Mario Jaime

Pero del científico corno del poeta, es el pensamiento desinteresado lo que se intenta honrar aquí. Que aquí al menos no se los considere como hermanos enemigos. Pues sostienen la misma interrogación sobre un mismo abismo, y únicamente difieren sus modos de investigación.

Saint-John Perse

Ernesto Cardenal leía su ‘Cántico cósmico’ a menos de un metro de mi mirada. Había asistido a mi programa de radio ‘Poiesis’ y esa noche hubo una atmósfera de luz. Mi mirada bebía de la suya porque sus palabras me hipnotizaban. No porque fuera un sacerdote, tampoco por su pasado de ex guerrillero o por ser candidato a Premio Nobel. Era la magia en la voz de un hombre que cantaba al polvo de estrellas y a las galaxias dentro de nosotros mismos. Esa noche estuve junto a un verdadero poeta.

Dice Cardenal:

Observando la danza de los astros/ percibieron que había orden en el cielo/ y así un día podría haber orden en los hombres. / El cosmos canta. ¿Pero para quién? / ¿Por qué el mirlo  es tan musical/ pasada le época de la reproducción?

Esa noche Sandino Gámez me instó a escribir algo sobre esa experiencia. Cardenal habló sobre la ciencia en la poesía y de eso justamente aquí expongo. Mi percepción de ambas maravillas que se imbrican como las dos actividades dignas de llamarse humanas.

Siempre he sostenido que el científico es antes que el poeta en una escala de la percepción porque el primero deduce y pone a prueba y el segundo imagina y sueña. Los dos intuyen, el primero se constriñe, el segundo especula.

La ciencia es la mejor actividad que los humanos tenemos para conocer la realidad fuera de nosotros mismos; confiable a pesar de sus errores y limitaciones. Nos lleva a pensar, y a pesar de su amoralidad  trata de ser una luz en las tinieblas de la ignorancia y la superstición. Desde la India antigua con sus conocimientos en medicina, pasando por Aristóteles, hasta la teoría de las supercuerdas, la ciencia es un derrotero de lo maravilloso.

La filosofía y la epistemología también se estructuraron en los cantos de poetas como Heráclito, Parménides o Lucrecio. Este último desarrolló la teoría de la materia en sí misma, la ciencia como liberadora del hombre y la vida en el universo en su poema ‘Sobre la naturaleza de las cosas’ escrito en el siglo IV a.C. 

La poesía nació como un canto sagrado donde la palabra y la eufonía sirven para henchirnos, aterrorizarnos, sentir lo maravilloso y tremendo del cosmos que no entendemos. Como un resabio de la magia, no mueve a los astros pero nos ayuda a perfeccionar nuestros ideales por medio del sueño.

Las ciencias nos dan argumentos y pruebas para inferir si existe o no un libre albedrío, nos ayudan a perfeccionar nuestros conceptos de materia y  energía por medio de la lógica y la inteligencia.

La poesía se nutre de la ciencia, de sus conceptos, de sus palabras porque hace suya la traducción del universo hacia la belleza.

No en balde algunos poetas han sido científicos como Nabokov (entomólogo) o Nodier (zoólogo); en la antigüedad no se definía todavía el concepto de ciencia como lo aceptamos ahora pero muchos tenían un viso de medicina, astrología y alquimia como Dante que también fue boticario.

Los poetas han abierto canales de intuición maravillosos que después la ciencia descubre o inventa en analogías sorprendentes. Por ejemplo, ya Bocaccio había cantado sobre las lenguas de piedra como reminiscencias de animales antediluvianos mucho antes que se descubriese que eran dientes fosilizados de tiburones. Para algunos, Eureka de Poe es la anticipación del electromagnetismo y en el Fausto de Goethe se prefigura el mar como cuna de la vida material mucho antes que de Oparin. Por cierto, Goethe, es el padre de la anatomía vegetal e intentó refutar la teoría de la luz de Newton.

Cyrano de Bergerac, en su afán por explicarlo todo escribe en ‘Historia cómica de los estados del sol y la luna’:

Esto me hizo imaginar que descendía hasta la luna (…) –Pues- me decía a mí mismo-, al ser esta masa menor que la nuestra, la esfera de su actividad debe tener menos extensión y, por lo tanto, he tardado más en sentir la fuerza de su centro.

Cyrano presiente las leyes de la gravitación universal ¡Casi medio siglo antes que Isaac Newton las formulara matemáticamente!

Por supuesto que la imaginación cumple con reverberaciones de intuición, se me reprocharía que existan muchos ejemplos contrarios donde parece que las metáforas no tienen que ver nada con el universo real que codifica la ciencia y es lógico pues el poema cae en el reino de la posibilidad total.

Los poetas se han nutrido de los conocimientos y teorías científicas, falsas o verdaderas, para enmarcar una atmósfera, recordemos a Dante que utilizó el sistema astronómico de Ptolomeo para situar el viaje en La Divina Comedia. En la misma, acerca de los vientos dice:

Oíase a través de las turbias ondas un ruido, lleno de horror que hacía retemblar las dos orillas, asemejándose a un viento impetuoso impelidos por contrarios ardores.

Dante se refiere a una causa de los fenómenos atmosféricos, cuando el calor que enrarece el aire aumenta su volumen y disminuye su densidad, de lo cual resulta que busca su equilibrio en diversas partes del planeta provocando vientos.

También los poetas critican el poder oscuro que emanan los descubrimientos científicos.

Pablo Neruda escribe toda una ‘Oda al átomo’ donde acusa el poder horroroso que los hombres desencadenaron con la bomba atómica, remite:

Pequeñísima estrella, / parecías para siempre enterrada en el metal: /oculto, / tu diabólico fuego. / Un día golpearon en la puerta  minúscula: /

era el hombre./

Luego:

eras una fruta terrible, / de eléctrica hermosura, /

y entonces el guerrero te guardó en su chaleco /  como si fueras sólo una píldora norteamericana,

y viajó por el mundo /  dejándote caer en Hiroshima.

Machado poetizó en contra del Principio de Lavoisier (Primera ley de la termodinámica)- en realidad en contra la aparente esperanza que nos pueda dar:

Dices que nada se pierde/ y acaso dices verdad; / pero todo lo perdemos/ y todo nos perderá.

Borges en su poema a la cantidad, después de analizar lo infinito, lo inconmensurable del tiempo y de las cosas, no se atreverá a juzgar la lepra ni a Calígula.

Pedro Salinas en ‘Cero’:

Invitación al llanto. Esto es un llanto, / ojos, sin fin, llorando/ escombrera adelante, por las ruinas / de innumerables días. / Ruinas que esparce un cero- autor de nadas, / obra del hombre-, un cero, cuando estalla.

Imbricados por los fenómenos de los universos conocidos, llamamos a la poesía como un peldaño más verdadero que la ciencia, siendo esta una disciplina que ha abierto caminos imposibles e increíbles para nuestro deleite. Pero si nuestras sensaciones nos engañan, en la poesía nos abren camino y nos destellan. No quiere decir esto que la ciencia es un método de conocimiento menos efectivo, al contrario, es mejor. Es un peldaño donde conocemos la realidad de manera más exacta que otro cualquiera, incluyendo la poesía. Los fenómenos del universo que descifra son altamente poéticos en el rango de la belleza y la imaginación. Saber que los tiburones poseen una mandíbula protusible o que el diseño de la cabeza del tiburón martillo que detecta el campo electromagnético en el fondo apareció en la evolución cuando la polaridad del planeta cambió, es fascinante. Einstein dijo que la mejor cualidad del científico es la imaginación, esto aplica lo mismo para el poeta.

Nada más poético que la posibilidad de que las partículas elementales estén hechas de ondas que vibran, como si la energía fuese música. Bueno, esa es parte fundamental de la teoría de las supercuerdas en Física. Conocer que existe un hongo dorado bajo el humus en la jungla que mide cerca de veinte metros es habitar un sueño y más cuando conocemos la comunicación hormonal y mineral entre las raíces de los árboles por medio de canales micóticos. La mínima turbulencia en un sistema como el aleteo de una abeja puede provocar una tempestad y saber que la entropía conlleva irreversibilidad es tan estremecedor como el verso de T. S Eliot:

I will show you fear in a handful of dust (Te mostraré  el miedo en un puñado de polvo)

Uno de los versos más hermosos que he leído y que remite trascendencia es ‘La luz no envejece’. No lo escribió ningún poeta, fue el Premio Nobel de física Brian Green.

Cardenal hace lo mismo en su cántico cósmico, toma el descubrimiento de que todo nuestro carbón ha sido forjado en las supernovas y como somos de carbón (de hecho todos los seres vivos) entonces tenemos en nuestra constitución material polvo de estrellas.

Remito al lector as que lea el monumental ‘Canto a un dios mineral’ de Jorge Cuesta, que, como bioquímico experimentó la ergotina en sus percepciones (quizá descubrió el LSD antes que Hoffman pero no publicó sus resultados)  y se aplicó un tratamiento enzimático buscando la reversibilidad del envejecimiento. Su genio lo llevó al suicidio después de emascularse. Quede ‘Canto a un dios mineral’ como un himno a la materia constructora y destructora de sí misma.

El poeta traduce el universo a su sensibilidad e inteligencia, su arma es la imaginación dinámica y su terreno el cosmos sin restricciones, analiza cantando.

Un ejemplo profundo de Shams-ud-din Muhammad Hafiz, poeta persa nacido en 1325:

Me dijiste una vez: “Deja tu vida
en mis manos y te daré la paz”.
Y mi vida te di sin pesadumbre
mas la paz no me llegó.

En cuatro versos abrió umbrales en todos los humanos que lo han leído hasta la fecha, universalmente nos deleita con la impotencia, la desilusión, incluso el problema teológico o nihilista; lo mismo puede referirse a un amigo, al ser amado o una divinidad. Las posibilidades son tantas como lectores y la cadencia y el color a pesar de ser traducción de su lengua original no se pierden con el tiempo. Eso no sucede en la ciencia, las teorías científicas del siglo XIV han cambiado, evolucionado, algunas se han desechado. En cambio el poema sigue vibrando en nuestra sangre porque mientras seamos humanos tenemos el comportamiento específico.

En la ciencia la magia no existe, se busca siempre una respuesta lógica porque lo mágico está en la materia y se le despoja del adjetivo al encontrarlo racional. La poesía es el resabio de la magia porque la palabra provoca un estado anímico especial. No en balde aún está unida en los cánticos místicos de las culturas como en esta canción sagrada tehuelche:

Üloküs iagülwawütr gaiau küsüna

waptsjülnana salpün kanana

kalwum a atasajou

ka amaha kalwun, amahaja kalwum,

sagap atütgütchanük.

No es para jugar nuestro emblema;

partía al medio la manada (o bandada)

(el) corazón de tigre,

tigre del sol (o luna), del sol (o luna)

brazo pintado (dibujado).

 Es notable la presencia del tigre (jaguar americano)  en los linajes de toda la Patagonia. Es dable recordar, que este félido vivió hasta en Tierra del Fuego. El último jaguar del que se tiene registro en esta zona, fue cazado a fines del siglo XIX, en la margen norte del Río Colorado. También el zoólogo puede reconstruir la biogeografía de un animal por la tradición de los pueblos.

En la Poesía la belleza es el trasfondo y objetivo, hay una danza que evoca, estos versos eróticos del chileno Santiago Azar:

Eres una pantera de barro fresco,

ansiosa de carnes rojas, hambrienta de vapores.

La ciencia no puede cuantificar suspiros y aunque se ha descubierto que la esperanza en cualquier cosa produce efedrinas en el cerebro (lo que explicaría la fe); no hay otro lenguaje para el erotismo que el arte.

En la poesía está lo verdadero del hombre, en la ciencia la realidad del universo respecto al hombre, según pruebas de confirmación y error. No hay otros métodos mejores para entender y aprehender el caos en el que habitamos.

En su discurso para recibir el Premio Nobel de literatura, el poeta Saint-John Perse dijo:

Por más lejos que la ciencia haga retroceder sus fronteras, y sobre todo el arco extendido de esas fronteras, se escuchará todavía correr la jauría cazadora del poeta. Ya que si la poesía no es, como se ha dicho, “lo real absoluto”, es sin duda su más próxima aspiración y la más cercana aprehensión, en ese límite extremo de complicidad donde lo real en el poema parece informarse a sí mismo.

Así pues, el Poeta es más poderoso en su visión. Lo dice mejor este poema de José Emilio Pacheco:

Segismundo Freud / tras arduo estudio/ descubrió lo que al otro/ le costó un verso / el delito es haber nacido.

Refiriéndose a Calderón de la Barca.

Roald Hoffman, que  recibió el Premio Nobel de química en 1981, experto en la estructura molecular, es un poeta cuyos libros de arte enlazan las dos visiones. Hoffman advierte que en el mundo de la ciencia es más fácil construir un devenir que en el mundo de las letras. Mientras que el 65 % de los trabajos científicos son aceptados en cualquier revista especializada del mundo, sólo el 5 % de los poemas que se reciben en el mundo del arte son publicados. Uno de sus  poemas diferencia al arte de la ciencia se refiere al ‘Grito’, pintura de Munch y acaba:

Pero la intromisión de la molécula de pintura es muy fuerte/ libera sólo moléculas de pintura, en patente demostración/  del Principio de Incertidumbre. La pintura cuelga; / el cielo noruego y el puerto recogen el grito/ reflejándolo hacia el cráneo del observador. / Allí, resonando, se produce el cambio.

La ciencia, poderosa herramienta que nos deslumbra, el arte, el que nos traduce la emoción del cosmos. El científico puede llegar a ser un esteta, pero el poeta siempre es un pequeño dios Por mucho que los experimentos nos desvelen discusiones lógicas nada nos abrirá más puertas de la percepción que el arte. ¿Qué puede superar Les Nuits d’Été, para mezzosoprano, compuestas por Hector Berlioz, basadas en los poemas de Théophile Gautier?