‘Debe tener miles de años el oasis de Santiago’, pensaba justo cuando bajábamos la curva. Confieso que ignoré momentáneamente la anécdota del Leo, una de esas historias de patineta, velocidad y una caída estrepitosa en ese mismo camino. Siguió con la historia mientras sentí la comparaba la sequedad en mi garganta con la aridez del arroyo, pero sabía que más adelante estaría un oasis con valor no solo natural sino social y cultural.

El poblado quedó ubicado a 45 kilómetros de San José del Cabo en el municipio de Los Cabos en el puro trópico de cáncer. En 1721, cuando los españoles impusieron la religión católica como herramienta de dominación del territorio, fundaron varias misiones entre ellas la de Santiago de Los Coras, en las inmediaciones de varios ojos de agua dulce que componen a la Reserva de la Biosfera Sierra La Laguna.

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Nos paseábamos por el pueblo. El recorrido terminó en el Parque Ecológico de Santiago, un lugar repleto de plantas medicinales de la región junto con algunas aves. No, el león ya no estaba. Todo estaba muy quieto porque las fiestas habían sido un día antes: baile y carreras de caballos dejaron out a la gente. Bueno, no todos, porque allí había un grupo de personas en algo que ellos llamaban: Jolgorio ‘Ven y Verás’.

Talleres de talabartería con Catarino Rosas del rancho El Refugio, te enseñaban también el proceso de elaboración de mermelada de mango con chiltepín. Sin embargo, lo que llamó mi atención fueron las muñecas chubasqueras creadas por María Elena Amador Garciglia de Agua Caliente. ‘Díganme Nena’, dijo con una sonrisa amable y honesta, una mueca cada vez más escasa en estos tiempos modernos. “Se elaboran con un calcetín”, agregó. En tiempo de huracanes, en las rancherías era común que madres y abuelas pusieran a las niñas a crear muñecas, quizá así evitaban el aburrimiento o les hacían olvidar los fuertes vientos del chubasco.

El programa de la Secretaría de Cultura Misiones por la Diversidad Cultural es el culpable que rancheros, artesanos y artistas estén reunidos en ese evento de desarrollo de la cultura comunitaria. En colaboración con el Instituto de Cultura y las Artes de Los Cabos, el objetivo era incidir en la recuperación y apropiación democrática del espacio público por parte de la ciudadanía, tendientes a una cultura de paz, democrática y con perspectiva de género.

El calorón no nos afectaba tanto con una nieve de naranjita. Hubo bailables representativos de la Guelaguetza con integrantes de pueblos originarios de Oaxaca asentados en el municipio de Los Cabos, la música al ritmo de las jaranas de Son de Mar y la Cecy y Los Teje Sueños. Era testigo de cómo la cultura viviente latía en las inmediaciones de uno de los oasis más importantes de la Península de Baja California. Según investigadores, los oasis son ecosistemas frágiles y vulnerables debido a su pequeño tamaño, su aislamiento y el incremento en las presiones por actividades humanas. Un día antes Los Grandes del Pardito y Nietos de Barrón enseñaron a tocar instrumentos a los niños y niñas de la localidad.

Así fue un fin de semana en Santiago. La próxima vez iremos a San Antonio.

Fotografías de Leonardo Garibay Castorena