcolanza.

Por otro lado, presuntamente, según declaró, por su parte, de acuerdo a los datos emitidos por –los golpeados, las desaparecidas, la prepotencia, la pistola y la amenaza, el proseguir violento de los autos, la cara de quien voltea a ver el monte a ras de tierra de quien ha sido –por suerte– sólo apaleado, está tan lejos de los partidos de futbol en la calle y probablemente sean más comunes que los niños jugando un torneo callejero.

Por cierto ¿venden hielitos aun? Mis preferidos: fresa con leche, tamarindo, cajeta, ciruela, chocolate, jamaica, mango, plátano, plata, oro, cobre, bronce, agua, árboles de benjamina, almendras, parras de uva, olor a lluvia en la tierra, campo libre sin muertos ni osamentas.