Mario Jaime

Un libro de cuentos que es novela, una novela que es libro de cuentos, un cuenta gotas que se convierte en un torrente, personajes de carne, horror y masa que se vuelven oníricos y entrañables.

Cara de perro de Gerardo Tena (Hormiguero ediciones) resulta un libro sorprendentemente agradable tanto física como imaginativamente. Digo sorprendente porque su universo es (para mí) la execrable Ciudad de México, repugnante coliseo de millones de cuerpos sudorosos y lugar de mugre humana y material.

Treinta cuentos cortos fáciles de leer; directos, con frases contundentes, en donde se refleja la maestría del escritor para ir al grano, un estilo limpio y cuidadoso pero natural. Se dice fácil, lograrlo es fruto de un trabajo espléndido y de un evidente talento literario.

Los cuentos se imbrican entre sí, con túneles, personajes compartidos, guiños, urdimbre de relaciones espacio temporales, como el sueño alquimista de que todo está relacionado con todo. Como una serie en donde cada capítulo es una historia redonda, pero todos los capítulos conforman otra megahistoria, el conjunto de los conjuntos que da al infinito.

Se nota que Gerardo, periodista la mayor parte de su vida, ha tomado sus experiencias como un observador de la condición humana para no solo retratarla en su libro sino también destilarla hasta encontrar núcleos de naturaleza conductual. Este libro puede ser un tratado de psicología sin teorías, una crónica de la Ciudad de México vista por un agudo cronista y también de criminología contado por un reportero de nota roja.

A lo largo de sus páginas brotó mi asco y resaltó mi desesperada misantropía. Las pesadillas de una ciudad asquerosa y hasta los tufos de sus habitantes emergieron hacia mi consciente de nuevo. De las cloacas brotan niños de la calle, niñas burguesas, ancianas decrépitas, luchadores, drogadictos, políticos corruptos (perdona, lector, el pleonasmo), madres que protegen a sus hijos asesinos, sacerdotes pedófilos, homosexuales, rateros, putas, telefonistas suicidas, maestras ahítas, burócratas grises, indigentes, campesinos, albañiles, turbas de lavacoches, mariguanos, agentes judiciales, peluqueros, adivinos, planchadores, hueseros, boleros, floristas, podólogos, vendedores de lotería, cantantes, masajistas, cantantes, cirqueros, estafadores, mazahuas, vagabundos, alcohólicos, yonkis, bohemios, mixes, payados de cruceros, migrantes centroamericanos, locos …no desfilan, sino germinan como hongos.

Cuando Gerardo advierte al final de su libro que todos los personajes son ficticios y cualquier similitud con la realidad es coincidencia, me parece un sarcasmo.

Si uno coloca Cara de perro junto a Los hijos de Sánchez de Oscar Lewis, en la sección de estudios antropológicos sociales, queda perfecto.

Ha habido escritores naturalistas y realistas con un objetivo psicológico muy claro, buscar entre la porquería, la naturaleza humana, pienso en los monumentos de Zolá o Balzac.

Pues, Tena entra en este género con una maestría para relatar niños adictos al Resistol 5000 en una atmósfera como las fotografías de “el Niño” Enrique Metinides, acontecimientos que revuelven el estómago, no por lo explícito, sino por lo crudo. Los traumas que se llevan a cuestas como una cruz clavada en la memoria, el abuso infantil es consistente a lo largo de los cuentos: niños violados por otros niños, niños golpeados a cinturonazos por sus padres, niños que descubren que su padrastro mató a su madre a golpes y le obligó a disparar a su perro, niños no idealizados que adoran lo burdo y lo vulgar.

Gerardo no idealiza, no juzga tampoco. Lo crudo consiste en no juzgar, simplemente la realidad se configura de manera inmanente en escenarios que no son pistas de circo sino los epicentros de los que significa un noúmeno como México: páramos en Ciudad Neza, la colonia Doctores, la Obrera, la Roma, Portales, los baños públicos, los cines donde se trasiega la droga, los cinturones de miseria, las colonias fifís de medio siglo, la Buenos Aires, santuario de la delincuencia.

Gerardo parece un fantasma que va recorriendo la ciudad desde principios de siglo, se regodea en las décadas de los 50 y 60 hasta llegar a un siglo XXI que hereda la densidad de los ríos entubados.

La mayoría de los personajes están frustrados, son perdedores; las huellas de una realidad crudelísima determinan su devenir, destinos hacia la soledad, la muerte, la violencia, la enfermedad sobre niños, hombres y mujeres sádicos e ignorantes. Hay también personajes (que en serio parecen personas) empáticos, de gran calidad humana, cultos, pero con heridas y defectos que nunca podrán superar. La entropía en forma de decadencia, de envejecimiento, de olvido, hace que, en conjunto, el libro sea una nube de nostalgia y melancolía contaminada con el polvo y el smog. Ratones que comen pulgas y piojos del pelambre de un indigente en una simbiosis más cariñosa que la de un humano, mujeres marimachas adictas al boxeo con esposos peleles, peleas callejeras, amantes que hieden a cebolla, homosexuales que asesinan a tijeretazos a sus propios hermanos…

Hace poco, el presidente de México criticó a Guillermo Sheridan por un texto en donde el escritor retrató a los mexicanos comunes como personas ignorantes, violentas, tontas, fanáticas, corruptas, ladronas, sexistas y sucias…bueno, pues quizá la realidad sea peor y le da la razón generalizada. El libro de Gerardo Tena registra con sutileza y sin ella, una etología precisa. Hay humor negro que resume las acciones en diversos niveles, como los repartidores de tanques de gas que al mismo tiempo eructan humores acedos y dejan escapar flatulencias.

Nombre es destino, los personajes de Tena portan sus nombres como metonimias a veces, a veces como dramatis personae de una gran comedia: Amapola, Cerillo, Tony Silver, Mandarina, Venus, la Sombra, Licántropo el Carroñas, Tolón, Cántaro…me recuerda a los nombres exactos con los que Víctor Hugo bautizaba a su progenie.

Gerardo Tena no es un mero cronista preciso, sino que sazona la narración con frases justas, casi versos que nos hacen regresar al hecho de que se está leyendo una obra literaria: “Quiero escribir mi primera novela de amor o policiaca. Da lo mismo, en las dos siempre hay muertos”. “El campesino obedeció, sus pies desnudos eran la raíza de una ceiba”. “Era un Cristo con rastras de cochambre”. “Se apoyó en el hombro de su hijo que era la ramita de un árbol seco”.

Leo y releo los cuentos como si fuesen estaciones de un metro subterráneo, acedo, lleno de personas anónimas y anodinas, este libro apesta a humano. Creo que Gerardo es humanista, cada vez más me sumerjo en el asfalto de esta ciudad que tanto odio y…sin embargo…

Sin embargo, la primera vuelta de tuerca sucede en el cuento sobre el vello púbico. Un casanova encuentra su pasión real: hacerse de los vellos púbicos de sus amantes. El cuento parece otro relato más inserto en un naturalismo directo, pero poco a poco evoluciona hacia un lenguaje poético, surrealista y de pronto el final es fantástico, como si lo hubiera soñado Marosa di Giorgio. Nace el realismo mágico y parece que no encaja en el libro, rompe la unidad. Pero no, es un espejismo, retrocedo y releo los cuentos y me doy cuenta de que el escritor me ha preparado para este momento mediante sutiles estratagemas mínimas. He ahí la maestría del autor.

Y el final…el final es como debe ser el final de un cuento, imprevisto, intempestivo que cierra el ciclo de un personaje que desde el inicio nos introdujo en lo que se percibía como un retrato y resultó un viaje onírico. Y entonces, esos enjambres repugnantes y soeces se transmutan en personas entrañables, que merecen la empatía del lector porque reflejan nuestros recovecos más íntimos, nuestros sueños, nuestros anhelos y nuestras desesperanzas. Entonces aparto Cara de perro del libro de Lewis y lo coloco junto a grandes cuentos surrealistas, alucinados, poéticos.

El autor me derrotó, es magistral.