Aracely Jiménez

Hablar de literatura mexicana actual, implica, grosso modo, hacer un mínimo recuento a partir de la poesía de Ramón López Velarde y de la obra deslumbrante y necesaria de la generación de Contemporáneos, me refiero a Villaurrutia, Novo y Owen, pero sin olvidar a José Gorostiza, a Jaime Torres Bodet, a Elías Nandino, a Carlos Pellicer y a Jorge Cuesta; es decir, a esa magnífica generación sin grupo que cimentó y le dio aire al encuentro de nuestra tradición modernista con el suceso contemporáneo más significativo, siempre cercano a las vanguardias.

Dos referentes en México para iniciar el diálogo cotidiano, primero Alfonso Reyes, después Octavio Paz. Reyes nos enseña a mirar en sus ensayos la ortodoxia, pero también la heterodoxia de algunos clásicos, que ya lo dijo, gracias a él es posible comprenderlos en su mayor magnitud. El otro escritor, más reciente, es sin duda Octavio Paz, su curiosidad intelectual nos acercó a diversos ámbitos de la cultura, diferentes a las tradiciones clásicas de occidente. Su mirada sobre la India y sobre el Japón, o su relación con los surrealistas abarcó y ofreció una influencia benigna para la cultura nacional. Libertad bajo palabra o El laberinto de la soledad y El arco y la lira sin excluir por supuesto, su magnífico ensayo sobre Sor Juana Inés de la Cruz Las trampas de la fe nos enseñan que la escritura del fuego sobre el jade es una gozosa labor y entrañable obligación que los escritores mexicanos debemos asumir.

Tres escritores más que rescatan la tradición del México antiguo, Ángel María Garibay, Alfredo Barrera Vázquez y Miguel León Portilla, que nos enseñaron a reconocer nuestro pasado y a valorar y amar nuestra raíz primigenia. No podemos entender en el ámbito mesoamericano, es decir, en el ombligo de la luna, nuestra acendrada raíz en el México antiguo sin esa maravillosa obra que León Portilla nos enseñó en el admirable Quince poetas del mundo náhuatl  o en La visión de los vencidos, por él sabemos que los poetas del México Tenochtitlán y de las zonas aledañas son un hermoso plumaje de quetzal que se desgrana en cada uno de sus versos para ofrecerlo como los tlacuilos se lo entregaban a nuestros luminosos ancestros. O en el soberbio Cantares de Xibalché que es el último gran descubrimiento que nos recuerda que el canto americano ha alcanzado increíbles niveles de belleza, lo mismo entre los mayas o entre los aztecas donde las voces entrañables de Ermilo Abreu Gómez y la de Antonio Mediz Bolio, insisto, sólo señalo nuestras fronteras geográficas del antiguo y actual territorio mexicano, nos enseñan ese espléndido lugar de la tierra del faisán y del venado y para hacerlo más amplio en la del Axolotl y del Xoloescuincle.       

La actual literatura mexicana, la que se escribe en este siglo XXI, independientemente de todas las voces extranjeras que por fortuna nos dan un sólido basamento para elegir, seleccionar y transformar nuestros intereses particulares, aquí hablo solamente del ámbito mexicano, de Octavio Paz, de Juan Rulfo, de Carlos Fuentes, de Juan José Arreola, de Salvador Elizondo, de Jorge Ibargüengoitia, de Eduardo Lizalde, de Marco Antonio Montes de Oca y un largo etcétera más, donde la presencia que la tradición que los refugiados españoles imprimieron en nuestras letras y la del largo exilio que los escritores latinoamericanos, argentinos, chilenos, cubanos, guatemaltecos, uruguayos, fueron aportando en nuestro decir más necesario. Sintetizar en un par de cuartillas la idea estética y social de nuestra literatura en los finales del siglo XX y principios del siglo XXI es casi imposible, es como ofrecer un códice o un mandala o un árbol de la vida donde los nombres de los poetas, ensayistas y narradores o dramaturgos mexicanos, harían de este texto una larga lista, que en vez de seducir, aburriría aun al más interesado e hipotético lector, pero nombres como Gabriel Zaid, Jaime Sabines, Efraín Huerta, Fernando del Paso, José Juan Tablada o José Agustín son imprescindibles para tratar de entender ese seductor laberinto de las letras mexicanas.                   

No puedo dejar de señalar que en el ámbito femenino tenemos una barroca y espléndida raigambre que se inicia con Sor Juana Inés de la Cruz y que continua floreciendo, a veces a trompicones, en autoras deslumbrantes, cito sólo algunas: Elena Garro, Rosario Castellanos, Inés Arredondo, Amparo Dávila, Josefina Vicens, Guadalupe Amor y por supuesto, muchas más que sería interminable mencionar. Al revisar este texto me doy cuenta que no incluyo a autores tan importantes o emblemáticos para la literatura mexicana, señalo a Julio Torri, Armando Jiménez o José Emilio Pacheco, por fortuna, el diálogo americano en el sentido más amplio, en ese que Borges o Juan José Arreola querían, sigue vivo y, estas líneas son un intento generoso, espero, para nuestros amigos y amigas centroamericanos y latinoamericanos y argentinos y para que nuestra literatura continúe viva y en movimiento como Julio Cortázar nos enseñó.

Por supuesto, con la irrupción de la tecnología y de las redes sociales, el panorama de la literatura mundial se ha fragmentado y ahora atisbar mínimamente los nombres más significativos en el transcurrir actual, es casi imposible, más que un panorama o un mosaico, nuestras literaturas se han convertido casi casi en crucigramas o rompecabezas donde siempre hay una pieza faltante o sobrante que inicia e indica la perversidad para sentirse eso que se llama actualizados. Podríamos hablar de grupos para remitirme sólo al ámbito mexicano y señalar en el surco de las vanguardias a los estridentistas o más cercanos a nosotros a los infrarrealistas. Como un territorio de neblina luminoso nuestra literatura de los últimos días, insisto, me remito sólo al ámbito mexicano, viene de autores como David Huerta o José Carlos Becerra, Gerardo Deniz o Elsa Cross, Francisco Hernández o Miriam Moscona, esto por mencionar sólo a la generación de poetas más recientes, hablamos alrededor del año 2000, pero antes mencionemos tres escritores atípicos en las letras mexicanas: Francisco Tario, Efrén Hernández y Emiliano González, además de Vicente Leñero o Rafael Bernal. De esa fecha en adelante sólo vamos a señalar algunos autores que por sus inquietudes literarias y por su obra en proceso merecen una mirada atenta o por lo menos un guiño cada vez que aparecen algunas de sus obras, me refiero a Agustín Jiménez, Luigi Amara, Luis Ignacio Helguera, Cristina Rivera Garza, Hernán Bravo Varela, Vivian Abenshushan, Luis Felipe Fabre, Silvia Tomasa Rivera y muchos nombres más, como Luis Bernardo Pérez, Roberto Wong o Gabriel Rodríguez Liceaga, que por fortuna insisten en continuar la senda que nuestra gran literatura ha mantenido en el último siglo.

Sabemos que las palabras y los libros son puentes, conocemos también que el desfile de los autores y de las vanidades muchas veces está tocado por las veleidades o camarillas literarias, hay escritores significativos que casi nunca van a aparecer en este tipo de recuentos urgentes pero que sin duda son altamente gozosos, señalo a José María Pérez Gay o a José Morales Bermúdez o a Alfredo López Austin. Más que seguir añadiendo autores a esta lista que sin duda alguna causará controversias, mejor invito a los lectores a que recuerden y a que se acerquen a nuestros autores entrañables para que armemos y para que continuemos con ese modelo para armar que uno de nuestros autores mayores nos enseñó.