Hollywood es un distrito ubicado al norte de la ciudad californiana de Los Ángeles, en Estados Unidos (EEUU). La mayoría de las personas relacionamos dicho lugar a sólo un aspecto de él, su industria cinematográfica, y no al resto de características que lo conforman, por ejemplo geografía, contexto político o problemáticas sociales. De hecho, escuchamos la palabra Hollywood y nuestra imaginación se extiende a toda la creación fílmica estadounidense que conocemos, así como a su correspondiente ecosistema de farándula y mercado, a todos esos criterios acumulados en nuestra experiencia: grandes producciones, guiones nacionalistas, un inoportuno sentido del humor y apropiaciones culturales simplistas. Incluso, nuestra imaginación puede ir más allá para exponernos una representación abstracta de la cultura popular estadounidense, concentrada en lujo, exceso y entretenimiento, dentro de la misma palabra: Hollywood.

 Me aprovecho de eso al titular este artículo, pues sé que Hollywood no es una industria sino un distrito de California, pero también soy consciente de que cuando ese nombre se menciona –se escribe, se lee– la mayor parte de las veces es para hacer referencia a un tipo de manufactura y de cultura cinematográfica, y que al unir tal idea con el apellido Zapata, un mexicano promedio pensará inmediatamente en el campesino morelense brillando como estrella de la pantalla grande. Pero Emiliano Zapata, que sepamos, nunca estuvo en EEUU, y el filme que allá se estrenó acerca de él, Viva Zapata!, aunque sí lo produjo una empresa californiana, la 20th Century Fox, no salió de Hollywood sino de un sitio llamado Century City.

Emiliano Zapata Salazar

 Es así que cuando escribo “Zapata en Hollywood”, estoy diciendo al mismo tiempo: Emiliano Zapata desde, o en, la perspectiva de la cultura estadounidense. ¿Y qué imagen surge desde ahí? Una que refleja el lugar y el momento de su producción: La película Viva Zapata! llega al cine de EEUU en 1952, apenas siete años después del fin de la Segunda Guerra Mundial y con la Guerra Fría encima. Se vivían momentos de intriga y sospecha, al mero estilo de la persecución de brujas de los siglos catorce y quince en Europa, aunque en este caso no era la Iglesia la que estaba detrás de tal cacería, sino el Comité de Actividades Antinorteamericanas de la Cámara de Representantes de EEUU, así como el Senado, provocado por el congresista republicano Joseph Raymond McCarthy; y tampoco eran hechiceras las hostigadas sino que fueron ciudadanos estadounidenses acusados de ser comunistas y espías al servicio de la Unión Soviética: por lo tanto, de ser criminales que debían ser castigados incluso con la muerte.

Joseph Raymond McCarthy

Nuestro país, por otra parte, atravesaba una época de estabilidad económica y social que hoy consideramos milagrosa y que se extendió a lo largo de veintiocho años, entre 1940, fecha en la que culmina el periodo presidencial del general Lázaro Cárdenas e inicia el de Manuel Ávila Camacho, y 1968, cuando tiene lugar en Ciudad de México una matanza de manifestantes en la Plaza de las Tres Culturas: signo de asonancias y fisuras que se agolpaban en el ejercicio del poder y que a partir de ese momento se convertirían en una crisis política. Asimismo, el cine mexicano atravesaba para 1952 por una edad dorada, logrando posicionarse de 1936 a 1956 como una de las industrias fílmicas más prolíficas del mundo, ejerciendo una influencia importante en la construcción de la cultura e identidad nacional.

Viva Zapata! fue dirigida por Elia Kazan, el guión es del escritor John Steinbeck, la producción de Darryl Francis Zanuck, y como actores principales tiene a Marlon Brando en el papel de Emiliano Zapata, a Anthony Quinn como Eufemio Zapata y a Jean Peters como Josefa Espejo, esposa de Emiliano. El argumento está claramente influenciado por la visión tradicional de la Revolución Mexicana a la que mucho aportó el historiador Frank Tannenbaum, quien señaló que dicho acontecimiento surgió de las masas anónimas y comunidades rurales.

Elia Kazan

En esta película vemos cómo una delegación de campesinos se entrevista con el presidente Porfirio Díaz para protestar por la manera en que favorece a hacendados, mismos que les arrebatan sus tierras con la venia del ejército federal. Díaz los despacha sin ofrecer solución y, ante esta actitud, Emiliano Zapata inicia un levantamiento en el sur de México. La rebelión triunfa y Porfirio Díaz es derrocado. Zapata llega al poder y casi se corrompe, pero logra recapacitar y vuelve a su pueblo con los campesinos, donde enfrenta a su propio hermano, Eufemio, quien se comporta como un dictador. Siempre inconforme con las injusticias a su alrededor, no se separa de la lucha y es asesinado en una emboscada. Al final, su recuerdo queda grabado como símbolo de batalla y esperanza para el pueblo mexicano.

Es del conocimiento popular que la película se basa en Zapata the Unconquerable, de Edgcumb Pinchon, sin embargo, según investigaciones del biógrafo del director, no existe evidencia de que Kazan o Steinbeck leyeran alguna vez dicha biografía, por lo que no se acordó ningún crédito al respecto con Pinchon una vez finalizado el filme. Pinchon había participado en 1933 en la elaboración del guión de Viva Villa!, obra cinematográfica dirigida por Jack Conway y distribuida por la Metro-Goldwyn-Mayer (MGM). Pinchon le sugirió a la casa productora llevar a cabo una historia acerca de Zapata donde se describiera la lucha mexicana como una búsqueda de democracia al estilo estadounidense, pero la participación definitiva de EEUU en el conflicto bélico mundial contra el Tercer Reich y sus aliados detuvo la racha productiva de la industria y muchos proyectos, como el sugerido por Pinchon, tuvieron que esperar.

Una vez finalizada la guerra y con el acecho constante del Comité de Actividades Antinorteamericanas sobre directores, guionistas y actores de Hollywood, por considerar al cine una potencial vía masiva de transmisión del ideal comunista entre los estadounidenses, Louis Burt Mayer, ejecutivo y miembro fundador de la MGM, se deshace de guiones y borradores que pudieran comprometerlo políticamente, como el trabajo de Pinchon acerca de Emiliano Zapata, pues advierte que la reforma agraria planteada por los campesinos mexicanos lindaba más con el comunismo soviético que con el relato sobre la democracia que buscaba hegemonía en su país. Además, Lester Cole, uno de los guionistas que trabajó junto a Pinchon en el proyecto de guión, fue citado por el Senado de EEUU para ser interrogado por su presunto pasado comunista. Fue de esta manera que, en 1948, la 20th Century Fox se hizo del guión inacabado de lo que sería Viva Zapata! comprándolo a la MGM, apenas cuatro años antes del lanzamiento de la película.

John Steinbeck

Pero si el guión de Edgcumb Pinchon estaba al alcance de Kazan y de Steinbeck, ¿por qué no hacer uso de él?, o, si en realidad sí se acudió al texto, ¿por qué negar haberlo utilizado? No es posible saberlo con exactitud, sin embargo podemos suponer que no se consultó, o se rechazó haberlo hecho, por miedo; por el temor a caer en la sospecha de ser fabricantes subrepticios de propaganda comunista y entonces entrar en la lista negra de Hollywood: o peor aún, ser acusados formalmente como detractores del gobierno y la constitución: como delincuentes.

Ahora, si aceptamos esta hipótesis, la del miedo, hay que admitir también que tal vez caeríamos en una contradicción, porque, si el temor que argumentamos era tan grande, quizá lo más normal hubiese sido ni siquiera llevar a cabo el filme. No obstante, tal razonamiento resulta, aunque lógico, demasiado conformista si se habla no sólo de personas con libre albedrío, pasiones, filias y fobias, sino además de lo anterior de creadores en busca de una identidad, artistas que escudriñan en sí mismos a través de la creación. En este sentido, Emiliano Zapata Salazar –nombre completo del nacido en Anenecuilco, Morelos, un 8 de agosto de 1879– es un personaje inspirador para escritores, historiadores, fotógrafos, pintores, cineastas y demás, casi desde el mismo momento en que murió asesinado un 10 de abril de 1919, por lo que no resulta extraña la atracción experimentada por Steinbeck y Kazan hacia él.

El primero, se interesó por Emiliano Zapata desde que conoció su historia durante viajes que realizó a México en la década de 1930. De tales expediciones encontró material para escribir, entre otras obras inspiradas por estas latitudes, el guión de la película The Forgotten Village, que se proyectó en 1941, y seis años más tarde la novela The Pearl, misma que el cineasta mexicano Emilio “Indio” Fernández llevó al celuloide. A Kazan, por otro lado, Zapata parecía interesarle desde principios de los años cuarenta. Fuentes afirman que las primeras notas sobre un posible proyecto acerca de su vida datan de 1943.

Es así que a ambos les gustaba la idea de filmar una cinta acerca del revolucionario mexicano, pero para que dicho propósito pudiese ser apto a los ojos de los atemorizados productores de Hollywood –aunque otros seguramente tan fanáticos y convencidos como el propio McCarthy– la idea original, tal vez la de Pinchon, debía sufrir ciertos cambios, y lo que fue inicialmente una historia sobre el liderazgo como medio para alcanzar justicia e igualdad social, terminaría, tras reescrituras de Steinbeck y Kazan en el relato de un hombre que rechaza el poder como instrumento corruptor: argumento que a guionista y director les convenía si se toma en cuenta que ambos contaban con un pasado comunista y que la mira del Senado estaba sobre su gremio.

Kazan no ocultaría su intención de representar en Emiliano Zapata su propia lucha, la interpretación de sus propios conflictos, pues en ese momento resultaba la mejor forma para lograr sus cometidos: hacer cine, hablar de personajes interesantes y no caer en prisión. En 1999, año en que recibió un Óscar honorífico por su trayectoria, él mismo lo diría en una entrevista: “John [Steinbeck] y yo éramos ambos excomunistas y la historia de Zapata nos permitió mostrar metafóricamente lo que le había ocurrido a los comunistas de la Unión Soviética, cómo sus líderes se volvieron reaccionarios y represivos antes que visionarios y progresistas”.

Elia Kazan

Cinco años después de su muerte, ocurrida en 2003, el periodista Stephan Kanfer lo reiteraría al escribir que través de Viva Zapata! “Kazan pretendía retratarse a sí mismo como el Zapata de los últimos días, un antiguo comunista que había renunciado a su partido y a sus mendaces líderes pero que nunca había comprometido sus principios”.

Con estas pretensiones en mente, no resultó demasiado complicado adaptar, y, si quiere decirse, tergiversar, la imagen de Zapata y los años que vivió luchando. Se edificó en él la figura del héroe, un tipo de superhombre nacional nada ajeno a los mexicanos gracias a la historia de bronce que se impartía en las aulas de educación básica, aunque al estilo de EEUU. El filme es un western, género cinematográfico que solía vender no pocas butacas durante la época y que funcionó a la perfección para enfrentar conceptos antagónicos como cultura y naturaleza, comunidad e individuo, civilización y salvajismo, pero que en este caso contrapuso el supuesto progreso de la democracia estadounidense, representada por los presuntos ideales del campesinado, al hipotético estancamiento del totalitarismo comunista soviético, encarado por el corrupto Estado mexicano.

Es probable que debido a ello el fotógrafo Gabriel Figueroa Mateos haya decidido finalmente no participar en el filme, a pesar de ser convocado debido a los buenos resultados obtenidos en La Perla, donde fue director de cámaras, así como en Los olvidados, que dirigió Luis Buñuel. Figueroa Mateos para entonces ya había participado de diversas maneras en el desarrollo de la industria cinematográfica mexicana, como activista y líder sindical, y había rechazado también un contrato por cinco años que la MGM le ofreció en 1948. Viva Zapata! iba a filmarse originalmente en México, incluso Kazan y Steinbeck recorrieron parte del país en 1950 para buscar locaciones, pero cuando el fotógrafo mexicano supo que Marlon Brando, y no un connacional, interpretaría al morelense con los bigotes más famosos del país, solicitó ver el guión y lo que encontró no fue de su gusto, por lo que decidió eliminar su participación.

Viva Zapata!

“Desde el principio vi que Kazan no sabía nada de Zapata ni del Zapatismo, y que Steinbeck, a pesar de su incuestionable buena fe, tenía, bueno… ideas muy gringas acerca de todo el asunto”, señala Gabriel Figueroa en una entrevista, evidenciando que existía en él una imagen preconcebida de Zapata, de sus atributos y su legado, que, más allá de ignorarse, sentía que no se respetaban. El director del filme, en cambio, sostuvo que la filmación no se realizó en México porque descubrió “maniobras comunistas” entre quienes colaborarían con ellos desde el lado mexicano. Finalmente, Viva Zapata! se filmaría en Roma, Texas.

Gabriel Figueroa

Es inútil buscar referencias históricas fehacientes en la película de la 20th Century Fox, después de todo, para Darryl Francis Zanuck ésta estaba hecha con el fin de vender boletos y entretener al público, por lo que, independientemente de la verdad, el Zapata interpretado por Brando “necesitaba comportarse de la forma en que el espectador quisiera que lo hiciera”, y el espectador, si es que vale la pena recordarlo, era estadounidense. De esta manera, observamos la diferencia que existe entre la concepción mexicana de Emiliano Zapata, el terrateniente que defiende las tierras heredadas de su comunidad, teniendo como principal fin trabajarlas y vivir de ellas ante el destierro obligado por hacendados azucareros, y la creada en Hollywood: un titán de actitud entre pizpireta, resuelta y valiente, que pelea por la libertad en medio de un mundo dominado por la opresión, una libertad constreñida a la independencia para hacerse del propio pan, mas desentendida en el fondo de la igualdad social o racial.

 Elia Kazan lo dijo, Viva Zapata! intenta ser una metáfora sobre los males del comunismo soviético, pero, a manera de cierre, habría que hacer dos precisiones en este punto. La primera es que más que hablar del sistema y filosofía de gobierno de la Unión Soviética, Kazan habla de sí mismo a manera de amparo frente al Senado de EEUU, que abiertamente sospechaba de él como posible espía comunista; y la segunda es que probablemente sería más adecuado referirse a metonimia y no a metáfora, lo que nos llevaría a esa parte del título de este texto que se refiere al mito.

La metáfora tiene una relación estrecha con la utopía: ambas son ideas que para ser concebidas es necesaria una operación alquímica. La primera se trata de la unión de dos cosas distintas, dos palabras o conceptos, con el objetivo de crear una tercera que antes era inexistente; mientras que la segunda es también una asociación de dos elementos: realidad y esperanza. La metonimia, por otro lado, que también recibe el nombre de trasnominación, es un fenómeno de permuta semántica mediante el cual se denomina algo con el título de otra cosa aprovechando alguna relación existente. Es así que Kazan utiliza a Emiliano Zapata como depósito de toda justificación personal, encontrando relaciones entre revolucionario y héroe; revolución y libertad; corrupción y poder; comunismo y atraso. Elia Kazan realiza un proceso de transferencia entre él y Zapata, entre el comunista arrepentido y el revolucionario que rechaza el poder, por lo que proyecta en el caudillo mexicano una imagen de sí mismo.

De igual manera, este proceso metonímico se observa en la concepción de revolución planteada por el director, quien no se detiene en el análisis de la guerra en México sino que observa el proceso revolucionario como único, como uniforme, similar para cualquier pueblo o nación, y lanza una idea de ella asociada a la capacidad o libertad del hombre para comenzar algo nuevo, una concepción propia de la segunda mitad del siglo veinte y desarrollada en el pensamiento europeo a partir del descubrimiento de América. Es así como la revolución de Kazan en Viva Zapata! se concibe como mito: un recipiente donde caben todas las maneras para lograr la libertad del humano. No obstante, sin importar la forma, el impulso para la creación de tal receptáculo, nos dice, debe provenir de un héroe.

El mundo es un caos, la realidad inaprensible. Es por ello que el humano requiere de fórmulas para descifrar y refigurar lo que percibe a través de sus sentidos. Esas fórmulas son imágenes, pues la imagen es base de cualquier forma de pensamiento y, por lo tanto, de cualquier forma de comunicación; es la unidad básica de interpretación de la realidad. Algunas de estas imágenes se conforman antes de que emerjamos al mundo y son llamadas arquetipos: los adquirimos durante nuestra etapa de desarrollo, la carga genética que constituye el cuerpo y asimismo el cerebro es un camino de traslado para éstos, camino que a su vez se trata de una posibilidad de representación, levemente distinta en cada persona aunque igual en esencia, para descifrar la realidad. Es entonces cuando vemos, finalmente, a Emiliano Zapata revestido en el arquetipo del héroe, un semidiós que se busca en el hombre, un ente dotado del patrimonio original del ser, alguien separado de la masa por la propia cultura, cuyas acciones se transforman en personalidad social, pero su legado y sus ideales son un mito pues se resignifican constantemente, según el lugar y el momento. Así, su legado y sus ideales, como mito que son, se convierten en la revolución misma.