Por Octavio Escalante

Junto a la ventana del camión al Pedregal imaginando un Tike, Beck, Sisko, con plumón negro Esterbrook, dijo el otro. En mi boca se calcinaron los humos del cronómetro magno. Extrañas pasajeras son las flamas del momento, cuyo brillo tiene la naturaleza de lo que nos llega de los astros. «Dueños de la Baja», 78 el cover, taguereando hasta en el pago de la entrada con un guiño bándalo (sic). El cartel del evento lo vi una semana antes dibujado a mano alzada, como para rememorar libretas universitarias y latas Eco, tapones Armor-All. Lo pegaron en pilares por el Centro: quedan árboles de parota y benjamina. Hemos llegado tarde, yo y mi sentimiento de haber muerto y seguir soñando al mundo, que no se detiene. Pero ambos nos acompañamos bien con un cigarro, mientras en la maquinaria de los beats ya se adivina que aquello que va empezar es el sonido que nos gusta. Si ese sonido fuese un edificio, pulpos de noche se acercarían con un espray en cada tentáculo, bombeándolo, firmándolo, y el edificio absorbería los trazos diciendo: estoy completo, pero no ha terminado. Cuando esta pintura se enrede con otras, otras capas caerán sobre mí y seré el diferente mismo. Mis venas vivas cubren como suéter de lana todo el orbe.

«Carnal, hago esto desde la secundaria. Vengo del jale a esta rapeada, con mi vida de matrimonio, que ya es suficiente para volarle la cabeza a uno; con mi hija; mi madre enferma morirá hoy, mañana o pasado. La muerte ya no se tambalea en círculos concéntricos sino directo viene, y anda peda. Necesito esto. Ahí traigo unas latas. Ahorita vamos pa’ que te des grasa, Inspek».

En el escenario, los MCs están arrojando sobre el público una cifra del trabajo que han hecho durante años en sus casas, como pudieron con lo que hicieron de ellos. Las libretas repletas de tinta de pluma bic no se contabilizan. No tienen ese complejo. Saben que la obra no es sólo las palabras que escriben. Es también el trabajo de los otros que ecualizan la vida, del oponente que contribuye para alimentar a la Gorgona de los cuatro elementos. Uno bosqueja, otro delinea, otro rellena; otro con las sobrevoces completa la falta de aliento de su compañero en uno o más versos. Otros escuchan, como yo, sintiendo que nos han sampleado el espíritu, porque algo de nosotros hay en lo que sucede en el escenario. «Sintiendo cómo el cerebro se me va entumiendo».

HAP, Haciendo el Arte Prohibido. Chemo, Bisne, AC. YES. Actúan aun como asaltantes de trenes en la fiebre del oro. Sheriffs a la vista. Son Estatales. Dentro del Bar de Cortés se manifiesta una alquimia. Un juego de sustancias sonoras, calor y conductos. Quienes tienen los micrófonos cuentan historias, exponen sus neurosis sin pena, pero con métrica, acorde al sonido de quien maneja los controles. Estar ahí representa el dominio que han logrado de sí mismos. Es una conquista, que disparan contra el público. Nadie está ahí sin querer estar. Les gusta esta mierda. Lo incipiente, átomos calibre Doble H, conexiones embarneciendo, se ha tornado escena maciza, llena de seriedad y vida, como un niño feliz. No obtuvimos otra cosa –yo y mi sentimiento de haber muerto y seguir soñando al mundo– que pura dicha y gratitud por quienes continúan.

Créditos de Ilustración: @doctordoors_ @hisek85 @muertomaldito